La quasi-hazaña del atleta Bruno Hortelano Roig de lograr su pase a la finalísima de los 200 m lisos en estos recientes Juegos Olímpicos ha dado pie a comentar su vida y milagros en algunos medios de comunicación. A efectos de lo que aquí nos interesa, vale la pena destacar que 1) de padres españoles, nació en Australia, debido al “que inventen ellos”; luego sus padres, investigadores de alto nivel, se trasladaron a Canadá y a EEUU, 2) a Bruno se le ha atribuido formación en Biología Molecular, pero, buceando en internet, resulta que su formación académica es en Ingeniería Biomédica.
La anterior aparente confusión nos ha traído a la memoria el caso de Núria López-Bigas, licenciada en Biología y que en alguna ciber-biografía consta como bioinformática; Núria ha obtenido recientemente un premio por sus trabajos en análisis computacional orientado a resolver problemas relativos a algunas enfermedades raras.
Traemos a colación estos dos casos para poner de relieve la conveniencia – no nos atrevemos a utilizar el sustantivo necesidad – de revisar de nuevo los límites de la Biología en cuanto a su ejercicio profesional.
Haciendo un poco de historia, cuando la puesta en marcha de los estudios universitarios de Biología, en 1953, nuestro ejercicio profesional estaba muy centrado en la docencia y en la investigación. El desarrollo científico-técnico y las mayores exigencias de calidad de productos y servicios de nuestros conciudadanos llevaron a ampliar nuestros campos de ejercicio profesional; atendidos los resultados del análisis riguroso de nuestra realidad profesional, 43 años más tarde se plasmaron nuestras funciones profesionales en el Real Decreto 693/1996.
Actualmente, transcurridos 20 años, en un contexto en que del lado de la demanda nos encontramos con soluciones a los retos sociales basadas en la bioeconomía y la economía verde, y del lado de la oferta se nos ofrece la multiplicidad de grados oficiales y propios de Universidad que se ofrecen con el prefijo Bio (Biología, Bioinformática, Bioquímica, Biotecnología, Biología sanitaria, Biología ambiental, Ingeniería biomédica, Ciencias biomédicas,…) hace atinado retomar una reflexión sobre los límites actuales del ejercicio de la profesión de Biólogo. Conocer y delimitar nuestro terreno de juego es imprescindible para evitar malgastar los escasos recursos humanos y materiales de que disponemos en los ámbitos académico y profesional.
En otras palabras, nos parece que a los biólogos nos conviene repensar cuál ha de ser el terreno de juego de nuestro ejercicio profesional, sobre todo en el campo de la Sanidad, como ya están haciendo las profesiones sanitarias clásicas en respuesta a las oportunidades que nos ofrece la e-salud, la sanidad in-silico, la terapia génica y bioterapia, las terapias personalizadas, entre otras novedades, ya instaladas en nuestra cotidianeidad.