Sin duda la noticia de trasplantes más chusca de entre las producidas en los últimos tiempos ha sido la confesión del cantante mejicano de rancheras
Vicente Fernández en una entrevista televisiva donde afirmó haberse negado a recibir un trasplante de hígado en Estados Unidos, ante la posibilidad de que el donante fuera “homosexual o drogadicto”.
"En 48 horas le habían localizado un hígado (al cantante Vicente Fernández) pero se negó a ser trasplantado con un discurso memorable"
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La cosa ocurrió en 2012, en un hospital de Houston donde al parecer le diagnosticaron un carcinoma hepático y le indicaron un trasplante. En 48 horas le habían localizado un hígado (lo que da bastante que pensar sobre el sistema americano que en este plazo asigna un órgano a un enfermo no urgente y además extranjero, aunque eso sí, con mucho dinero: tal como se cuenta sería
turismo de trasplantes en estado puro) pero el cantante se niega a ser trasplantado con un discurso memorable: "Cuando me lo dijeron interrumpí la gira.
Me quisieron poner el hígado de otro cabrón y dije: 'no amigo, yo no me voy a ir a dormir con mi mujer con el órgano de otro güey [otro tipo], ni sé si era homosexual o drogadicto". Lo curioso es que acabó siendo trasplantado en Chile tiempo después no se sabe muy bien si con un hígado con certificado de origen.
Dejando aparte, si es que ello es posible, las enormes dosis de machismo, homofobia e incultura que demuestra este episodio, lo que subyace es un sentimiento que resurge de vez en cuando como los ojos del Guadiana de la mano de protagonistas muy diversos, en ocasiones hasta profesionales de la medicina: la creencia de que
con los órganos trasplantados se pueden transmitir características mas o menos espirituales del donante, con todo lo que ello implicaría de ser cierto.
En España, el paradigma de declaración explosiva en esta línea lo marcó en 2012 la presentadora de “Las Mañanas de La 1”,
Mariló Montero, cuando declaró en antena su alivio porque los órganos del asesino de El Salobral, que había matado a dos personas, una de ellas una niña de 13 años, no iban a ser trasplantados a ningún enfermo ya que así se evitaba que
“su alma de asesino fuese transferida a otra persona”. Se organizó tal polémica que recuerdo que tuve que hacer declaraciones telefónicas desde el otro lado del Atlántico donde me encontraba entonces, poniendo de manifiesto lo absurdo de las afirmaciones y lo improcedente de la discusión.
Enamorarse del marido de su donante
En otras ocasiones se trata de una mera ficción literaria contra la que obviamente no hay nada que objetar salvo que se presenten como autobiográficos. Fue el caso de la actriz francesa
Charlotte Valandrey, trasplantada cardiaca, quien también en 2012 aseguró en su libro “El corazón desconocido” que vivió aspectos de una vida que no era la suya hasta el punto de llegar a enamorarse perdidamente del marido de su donante. También afirmó sufrir pesadillas con un accidente de tráfico que aparentemente fue en el que aquella falleció y que le empezaron a gustar sabores que hasta entonces detestaba, pero a los que si era aficionada la donante del corazón.
"Son ya millones los enfermos trasplantados con estos órganos en los que para nada se ha constatado esta transmisión de recuerdos, sentimientos ni mucho menos algo tan etéreo como 'el alma'"
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En una línea similar figura
la serie televisiva “Pulsaciones” emitida en 2017 con mas pena que gloria, en la que el protagonista, curiosamente neurocirujano, descubre que el corazón que le ha salvado la vida está manipulando su cerebro, a través de aterradores sueños y visiones, para que investigue la misteriosa muerte de su donante, un joven periodista. Algo parecido le ocurrió a
Homer Simpson en uno de sus episodios al recibir un trasplante del pelo de un asesino y verse poseído por sus instintos criminales.
Más preocupante por el perfil del protagonista, es la tesis de
Josep María Caralps,
el cirujano que realizó el primer trasplante cardiaco funcionante en España en 1984. Según él, un injerto cardiaco y quizás otros órganos,
podrían transferir “recuerdos y sensaciones” del donante. Para decir esto se apoyó en argumentos como que “cada célula tiene nuestro ADN y puede almacenar memoria y energía, de la misma manera que los objetos en contacto íntimo con nosotros pueden ser transmisores de recuerdos y memorias de las personas que los utilizan”.
El concepto de muerte encefálica
Por descontado que todas estas teorías no están sustentadas en ninguna base científica. Nuestra vida y nuestra memoria asienta en el sistema nervioso central, y la muerte y destrucción de las células y estructuras que lo componen conllevan obviamente la pérdida de todas sus funciones y por tanto la muerte del individuo. Precisamente el concepto de muerte encefálica fue el que hizo posible la donación de órganos de personas fallecidas y son ya millones los enfermos trasplantados con estos órganos en los que para nada se ha constatado esta transmisión de recuerdos, sentimientos ni mucho menos algo tan etéreo como “el alma”.
Lo que si es cierto es que
el enfermo que ha estado al borde de la muerte y es rescatado gracias a un trasplante, se encuentra en una situación psicológica muy peculiar, fácilmente influenciable, sobre todo si como ocurre en ocasiones, el receptor llega a conocer los datos y características del donante y empieza a fabular. Ello tiende a ocurrir sobre todo con el corazón por la especial lírica que acompaña a este músculo y de la que desde luego carece un riñón o un hígado (y mucho menos un páncreas del que al menos que yo sepa, nadie ha pensado que pueda transmitir recuerdo alguno). Un argumento más para que tal y como establece nuestra ley de trasplantes y las de otros muchos países se mantenga a buen recaudo el anonimato del donante.
Aunque a veces se puedan producir reacciones tan intempestivas como las del cantante de rancheras.