Las 4 décadas de vida del
Sistema Nacional de Salud son una clara historia de éxito. España ha aumentado en más de 9 años la esperanza de vida, ya entre las primeras del mundo, ha reducido a la cuarta parte la mortalidad infantil o a la mitad la mortalidad ajustada por edad. Ejemplos como el liderazgo mundial de la ONT en donación de órganos durante 28 años, o nuestro sistema de
Médicos Internos y Residentes (MIR), constituyen referencias internacionales de calidad.
Nadie tiene que buscar en el extranjero ningún tratamiento establecido porque no exista en España, dejando aparte las terapias experimentales aún no contrastadas.
Sin embargo, hay indicios cada vez más evidentes de que
la joya del estado del bienestar muestra signos preocupantes de fatiga. Y lo que es más grave, sin que por parte de quienes tienen en sus manos la posibilidad de enderezarlo (no solo responsables sanitarios sino muy fundamentalmente los económicos: los verdaderos ministros y consejeros de quienes depende la sanidad) se perciban signos claros de voluntad o capacidad de hacerlo. En
Redacción Médica se han publicado varias opiniones en este sentido tanto de profesionales como de usuarios, con las que no puedo más que estar básicamente de acuerdo.
"La sanidad no está desde hace muchos años en lo alto de la agenda política"
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Probablemente la raíz del problema radique en que la sanidad no está desde hace muchos años en lo alto de la agenda política. Basta recordar su
virtual ausencia en cualquier debate de las sucesivas elecciones pasadas o la frase con la que fueron rechazados una serie de ministerios entre ellos el de Sanidad en la negociación del anterior gobierno, comparándolos con “la caseta del perro”, para ver de qué estamos hablando.
Si uno quiere ver el vaso medio lleno podemos decir que
nuestra sanidad es la tercera más eficiente del mundo y la primera en Europa años luz por encima de la norteamericana. Queda muy bien pero el problema es que la eficiencia pone en relación los resultados alcanzados con el dinero empleado para ello y este puesto, sensiblemente mejorado en la última década por la reducción del presupuesto inherente a la crisis, obedece en gran medida a lo
relativamente poco que gastamos, sobre todo en sueldos de los profesionales, a niveles estos de Europa del Este, aunque con precios de Europa del Oeste.
El gasto sanitario
Durante la crisis perdimos alrededor de la quinta parte del gasto sanitario en términos reales y a duras penas alcanzamos hoy los niveles previos en términos absolutos, sin contar inflación o los factores tendentes a aumentar el gasto.
Según Eurostat, dedicamos a sanidad el 8,9% de nuestro PIB frente a la media del 9,8% para la UE, y a más que considerable distancia de los que encabezan el ranking, mientras que el gasto del sector público es de tan sólo un 6% (Francia está en el 8% y Dinamarca en el 8,1% y además, con unos PIB per cápita sensiblemente superiores).
Este gasto público representa el 71% del gasto sanitario total frente a un 79% del conjunto de la UE. Los pagos directos por fármacos (
copagos de medicamentos y otros productos sanitarios) representaron un 24% del gasto sanitario total en 2017, un porcentaje muy por encima de la media de la UE, que se encuentra en el 16%. Estas cifras son en gran medida consecuencia de las medidas adoptadas para paliar el impacto económico de la crisis y todos las sentimos en nuestro bolsillo (al menos yo que por mi edad soy candidato a la polimedicación) al ir a la farmacia: no son mera estadística.
"El volumen de la espera quirúrgica y sobre todo el tiempo medio de demora son inversamente proporcionales a los recursos que se destinan a este fin"
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Gastamos en sanidad menos que los países vecinos y de nuestro bolsillo sale un mayor porcentaje de esos gastos. Podemos invocar el milagro de los panes y los peces, pero al final estos déficits se acaban notando a muchos niveles. Un termómetro bastante fidedigno son
las listas de espera quirúrgicas (también las médicas y de pruebas diagnósticas, pero éstas son más complejas de evaluar y comparar).
Recientemente se ha publicado la situación actual de la demora quirúrgica constatándose máximos históricos totales y en muchas comunidades tanto en número como en tiempos de espera.
Con todos los peros que se le quieran poner a este parámetro, desde la contabilidad imaginativa en alguna comunidad hasta algún plan de choque puntual, el volumen de la espera quirúrgica y sobre todo el tiempo medio de demora son inversamente proporcionales a los recursos que se destinan a este fin,
salvo que uno se invente explicaciones atrabiliarias como las del defensor del pueblo catalán, el Sr Ribó. En un sistema de cobertura universal como el nuestro,
el tiempo que espera un enfermo para ser atendido es claramente una forma de copago, tanto mayor cuanto más prolongada sea la espera: un problema de insuficiencia de recursos muchas veces sumado a una gestión claramente ineficaz de los mismos.
La
atención primaria, concebida para ser la base del sistema, con un modelo que en tiempos fue rompedor y que hoy pocos dudan que necesita una reconsideración global, vive momentos convulsos en muchas comunidades motivados fundamentalmente por una
sobrecarga progresiva de trabajo a la que no parece que por el momento se le vayan a poner más que parches. La evolución temporal de la ratio media de personas asignadas a profesionales de primaria en el conjunto del estado fue descendente, tanto para médicos como enfermeras entre los años 2004 a 2012, para estabilizarse a partir de ahí como consecuencia de la crisis y sin signos de recuperación posterior pese a que la población sobre la que se actúa es cada vez mayor, con más enfermedades crónicas y seguramente más demandante. La situación se podrá gestionar mejor, pero desde luego hacen falta más recursos.
El 'maltrato' a los profesionales de la sanidad
En la base de la mayoría de estos problemas se encuentra un
trato deficiente a los profesionales sanitarios, en quienes se centró la tercera parte de los recortes, un 10,3% del presupuesto. Escasez, mala retribución (con lo que la emigración de los jóvenes agrava la situación) y serios problemas de inestabilidad laboral, están en la base de gran parte de los males de nuestra sanidad.
El porcentaje de sanitarios con un contrato temporal, que en 2012 era de un 27%, en 2017 lejos de mejorar, había ascendido al 30%, lo que contribuye muy poco a la estabilidad del sector. A nadie puede extrañar que, ante estas perspectivas, muchos jóvenes, sobre todo de especialidades con mucha demanda como la pediatría o la anestesia, elijan la sanidad privada como primera opción, algo impensable hace no mucho y que desde luego no augura nada bueno al sector público.
"A nadie puede extrañar que muchos jóvenes, sobre todo de especialidades con mucha demanda como la pediatría o la anestesia, elijan la sanidad privada como primera opción"
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La preocupación por el considerable
número de profesionales que van a llegar a la jubilación en los próximos años frente a una mala coordinación en la formación de nuevos médicos y enfermeras que incluso ha sido resaltada por la Comisión Europea en su último informe, constituye otro nubarrón en el horizonte de la sanidad española de no fácil solución a corto y medio plazo con carencias cada vez más acentuadas de determinados especialistas.
Para revertir estos signos de desgaste del sistema y otros que podrían citarse y que además pueden ir empeorando, no solo hace
falta una mayor financiación, que por supuesto, sino que ésta debe ser empleada de una forma adecuada y coordinada para devolver al sistema el ímpetu que le caracterizó en sus primeros años.
Imprescindible un liderazgo coordinador del Ministerio de Sanidad sin el cual difícilmente se podrá avanzar y desde luego un acuerdo político entre las fuerzas con responsabilidad de gestión que saque este tema de la confrontación diaria y lo ponga en la agenda de prioridades. Claves en cualquier solución, los profesionales sanitarios que deben mantenerse, renovarse, adecuarse a las nuevas necesidades y sobre todo ilusionarse. Sin ellos nada será posible.