Esta frase de Patrick Deville:
“Considero la medicina un sacerdocio, como ser pastor espiritual. Pedirle dinero a un enfermo para sanarle es un poco como decir: la bolsa o la vida”, es una buena forma de entender
lo contrario de lo que hoy quiero manifestar en este nuevo artículo de opinión. No es que el médico no sea humanista, que su perspectiva humana no sea algo importante y básico, lo que quiero decir es que, detrás de un médico hay una persona, un profesional, un ciudadano que vive en una sociedad de consumo en la que todos tenemos necesidades básicas que cumplir. Ejercer la medicina es un medio para lograr satisfacer nuestras necesidades y las de nuestros familiares, también de satisfacer nuestra faceta más humanista y cercana a la mal llamada vocación.
La figura del médico ha sido tradicionalmente envuelta en un halo de respeto y admiración, aunque a mí me parece que el médico es un profesional muy cualificado que es equiparable a otros muchos que no despiertan tanta admiración en general, no en mi caso que siempre he sido un profundo admirador de esos arquitectos e ingenieros capaces de construir esas mega estructuras. Se les considera casi como seres superiores, cada vez menos, dotados de conocimientos y habilidades que los colocan en una posición privilegiada en la sociedad. Sin embargo,
es fundamental desmitificar esta imagen y reconocer que, detrás del título y la bata blanca, hay personas comunes, con vidas llenas de retos y responsabilidades.
"La vida de un médico está marcada por jornadas laborales extensas, estrés y, a menudo, una falta de tiempo para dedicarse a su familia"
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Un aspecto que a menudo se pasa por alto es que los médicos, como todos nosotros, tienen familias. Muchos son padres y madres que deben equilibrar su exigente carrera con las responsabilidades de la crianza. Una
tarea compleja por el horario que en muchos casos imposibilita la conciliación familiar. El médico que se presenta con una sonrisa y un diagnóstico preciso en la consulta también puede estar lidiando con las mismas preocupaciones que cualquier otro padre: el cuidado de sus hijos, el pago de la hipoteca y la educación, etc. Esta dualidad entre su vida profesional y personal resalta su humanidad, pero también ocasiona un malestar emocional con el que te acostumbras a convivir.
Perder ese día especial que tu hijo juega un partido, esa reunión de navidad con toda la familia, faltar al cumpleaños, etc.,
hace que en ocasiones te plantees si merece la pena ejercer esta profesión.
La vida de un médico está marcada por jornadas laborales extensas, estrés y, a menudo, una falta de tiempo para dedicarse a su familia. La presión constante por “salvar vidas y mantener el bienestar de sus pacientes” (un poco exagerado, pero en muchos compañeros real) puede llevar a la fatiga emocional. Al llegar a casa, después de un largo día, deben ser padres, cónyuges y amigos, enfrentando las mismas demandas de la vida familiar que cualquier otra persona.
Los costos asociados con la crianza de los hijos, desde la educación hasta actividades extracurriculares, son una preocupación constante.
A pesar de su estatus profesional, muchos médicos deben hacer malabares con sus finanzas, tomando decisiones difíciles sobre cómo equilibrar sus ingresos con los gastos del hogar.
No es cierto que los médicos se “forren”, los hay que ganan mucho, cierto, pero
la mayoría son asalariados públicos, no quisieron llamarnos funcionarios y se inventaron eso de “estatutarios”, pero somos lo mismo para unas cosas y diferentes para otras, como por ejemplo para tener
jornadas laborales especiales, jornadas extras que llaman jornada complementaria (guardias para quien no lo entiendo), y como tales las
retribuciones creo que no se corresponden con la dificultad, responsabilidad y exigencia que tienen.
"Desmitificar al médico es un paso esencial para construir una sociedad más comprensiva y solidaria"
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La imagen del médico exitoso puede ser engañosa. Aunque muchos logran establecerse en buenas posiciones económicas, el
camino hacia ese éxito a menudo implica sacrificios personales y familiares. La formación médica es extensa y agotadora, y la inversión de tiempo y recursos puede ser muy importante. Por lo tanto, es esencial reconocer que, detrás del éxito profesional, hay historias de lucha y sacrificio.
Desmitificar al médico también significa reconocer el valor de la empatía en su práctica. Al comprender que estos profesionales enfrentan las mismas tensiones familiares y económicas que sus pacientes, se puede fomentar una relación más comprensiva y humana. Esta conexión puede enriquecer el proceso de atención médica, ya que
los médicos, al ser conscientes de sus propias vulnerabilidades, pueden abordar las necesidades de sus pacientes con mayor sensibilidad.
Desmitificar al médico es un paso esencial para construir una sociedad más comprensiva y solidaria. Hay que reconocer que, detrás del profesional que se esfuerza por cuidar de nuestra salud, hay una persona con responsabilidades familiares y desafíos cotidianos y eso nos permite humanizar la figura del médico. Al final del día, todos compartimos la misma lucha por equilibrar nuestras vidas, y esta conexión puede ser un puente hacia una atención más compasiva y efectiva en el ámbito de la salud.
Volviendo al principio,
la medicina no es un sacerdocio, simplemente es una maravillosa profesión ejercida por un profesional, un ciudadano más, que
también tiene necesidades “mundanas” que satisfacer y que en ningún caso debe tener remordimiento alguno por querer disfrutar de un reconocimiento más allá del de conformarse con cualquier cosa por eso de la vocación. No es cosa de “la bolsa o la vida”, es mas aquello de “
no hay Don sin Din”.