El físico y empresario japonés, Akio Morita, dijo que “desde el punto de vista de la gestión, es muy importante saber como dar rienda suelta a la creatividad innata de la gente”. Y dicho así, para el caso de la gestión clínica sería como decir que se deje a los profesionales dar rienda suelta a su creatividad en el mundo que conocen, la sanidad. Que bien suena, que interesante parece, y que bueno sería para el sistema. Pero quien dijo esto no es otro que el cofundador de la gran empresa Sony, un hombre muy alejado de nuestro entorno.
Extraña forma de empezar este artículo, pensarán algunos. Y no les falta razón. Hablar de gestión clínica invocando a un innovador y emprendedor como Akio Morita, sería como pensar que su experiencia aplicada al mundo de la sanidad, equivaldría a permitir que la capacidad que tienen los profesionales para organizar, optimizar, dirigir, innovar, crear, fuera el modelo a seguir para salir adelante y hacer mas eficiente, sostenible y mejor el sistema sanitario público. Es decir, que la capacidad de los profesionales debería ser la base que sustente el modelo. Pero, por desgracia, mi teoría no es esta.
La moda de la gestión clínica, que de alguna manera ha sido puesta sobre la mesa por profesionales, y no se muy bien si con intencionalidad buena o mala, si de “motu propio” o inducidos desde los gestores, se está convirtiendo en una herramienta perversa. Está generando problemas entre profesionales que la defienden y quienes la critican por entender que es un modelo de privatización, que yo desde luego no veo por ninguna parte, aunque reconozco mi ingenuidad cada día mas acentuada.
Por otra parte, la gestión clínica esta generando enfrentamientos entre las dos grandes profesiones sanitarias, los médicos y la Enfermería. Estos enfrentamientos ¿a quién favorecen? Desde luego a los profesionales y al sistema, no.
Está claro que todo tiene un beneficiario claro, la Administración, la “malvada Administración” y su séquito de interesados gestores y políticos, incapaces de poner soluciones a un problema irresoluble como es el de la sanidad pública y sus insuficientes presupuestos, su inagotable e ilimitada tendencia al incremento de gasto.
Vivimos en una época de avances tecnológicos increíbles, en los que un fármaco o un nuevo equipo diagnóstico o terapéutico quedan obsoletos a ritmos impensables, sin dar tiempo para realizar evaluaciones serias de su efectividad, impacto en años de vida ajustados a calidad, posibles efectos adversos a medio plazo, etc. Tenemos un serio problema estructural y financiero, tenemos que poner límites a una demanda infinita, hay una excesiva medicalización de nuestra vida, incluso todo ello fomentado desde medios de comunicación, profesionales, la propia autoridad sanitaria, etc.
¿Quién no ha escuchado el consabido, “si…” acuda a su especialista? Pero es que el “si…” viene con un duerme, o no duerme, come o no come, esta triste, tiene una frustración, esta de duelo… o cualquier cosa que hasta hace unos años no era motivo de “tratamiento profesionalizado”. Hemos llegado al extremo de acudir al sistema sanitario para hacer una cura al niño que se cae y tiene una simple erosión, ¿Quién iba a decir a mi madre que era necesario ir al médico por esa herida que siempre teníamos y ella nos curaba?
Y en todo este contexto, aparece la gestión clínica como el remedio a todos los males. Los profesionales demandamos gestionar los recursos, hacernos copartícipes de la gestión, ser los actores principales. Esta muy bien, esto sería dar rienda suelta a nuestras capacidades. Y yo lo comparto, en la teoría.
Pero ¿cuál es mi tesis, mi duda, mi miedo? Pues que estemos cayendo en la trampa de quienes no se atreven a poner remedio al problema. De quienes por intereses de rédito político y electoral no quieren estar al frente de medidas que desean pero no hacen, para eso están los “tontos útiles”, los profesionales. Para esto estamos, para poner orden y remedio a lo que otros no hacen, para dar la cara ante los ciudadanos en general y nuestros pacientes cada día, para hacernos los líderes de la causa, mientras ellos desde los despachos se frotan las manos viendo cómo les sacamos las castañas del fuego y encima sin coste para su futuro. Han encontrado “al que pone el cascabel al gato”.
En resumen, gestión clínica SI, pero asumir el riesgo que nos transfieren sin tener las cosas claras, NO. Y el problema es que entraremos de lleno en ello, nos harán creer que somos necesarios y nos darán palmaditas en la espalda, nos adularán y al final, como siempre, nos harán ser ejecutores de lo que quieren y encima pensando que somos nosotros los que lo decidimos.
Esto me recuerda a lo que le decía yo a mi hijo mayor al comienzo de sus estudios universitarios: “tú aún no sabes que te quieres ir un año fuera de España”, y efectivamente no lo sabía, se fue y aún cree que la decisión fue realmente suya. Hoy estoy pesimista, pero es que lo veo venir y me rebelo contra ello.