Dice Nelson Mandela que “todo parece imposible hasta que se hace”. Esta frase viene bien para introducir este artículo con el que me gustaría hacer una reflexión en alto sobre el tema que está de moda, la demanda de los médicos por la que se pide un reconocimiento a la formación universitaria con mayor carga lectiva, 360 créditos, a la que se deben añadir otros 4 o 5 años de formación especializada.

Una reivindicación que nace en respuesta a la de los profesionales de enfermería que reclaman su incorporación al grupo A1 basándose en que “todos somos grado”. La respuesta parece clara, vale, tu A1 y yo A1+. Pero, sinceramente, no veo posible que, de momento, se logre ese nuevo grupo A1+.

La carga formativa de medicina no tiene comparación con cualquier otra de las que son exigidas para otros profesionales de la Administración. No cuestiono la formación y la dificultad para adquirirla a otras profesiones, nadie cuestiona la dificultad que requiere ser juez/fiscal, notario/registrador,  inspector de hacienda o diplomático, por ejemplo, que, por cierto, a estos profesionales se les reconoce una relación especial, un estatuto o régimen específico, que vienen a admitir sus diferencias con el modelo de funcionariado común, al que a los médicos/facultativos nos asimilan para lo malo y no para reconocernos nuestras diferencias en lo bueno. Repito algo que he dicho y escrito muchas veces, nos llamaron “estatutarios” porque llamarnos “pringaos” sonaba mal.


"No es lo mismo 240 créditos que 300 o los 360 de Medicina. Se pretende igualar lo que no es igual"



Y aquí está el problema. Tenemos unas diferencias que se deben reconocer y admitir, no inventando ahora un grupo de clasificación nuevo, el A1+, algo que supondría un problema para las Administraciones Públicas en su conjunto, que tienen una clasificación basada en modelo que se sustenta en el título universitario exigido para en ingreso en los diferentes cuerpos. Esto, a su vez, viene de una adaptación del histórico modelo de clasificación decimonónico en el que los cuerpos se clasificaban en función de los estudios, y más concretamente, grupo A para estudios universitarios superiores (licenciados, ingenieros superiores y arquitectos) y grupo B para los de grado medio (diplomados, ingenieros y arquitectos técnicos).

Pero llegó el “Plan Bolonia”, una revolución en los estudios universitarios. Las licenciaturas e ingenierías superiores, con la excepción de Medicina, que se mantiene en 6 años, farmacia, veterinaria y odontología, que sigue en 5 años, y arquitectura, que también mantiene los 5 años, pasan a ser “grados” de 4 años, incorporando a este nuevo modelo a las diplomaturas y carreras técnicas que suben de los 3 a los 4 años. Ya a todos se les llama “grado”, igualando en nombre, pero no en carga lectiva a todas las carreras. Que no se moleste nadie, pero hay “grados” y “GRADOS”, no es lo mismo 240 créditos que 300 o los 360 de Medicina. Se pretende igualar lo que no es igual y, aunque se llamen igual, no son lo mismo.

Este cambio supuso también la modificación de los grupos de clasificación, el antiguo grupo B (en la nueva clasificación pasa a ser para Formación Profesional de Grado Superior o Técnico Superior en FP) pasa a denominarse A2, y se llama A1 al hasta entonces grupo A. Una conversión automática pasó se denominar A1 a todos los que eran A y A2 a los que eran B. Con el tiempo se genera una demanda, cada día más fuerte, por parte de profesionales que se sienten discriminados por ser “grado” como otros, y no ser reconocidos como grupo A1. Una demanda entendible, aunque discutible, que no quiero cuestionar, cada cual debe defender y reclamar lo que entiende es justo.

Pero cuando se quiere mejorar legítimamente, se debe entender también que es legítimo y entendible que quien siente que su formación es mayor, hablo solo de créditos universitarios, sin entrar en valorar la complejidad, responsabilidad, cualificación, etc., exija un especial reconocimiento que le diferencie del “genérico A1” para todos los grados. Y ahí estamos los médicos y otros facultativos demandando una nueva categoría.

Entiendo que dentro del modelo de clasificación de los diferentes profesionales de la Administración no parece razonable ahora hablar de algo que hemos llamado A1+, entre otras cosas, porque puestos a acometer una reclasificación de los diferentes grupos y los cuerpos pertenecientes a los mismos, prefiero que se haga una “revolución” y se aborde con valentía un nuevo modelo de relación laboral de los profesionales médicos/facultativos, un modelo propio, un régimen especial, un estatuto que reconozca sus peculiaridades, su formación y responsabilidad, que permita salirse del modelo encorsetado que nos oprime, que reconozca de una vez que, aun habiendo algunas excepciones, el acceso a las plazas para médicos/facultativos, está viciado en origen, hace mucho tiempo que dejó de ser un modelo que se ajuste al establecido en el Estatuto Marco y en el Estatuto Básico del Empleado Público. Lo de “igualdad, mérito, capacidad y publicidad” no se respeta, me atrevo a decir que la contratación es básicamente un modelo “digital”, entendido en el sentido de designación a dedo, en el mejor de los casos mediante concursos que aparentan libre concurrencia, pero en los que se sabe de antemano quien será el elegido. Insisto, excepciones, “haberlas, haylas”.

Me atrevo a proponer que no se hable de grupos, complementos, pagas extras…etc., mejor fijemos unas retribuciones fijas brutas anuales (sueldo base), a repartir en 14 pagas (con ello se termina con la polémica de pagas extra recortadas) o incluso en 12 mensualidades, a las que añadir los complementos por antigüedad, carrera profesional, jefaturas, CSUR, trasplantes, planes especiales, super especialidad reconocida, horas extra/guardias, plus de plazas de difícil cobertura, etc. En este punto, me auto cito y recuerdo lo que escribía en mi último artículo en esta misma tribuna: “Apostemos por un cambio de modelo de retribución para los facultativos” y vuelvo al inicio, “todo parece imposible hasta que se hace”, así que, ¡hagámoslo posible!.