*Julián Ezquerra Gadea es secretario general de la Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Amyts)
Decía Bernard M. Baruch, financiero y asesor presidencial estadounidense, “vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”.
Mayo ya está a la vuelta de la esquina. Es la fecha del examen final de la legislatura para los gobernantes de muchas Comunidades Autónomas. Es hora de presentarse ante los más duros examinadores, los ciudadanos, que utilizan la más eficaz y temida calificación, el voto.
Y en este examen no solo se presenta el Partido que gobierna, también lo hacen los que han sido oposición y aquellos que no estaban en el juego político, pero ansían formar parte de la nueva partida. Es el momento del temor, de echar el resto, de vender “logros” y “bondades”, de prometer o de comprometerse, de ilusionar, de decir verdades o falsear realidades, en definitiva, es el momento de los políticos y los partidos a los que representan.
Escucharemos de nuevo lo que “hemos hecho”, lo que haremos, lo buenos que somos los profesionales, la gran Sanidad que tenemos, por supuesto gracias a ellos, y todo tipo de iniciativas, de grandes ideas, de eslogan que se repetirán hasta la saciedad, etc. Pero la cruda realidad es que no se dan cuenta que cada día engañan a menos gente, que los ciudadanos ya están escarmentados, que eso de “votar a los míos” ya es cada vez más cosa del pasado, que la gente comienza a votar pensando en claves que a los políticos, bueno a algunos políticos, se les escapa. Volveremos a escuchar los Hospitales y Centros de Salud que han construido, las oposiciones que nos han “regalado”, la Sanidad Pública universal, gratuita y de máxima calidad, el prometo revertir las privatizaciones, firmo ante notario el compromiso de esto y aquello, la garantía de financiación, …y en definitiva nos dirán todo lo que queremos oír, lo que ya nos han dicho hace cuatro años, y que volverán a decirnos dentro de otros cuatro más.
Triste panorama nos espera. Me gustaría poder tener un debate, un cara a cara con los candidatos, la posibilidad de ponerles ante sus contradicciones, de preguntar y repreguntar, de contestar tras sus respuestas, de presionar hasta que contesten a lo que se pregunta, de exigir que expliquen el cómo y cuándo de cada una de sus propuestas. El cuánto cuestan sus ideas y de dónde saldrá la financiación. Hacer un programa político poniéndose a escribir sobre un papel es sencillo, pero detallar las propuestas y desmenuzarlas, decir lo que costarán y cómo se dotarán, etc., eso es más complicado. Y hasta ahora, yo al menos no lo he visto.
Deseo equivocarme. Deseo que algún político me ilusione. Deseo poder votar un programa creíble, contrastado, bien presupuestado, que sea factible y ajustado a nuestras necesidades y nuestra realidad. De momento no lo veo. Lo conocido hasta ahora, la alternancia bipartidista tradicional, no responde a mis expectativas. Las opciones de cambio las veo verdes, poco maduras, más cerca de la utopía que pegadas a la realidad. Esto me deja un poco desmotivado, y por compromiso y responsabilidad quiero votar, quiero participar en este ejercicio que es la base de la democracia. Lo malo es que solo veo sombras al final del túnel, y necesito vislumbrar al menos algo de luz, algo de claridad.
Sería triste llegar a mayo y tener que hacer caso a Bernard M. Baruch, votando a quién menos prometa y disminuyendo con ello el riesgo de decepcionarme.