La adicción al tabaco es un trastorno mental reconocido en las clasificaciones de las enfermedades mentales, entre las que destaca el DSM-5 (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders- Fifth Edition).
Los investigadores han propuesto desde hace décadas diferentes teorías neurobiológicas para explicar las adicciones. En la actualidad, y desde la investigación en neurociencias, se postula que todas las sustancias psicoactivas con capacidad adictiva se corresponden con sistemas y circuitos cerebrales de comunicación y regulación celular endógenos, como por ejemplo el sistema opioide, cannabinoide y el colinérgico/nicotínico entre otros.
Estos circuitos cerebrales no existen solo para que podamos drogarnos, sino que están vinculados a nuestra supervivencia como individuos y como especie.
La disfuncionalidad de estos sistemas y circuitos neurobiológicos del cerebro por causas genéticas y/o ambientales podría explicar la conducta adictiva y también otros síntomas o trastornos psiquiátricos que se presentan de forma paralela o secuencial, (rasgos y estados de enfermedad mental) y que se conocen como patología dual.
De hecho, existen evidencias científicas que muestran la implicación de receptores cerebrales nicotínicos en diferentes enfermedades mentales como la psicosis, la depresión, la ansiedad, el TDAH, la obesidad y en síntomas como la hostilidad, agresividad, cognición, etcétera.
Según datos manejados por el Instituto Nacional de Abuso de Drogas de los Estados Unidos (NIDA), casi la mitad del tabaco consumido en ese país, lo es por parte de individuos que sufren los trastornos mentales anteriormente citados. Recientes estudios epidemiológicos amplían este hecho y señalan que el mejor predictor de pasar de usar una sustancia, como el tabaco, a tener un uso problemático y/o adictivo de esa sustancia, es tener cualquier trastorno mental. Es un hecho que el tabaco es una droga altamente perjudicial y que produce en los enfermos con trastornos mentales otras patologías también graves.
Con estas evidencias, los psiquiatras y expertos en patología dual abordan el tratamiento de las enfermedades mentales de forma conjunta: el trastorno mental y, en este caso, la adicción al tabaco.
No podemos obviar que el tratamiento de las adicciones y otras enfermedades mentales ha estado expuesto a corrientes moralistas que han obstaculizado su abordaje terapéutico. Por ejemplo, hemos tardado años y decenas de miles de fallecimientos en generalizar el uso de la metadona en los pacientes, debido a que se argumentaba que solo “se reemplazaba una droga por otra y no se optaba por la curación”.
El tratamiento de la adicción al tabaco dispone de tres tratamientos psicofarmacológicos aprobados por las agencias reguladoras internacionales (FDA y EMA): bupropion, vareniclina y nicotina. Respecto a esta última, los expertos conocemos que los pacientes “fuman por la nicotina, pero mueren por el humo”. Esto quiere decir que la gran mayoría de la mortalidad y morbilidad atribuible al tabaco se debe a la inhalación de partículas de alquitrán y miles de gases tóxicos inhalados en aire caliente en los pulmones.
Pero la nicotina es un medicamento razonablemente eficaz y seguro y sirve como tratamiento para los enfermos con patología dual. Sabemos que el tabaco es una sustancia perjudicial y con potencialidad adictiva en individuos vulnerables (por una posible disfuncionalidad cerebral de sistemas y circuitos nicotínicos), pero la nicotina es un medicamento. Su potencialidad dañina para el sistema cardiovascular, por ejemplo, es al menos controvertida y por tanto, no demostrada.
La nicotina se comercializa en diferentes vías de administración como parches transdérmicos, chicles, pellets, spray, y desde hace pocos meses también puede encontrarse en los cigarrillos electrónicos.
Un artículo publicado en la revista Science en enero de este año recoge la opinión del profesor David Nutt, neuro-psicofarmacólogo del Imperial College of London y exconsejero del Gobierno británico en política de drogas, en el que afirma que el cigarrillo electrónico es una forma revolucionaria de administración de la nicotina con la que se podrían salvar cada año más de cinco millones de vidas.
El éxito del cigarro electrónico es muy fácil de explicar: radica en que el cambio de comportamiento que implica para los individuos adictos es muy sencillo y, al igual que otros sujetos con adicciones, - aunque conscientes del riesgo-, no pueden imaginar vivir, funcionar, trabajar o disfrutar sin el cigarro de tabaco. De hecho, muchos de estos pacientes, y sobre todo al comienzo, usan simultáneamente tabaco y cigarro electrónico, con lo que consiguen reducir el uso de tabaco al 50% o más desde el uso inicial, y a nadie se le escapa la diferencia en riesgos para la salud entre fumar 40 cigarros o 10.
Los cigarros electrónicos están compuestos de una batería recargable, un atomizador y un depósito donde se inserta el cartucho que contiene el líquido que lleva entre 6 y 24 miligramos de nicotina, glicerina o propilenglicol, y otros aditivos alimentarios que otorgan los diferentes sabores. Debido a la falta de regulación, podría haber otros productos que pueden resultar tóxicos y que no aparecen en las etiquetas, como nitrosaminas o metales pesados, pero su presencia en cantidades muy pequeñas, no resultaría perjudicial.
Es evidente que existe un déficit de información sobre este producto. Ni los comercios que los expenden ni las autoridades sanitarias han regulado su control, uso y comercialización de forma rigurosa, como debe hacerse cuando se trata de medicamentos y tratamientos que afectan la salud.
Aún en el caso de que la nicotina no sea totalmente inofensiva, el cigarrillo electrónico ofrece una opción terapéutica muy importante a los fumadores que no pueden o no desean dejar de consumirla, como muchos de los enfermos de patología dual.
A pesar de estos datos y evidencias científicas, hemos asistido a una campaña feroz con tintes moralistas que han situado a nuestro país en uno de los últimos lugares de Europa en cuanto a la difusión del cigarrillo electrónico. Para ello, se han esgrimido argumentos tales como el peligro de que los niños puedan ingerir los cartuchos de nicotina, o que serán usados por adolescentes no fumadores, cuando sabemos que el uso de los e-cigarrillos por los no fumadores es insignificante y no pueden ser considerados como una puerta de entrada al consumo de tabaco.
Aquellos que abordan este tema desde un punto de vista moral e ideológico argumentan que no existen evidencias científicas a favor del uso del e-cigarro. Sin embargo, ya comenzamos a disponer de los primeros estudios controlados en pacientes con esquizofrenia- por ejemplo- y los resultados iniciales sobre su utilización son muy positivos.
Sobre los distintos intereses económicos involucrados en este asunto, serán las autoridades sanitarias las que deban tomar las medidas regulatorias oportunas, adoptar una visión científica de este problema y no aceptar o promover información defectuosa o malas interpretaciones de los datos por parte de activistas y moralistas.
La investigación y el debate científico debe continuar, pero no hay discusión posible ni útil para los afectados y sus familias, cuando ésta se aborda desde los prejuicios ideológicos y la supuesta superioridad moral.
Nuestra sociedad, los pacientes y sus familias nos demandan ciencia, no moral o ideología.