Tras la difusión de las estadísticas anuales de la ONT publicaba
Redacción Médica una noticia titulada
“EEUU adelanta a España en donantes con una política sanitaria más laxa”. Constataba así el hecho de que en 2021,
por primera vez en 30 años hubo otro país que nos superó en el índice de donantes por millón de habitantes (41,6 vs 40,8 donantes pmp), A mediados de febrero y aunque las estadísticas norteamericanas de 2022 siguen sin cerrarse (no es precisamente un punto fuerte en USA lo de la rapidez en los recuentos, basta ver cualquiera de sus elecciones), volvemos a superar a los Estados Unidos (46,3 vs 44,6 donantes pmp) en una apretada pugna que apunta a repetirse durante bastante tiempo.
Tener más o menos donantes no es ni ha sido nunca una carrera salvo la que se desarrolla todos los días en los hospitales españoles para salvar vidas, pero analizar lo ocurrido tiene un gran interés científico y sobre todo sirve como enseñanza de cara al futuro. En condiciones “normales”, es muy improbable que este
“sorpasso” momentáneo se hubiera producido.
En 2019 España alcanzó su récord histórico con 49,6 donantes pmp, todos los indicadores al alza y unas previsiones ciertas de superar con creces los 50 donantes pmp en los años siguientes, una cifra cabalística planteada como objetivo de la ONT y que ya superaban 10 de las 17 comunidades. Estados Unidos tenía entonces 36,1, más de 13 puntos por debajo, y ya entonces la prensa local norteamericana celebraba un aumento del 10,7% respecto al año previo y del 38% respecto al 2014, un incremento que ya comenzaba a ser espectacular y que analizaremos más adelante.
Y en esto
llegó el Covid con las consecuencias que todos recordamos, entre ellas la ocupación masiva de las UVI que hacía muy difícil o en ocasiones imposible que se materializaran las donaciones de órganos y los consiguientes trasplantes. España fue de los países con mayores consecuencias negativas tanto económicas como en mortalidad, y
a nuestro sistema sanitario tantas veces publicitado como el mejor del mundo, le reventaron todas las costuras, mucho más que a cualquiera de los países de nuestro entorno. Pese a la solidez del sistema español de donación y trasplante los 49,6 donantes pmp de 2019 se convirtieron en 37,4 en 2020, 40,2 en 2021 y 46,3 en 2022, sin alcanzar aún las cifras prepandemia, aunque ya cerca de ellas.
Por el contrario,
Estados Unidos, siempre tan criticado por su sanidad y también por la gestión de la pandemia, dio perfecta prueba de resiliencia y de capacidad en cuidados intensivos, al menos en este tema, sin mostrar en absoluto el descenso de la donación que sufrieron otros países pasando de los 36,1 donantes pmp en 2019 a 38,0 en 2020, 41,6 en 2021 y los provisionales 44,6 de 2022. Estos aumentos tan importantes en un país de más de 300 millones de habitantes con una línea claramente ascendente en la última década, incluso en las condiciones adversas de la pandemia, nunca pueden ser fruto de la casualidad o de circunstancias coyunturales como puede ocurrir en un país pequeño o una comunidad.
La crisis de los opiáceos
La clave de esta línea ascendente se resume en cuatro palabras:
“crisis de los opiáceos”, un fenómeno no demasiado conocido en España, pero que ha tenido y tiene tremendas repercusiones sobre la sociedad americana y potencialmente de otros países. Generada por una serie de hechos que mezclan la
codicia de determinados médicos y empresas farmacéuticas con la laxitud y permisividad de las agencias reguladoras, y el peculiar sistema sanitario americano, pone en cuestión todo un modelo de sociedad, y acaba teniendo una impensada repercusión sobre algo tan aparentemente lejano como los trasplantes de órganos.
Todo empieza con un derivado del opio, la
oxicodona, sintetizada hace más de un siglo, pero autorizada como Oxycontin para la farmacéutica Purdue por la FDA en los años noventa como
analgésico muy potente por vía oral.
Unas campañas muy agresivas dirigidas sobre todo a médicos generalistas, especialmente en zonas rurales consiguieron una utilización masiva de este medicamento, no para pacientes oncológicos con dolores “irruptivos” (súbitos y de gran intensidad, según los define el plan de opiáceos aprobado por el ministerio de sanidad español, precisamente para prevenir hechos como éstos), sino para otros de menor intensidad o de carácter crónico, con el consiguiente riesgo de crear una dependencia de difícil tratamiento. En los últimos años el mayor peligro ha pasado a ser el
fentanilo, una droga entre 50 y 100 veces más potente que la morfina y con análogos problemas de adicción y sobredosis.
"Hay más de 2 millones de adictos a los opiáceos en Estados Unidos, alrededor de medio millón de fallecidos, con cifras anuales que superan a las producidas por armas de fuego o por accidentes de tráfico y numerosos testimonios gráficos de grupos de drogadictos deambulando como zombis por las calles"
|
Los resultados a lo largo del último cuarto de siglo, descritos en detalle por el periodista
Patrick Radden Keefe en su libro
“El imperio del dolor”, pueden resumirse en unos cuantos datos: 35.000 millones $ en ventas, más de 2 millones de adictos a los opiáceos en Estados Unidos, alrededor de medio millón de fallecidos, con cifras anuales que superan a las producidas por armas de fuego o por accidentes de tráfico y numerosos testimonios gráficos de grupos de drogadictos deambulando como zombis por las calles. Como detalle nada inocente, el responsable de la FDA que autorizó el Oxycontin pasó a la farmacéutica Purdue con un sueldo de 400.000$ (de hace 20 años). Lo de las
puertas giratorias no es para nada exclusivo de España.
Muertes por sobredosis y trasplantes
De este desastre americano, que bien podría repetirse en países que no tomen las medidas adecuadas, se han derivado consecuencias inesperadas, entre ellas el
considerable aumento de los trasplantes de órganos como consecuencia de la enorme cifra de fallecidos por sobredosis y parada cardiorrespiratoria que acaban siendo donantes de órganos. Por si fuera poco, el consumo de estas sustancias aumentó un 30% durante la pandemia, lo que explica perfectamente los aumentos adicionales durante estos años difíciles para todo el mundo, compensando cualquier descenso por otra causa.
Las muertes derivadas de las drogas suponen al menos la sexta parte de todos los donantes americanos, pero no es la única peculiaridad epidemiológica de su sistema de donación que lo diferencia radicalmente de los europeos. Casi 1.000 de sus donantes (un 6,5%) lo fueron en 2022 por disparos de armas de fuego (algo afortunadamente anecdótico en España) mientras otra sexta parte lo fueron por causas traumáticas, incluidos accidentes de tráfico. Todo ello hace que la suma de todas las causas cardiovasculares “naturales” (ictus, hemorragia cerebral, anoxia) representen un 50,3% mientras que en España significaron nada menos que el 82,2% en 2022. Como consecuencia de esta distribución,
sus donantes son mucho más jóvenes que los nuestros. Mientras que en España, el 55,4 % tuvieron más de 60 años, en Estados Unidos, este porcentaje no llega ni al 20%: son dos poblaciones completamente distintas, con un porcentaje de causas evitables muy superior al otro lado del Atlántico.
"Un gran porcentaje de los donantes americanos corresponden a muertes “evitables” (drogas, disparos, accidentes…) que podrían reducirse significativamente en caso de implementarse las políticas adecuadas. En cambio, el sistema español y la mayoría de los europeos se basan en gran medida en los donantes de edades avanzadas, algo ya difícilmente ampliable".
|
Este panorama es importante para entender el futuro de la donación de órganos en ambos países. Un gran porcentaje de los donantes americanos corresponden a muertes “evitables” (drogas, disparos, accidentes…) que podrían reducirse significativamente en caso de implementarse las políticas adecuadas. En cambio, el sistema español y la mayoría de los europeos se basan en gran medida en los donantes de edades avanzadas, algo ya difícilmente ampliable: a lo largo de la última década el porcentaje de donantes de más de 80 años llegó hasta el 9% y por ejemplo en Italia se acaba de superar ya la barrera de los 100 años para una donante hepática. Este envejecimiento se irá produciendo igualmente de manera progresiva al otro lado del atlántico, tal como ocurrió en España hace ya más de un cuarto de siglo ante la reducción de accidentes de tráfico de los noventa: será su gran vía de expansión futura.
Una vez más se demuestra que
la donación de órganos es un fiel reflejo de la realidad sociológica de cada país y que acontecimientos aparentemente no relacionados pueden influir decisivamente en que se acaben realizando más o menos trasplantes.