Cuando siendo un niño decides que quieres ser médico, pronto alguien te dice que tendrás que estudiar mucho y sacar las mejores notas posibles, así que pasas tu infancia y adolescencia intentando conseguir esas puntuaciones excelentes que te catapulten hacia tu ansiada meta.
Para acceder a la carrera de Medicina, la selectividad no solo consiste en “sacar buenas notas”, sino en obtener las mejores puntuaciones, así que el periodo de preparación es intenso e incluye la
angustia constante de no conseguir la calificación suficiente que te permita el acceso a la Facultad de tus sueños.
Durante los años de universidad, descubres que, aunque eras un estudiante brillante en el colegio y el instituto,
en la Facultad solo eres uno más. Si te descuidas, puede que no logres convertirte en médico.
Aunque eras un estudiante brillante en el colegio y el instituto, en la Facultad solo eres uno más
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Los temarios de las asignaturas son extensos y en todas pretenden que seas un especialista en la materia. Las horas del día no son suficientes para compatibilizar la asistencia a las clases teóricas, las prácticas y el estudio, así que una gran mayoría de estudiantes opta por no asistir a clase y aprovechar el tiempo en las bibliotecas, intentando absorber el inmenso caudal de conocimiento necesario para aprobar
unos exámenes que son muy exigentes.
Muchas relaciones sociales se pierden. Hay que renunciar a todo aquello que resta tiempo de formación. Los contactos se limitan, en muchas ocasiones, a los compañeros de estudio con los que se comparten penas y alegrías. Compañeros que, durante toda la carrera de Medicina, los profesores te repiten que pronto serán tus competidores –si es que no lo son ya- en un examen MIR en el que lucharéis por una plaza de Formación Sanitaria Especializada.
Son años muy duros en los que, a pesar de renuncias y esfuerzo, nadie te puede asegurar que el futuro al que aspiras se vaya a convertir en realidad. Tampoco te preparan para la otra cara de la moneda que luego encontrarás: las amenazas y agresiones, la impotencia de las limitaciones de la Medicina, la frustración de –a veces- no poder hacer más de lo que haces, el manejo de los pacientes difíciles o conflictivos, la exigencia de la actualización constante, la responsabilidad…
Cuando acabas la carrera y, para poder incorporarte al mercado laboral, te queda por superar un gran escollo:
el examen MIR. Esta prueba requiere meses de preparación, con la mente puesta en conseguir la puntuación que te permita escoger la especialidad que te gusta en el centro que te guste.
La angustia de no conseguirlo no se separa de ti.
Durante los meses de preparación del MIR, recuerdas con añoranza los tiempos en Primaria y Secundaria, en los que sabías que lograrías quedar en los primeros puestos. Añoranza de una seguridad que perdiste al pasar por la carrera, donde solo eras uno más.
Para todos aquellos que no obtienen plaza MIR, los meses de preparación se convierten en años, pues tienen que volver a intentarlo en la próxima convocatoria.
Al fin, obtienes la ansiada plaza y llegas como flamante médico, aunque sea en formación, a tu centro escogido.
Entonces, allí comienzan las dudas:
¿Seré capaz de hacer todo lo que se espera de mí? ¿Seré capaz de ayudar a los pacientes que están depositando su confianza en mí? ¿Y si me equivoco? ¿Y si no puedo o no me acuerdo?...
Los primeros meses de residencia son muy duros. La responsabilidad de tener la vida de los pacientes en tus manos pesa como una losa;
una losa que acompaña al médico en toda su vida profesional. Son muchos los que en esos primeros meses se replantean su futuro laboral, aunque la inmensa mayoría sigue adelante.
Esos años de residencia no te dejan más tiempo libre del que tenías previamente: guardias, cursos, rotaciones, cursos extracurriculares, máster, doctorado… Todo para alimentar un currículo que te permita, al menos, competir cuando acabes el periodo formativo.
Publicaciones, artículos, más horas de estudio y muchas, muchísimas horas de trabajo … La familia ya se ha acostumbrado a que faltarás en muchas celebraciones familiares, entenderán que en Nochebuena, Nochevieja o los días mas especiales del año,
no podrán contar contigo. Si tienes pareja, se tendrá que acostumbrar a que no siempre podrás acompañarla y que muchas noches dormirá en soledad. Es decir, no solo el residente se tiene que acostumbrar a que trabajará, en el mejor de los casos, 24 horas seguidas o 36 en los servicios que no cumplen la normativa, sino que toda la familia se tiene que acostumbrar a que su presencia será un bien escaso.
Publicaciones, artículos, más horas de estudio y muchas, muchísimas horas de trabajo… La familia ya se ha acostumbrado a que faltarás en muchas celebraciones
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Cuando terminas la residencia, según la especialidad y el centro sanitario, además de la precariedad de los contratos que te hacen estar siempre pendiente de un teléfono y además de no poder planificar nada, te encontrarás en distintas situaciones:
Si trabajas en
Atención Primaria, sabrás lo que es la carrera contrarreloj de atender a 70/80 enfermos en plazos de 3 a 5 minutos, intentando que no se te pase nada importante, luchando contra una burocracia asfixiante y procurando no demorarte para poder atender a todos y que nadie quede insatisfecho. En tus ratos libres, mientras luchas contra el agotamiento mental que te supone ver cada vez más pacientes con menos tiempo, intentarás seguir estudiando y estar al día.
Si trabajas en el
061, en las Urgencias Hospitalarias o en Cuidados Intensivos, el estrés se convierte en tu forma de vida… Deprisa, deprisa, intentando estabilizar a los pacientes en estado crítico no hay tiempo para las dudas ni la vacilación. Hay que tomar las decisiones de forma rápida, sin margen de error y sin tiempo para la sobrecarga asistencial: siempre hay un paciente que espera ser atendido y, en cuanto acabes con el que estás viendo, tendrás que atender al siguiente.
Siempre esperas poder aguantar las 24 horas en plenas facultades y sin que el cansancio y el agotamiento hagan mella en ti. Luchas contra ellos. En los ratos libres… más estudio para no fallar a los miles de pacientes que confían en ti.
Si eres
médico en un servicio hospitalario, los pacientes esperan salir curados o en proceso de curación, pero cada paciente es un enigma nuevo al que te enfrentas cada día; un enigma que tienes que resolver y al que no puedes fallar para que pueda continuar con su vida. Además, las agotadoras horas de trabajo en las que tratas a más pacientes de los que deberías o las guardias en las que te haces cargo de más pacientes…. se pueden complicar en cualquier momento.
Durante toda su vida,
el médico no deja nunca de ser médico. Trabaja en su horario habitual, hace guardias, cubre a sus compañeros cuando enferman, nunca deja de estudiar ni de hacer cursos, publica artículos, libros y comunicaciones, asiste a congresos, investiga en la medida de lo posible y ayuda a formarse a los compañeros residentes. Incluso ya en la jubilación, el médico sigue siendo médico y ayudará siempre que esté en su mano.
Hace poco, leí en redes a un residente que escribía que
“no me da la vida” es la frase que define al residente. Yo le añadiría que es la frase que define al médico durante toda su vida laboral y mientras las condiciones laborales de este país no cambien y para eso trabajamos los Sindicatos Médicos CESM.