Se cumplen
50 años desde que finalicé la carrera de medicina en la Universidad Complutense de Madrid, la única que había en la capital al comenzar mis estudios. Evidentemente, a nadie le puede interesar este aniversario salvo a quien esto escribe, pero sirve como percha para echar una mirada a lo que ocurría entonces en el mundo de la medicina y de la sanidad, ver cómo hemos evolucionado y valorar lo que hemos hecho bien o lo que quizás no tanto.
Cualquier parecido entre la situación de la sanidad de entonces y la actual es poco más que una pura coincidencia. De entrada, la docencia pregraduada tenía mucho de teórica, con una práctica muy limitada salvo que uno se buscase la vida entrando como interno en alguna cátedra, lo que sin embargo implicaba el riesgo de dejar bastante de lado otras asignaturas. La
escasez de facultades de medicina hacía que en los primeros cursos se acumulase un número disparatado de estudiantes, muchos de los cuales se acababan aburriendo y cambiando a una carrera más liviana. Recuerdo una clase de fisiología en un aula de 300 asientos, con más de 1.000 asistentes (muchos de ellos repetidores) que me entretuve en contar con sensación entre el hastío y la impotencia. En ella, sentarse en el suelo, ver la pizarra u oír algo de lo que decía el catedrático, que además hacía ostentación de voz susurrante y sin micrófono, se consideraba un verdadero privilegio. Difícilmente comparable con la actualidad.
Luego venía el
MIR, en sus primeros balbuceos, con pocos hospitales que dispusieran aún del sistema y distintos exámenes según donde se quisiera optar (un hospital de la “seguridad social”, un “clínico”, uno privado, una u otra ciudad…), algo parecido a lo que podemos llegar si las fuerzas centrífugas del sistema prosperan y se rompe la unidad estatal que aún existe.
"Un deber de quienes ya tenemos una edad es transmitir una memoria lo más fidedigna posible de lo que ha sido nuestra historia (sanitaria) para apreciar mejor lo bueno y sobre todo no repetir errores. Y por supuesto constatar que 'cualquier tiempo pasado…en modo alguno fue mejor', salvo porque teníamos menos años".
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Eran los
estertores del franquismo y el periodo de residencia estaba fuertemente politizado. Aquellas promociones de médicos sentarían en gran medida las bases de lo que luego sería el sistema nacional de salud y lideraron los grandes cambios que se avecinaban. Nadie ponía en duda que era necesario dar la vuelta a un sistema, entonces meramente asistencial, fragmentado y basado mayoritariamente en las cuotas de los trabajadores, en la beneficencia o en la medicina privada, con escasos centros de excelencia situados en muy pocas ciudades, que contrastaban con una medicina muy precaria y elemental en grandes zonas del país. Algunos datos nos pueden dar idea de la situación en 1972 y su comparación con el día de hoy.
Evolución del gasto sanitario en España
El gasto público en salud era de 578 millones € para 34,6 millones de españoles, lo que equivale a 16,7€ per cápita, el 67,1% del gasto total en sanidad. Esta cantidad representaba el 2,7% del
PIB. Las últimas cifras oficiales equivalentes son 81.600 millones € para 47,38 millones de habitantes, con 1.732€ per cápita, el 70,2% del gasto sanitario total y un peso en el PIB del 6,6% previsto para este año. Es decir, la cantidad que el estado dedica a cada beneficiario de la sanidad se ha multiplicado por algo más de 100 en estos 50 años (x103,7) y el peso en el PIB aumentó algo menos de 4 puntos.
Para comparar mejor estas cifras, la inflación acumulada en este medio siglo en España bordea el 3.000%, o lo que es lo mismo es como si el coste de la vida se hubiera multiplicado por 30 mientras que como decíamos el gasto sanitario público se multiplicó por 100, más de tres veces más.
En cambio, si hablamos de las
retribuciones de los médicos, mi sueldo bruto en el primer año de residencia (sin guardias, que entonces no se cobraban, al menos en mi hospital) fue de 7.000 pesetas (42€) mientras que, según la Asociación MIR España, el equivalente bruto actual sin guardias serían 1.245€, es decir unas 30 veces, más o menos la inflación acumulada. No se puede decir que en esto hayamos avanzado mucho (y así nos va).
La
esperanza de vida ha pasado de 72,82 a 83,3 años (hombres de 70,14 a 80,3, mujeres de 75,63 a 86,2), de las más elevadas del mundo, aunque deteriorada en los dos últimos años por el Covid. Por entonces había 672.405 nacimientos al año (ningún problema con las prácticas de obstetricia), que medio siglo después se han reducido justo a la mitad: 338.532. Por el contrario, y afortunadamente, la mortalidad infantil ha pasado de 18,6 a 2,7/1.000 nacidos vivos, es decir 7 veces menor y entre las más bajas en el plano internacional.
No existía aún el Ministerio de Sanidad ni el INSALUD, tan solo el
Instituto Nacional de Previsión (INP) donde se centralizaba todo ya que tampoco había autonomías. No había centros de salud, ni médicos de familia, ni estaban reconocidas muchas de las especialidades actuales (por ejemplo, la nefrología). No existían muchos de los procedimientos diagnósticos o terapéuticos que hoy son el ABC de la medicina. No existía la ecografía salvo unos primeros rudimentos en cardiología y poco más, ni por supuesto el TAC u otras técnicas de la moderna radiología. Tampoco la litotricia o la laparoscopia, ni medicamentos como el omeprazol o la mayoría de los hipotensores, los antitumorales, los inmunosupresores…
Cualquier médico con edad suficiente puede hacer este sano ejercicio de recuerdo histórico en su campo de acción y valorar mejor como hemos cambiado. En mi caso, no podía faltar referir la
evolución de los trasplantes a lo largo de este medio siglo. La realidad trasplantadora de órganos en España, eran los 45 trasplantes de riñón (1,31 por millón de habitantes) que se hicieron aquel año, la mayoría de donante vivo y solo en dos o tres hospitales. Tuve la ocasión de asistir durante el primer año de residencia en mi hospital, la Fundación Jiménez Diaz, a uno de estos escasos trasplantes y aquello sin duda marcó mi futuro profesional, lo cual enfatiza la gran importancia que tiene donde y como se haga la residencia. En 2021 se hicieron 4781 trasplantes de todo tipo de órganos (101 por millón) lo que significa que la cifra se ha multiplicado por 100, colocando a España a la cabeza del mundo en este campo durante casi 30 años. Totalmente impensable entonces.
Un deber de quienes ya tenemos una edad es transmitir una memoria lo más fidedigna posible de lo que ha sido nuestra historia para apreciar mejor lo bueno y sobre todo no repetir errores. Y por supuesto constatar que “cualquier tiempo pasado…en modo alguno fue mejor”, salvo porque teníamos menos años.