Decía Mahatma Gandhi que
“los cobardes mueren muchas veces antes de morir” y, sinceramente, creo que hay muchos muertos en vida, incapaces de manifestarse públicamente, de vencer su cobardía y hacer visibles sus pensamientos.
En mi anterior artículo en esta tribuna, que titulé
'Perdamos el miedo a opinar. No hay temas tabú', me posicionaba sobre la oferta del IDIS para abordar las listas de espera, o sobre la posibilidad de contratación de médicos extracomunitarios, etc., y lo hacía sin miedo, solo manifestando mi opinión, aun sabiendo que muchos no la compartirían. Pero en la variedad está el gusto,
la no existencia de un pensamiento único enriquece el debate, aporta ideas y progreso.
Someterse al pensamiento único por miedo o cobardía nos lleva al deterioro de una sociedad que es más rica en su pluralidad y su pensamiento abierto.
Vivimos momentos convulsos en España, incluso en el sistema globalizado en el que nos encontramos, añadiría que esta convulsión está extendida al mundo entero. Mires a donde mires ves polémicas, enfrentamientos, intentos de imposición de ideas, etc., y lo que es peor, ves cómo de forma sistemática
hay miedo a posicionarse en determinado lado de la opinión. Se hable de Trump, de Venezuela, Grecia, auge de partidos extremistas y antieuropeos o de la situación de España,
siempre hay un lado que opina en libertad y sin miedo y otro en el que existe el miedo a expresarse libremente.
¿Qué nos está pasando? ¿Cómo hemos llegado a esto? Cataluña, guerra de banderas, enfrentamientos familiares, posiciones inamovibles, cerrazón, 'o estás conmigo o contra mí', etc. Y sus consecuencias: la sanidad deteriorándose, los hospitales que se caen, las listas de espera aumentando, los profesionales maltratados, los pacientes sufriendo, y
los políticos preocupados por las banderas y sus ideas por encima de las necesidades de los ciudadanos. Y podría decir lo mismo en relación a la educación, la justicia, los servicios sociales, etc. Que si independencia, que si unidad; que si esta bandera, que si la otra; que si facha, que si rojo; que si eres un corrupto, que si tú lo eres más.
Y, mientras, tu cadera con espera de meses para aliviar tus molestias, las
urgencias llenas de pacientes esperando una cama, los
médicos de Atención Primaria desbordados y, en definitiva, lo importante en el olvido y lo superfluo en todas las televisiones y con tertulianos en nómina que no paran de opinar.
Yo no quiero un país así. Yo quiero un país en el que la sociedad mayoritaria,
la mayoría silenciosa y abnegada, levante la voz, mande callar a todos estos políticos de medio pelo que nos gobiernan y los ponga a trabajar en lo importante. ¿Alguien acude a un centro sanitario y mira qué banderas hay en la puerta, o si está rotulado en tal o cual idioma? Creo que no. Lo que quiere es que tengan los profesionales que necesita; que disponga de los medios adecuados; quiere un buen profesional, sin que el idioma en el que le hablen sea determinante para acceder a un puesto de trabajo, o que en determinadas comunidades autónomas pongan barreras 'autóctonas', no ya banderas. Así nos va. No es de extrañar que este año
el presupuesto para sanidad se fije en el 5,8 por ciento del PIB, el más bajo de la historia, y no suceda nada. Claro,
cuando estas cosas se envuelven en banderas, se tapa todo. Y lo he dicho en muchas ocasiones,
en esta crítica incluyo a todos los colores políticos, que no se salva ni uno.
Creo que vivimos un momento en el que
cada día morimos más antes de morir, y lo peor de todo, lo hacemos por cobardes. Y para dar ejemplo, sin dejar de ser cobarde, yo me siento español, nacido riojano, criado madrileño, murciano consorte, castellanomanchego por avatares del trabajo y he votado a diferentes partidos a lo largo de mi vida, no siendo uno de esos de por encima de todo 'soy de los míos'; yo no tengo míos.
Los sueños revolucionarios y las necesidades evolucionan con la edad, y con ella la ideología.