Durante los últimos años hemos asistido a la adaptación de los estudios de medicina a las pautas del Plan Bolonia, una adaptación que ha tenido como eje, la continuidad de la formación médica. El que la formación del médico responda, efectiva y eficazmente, a las necesidades planteadas exige un esfuerzo de colaboración entre la universidad y el sistema sanitario y, en este contexto, el hospital universitario representa un espacio de encuentro y colaboración máxima entre estas dos instituciones.
Las misiones docentes e investigadoras deben ser características del hospital universitario, conjuntamente a la misión asistencial, por lo que toda la estructura hospitalaria, sin excepción, debe estar realmente asociada a esas misiones. Ello incluye la disposición de espacios de investigación y docentes adecuados, así como el establecimiento de planes de docencia e investigación en las distintas unidades asistenciales, con la inclusión de objetivos en los contratos-programa, así como la garantía de que el estudiante tenga un papel claro en el ámbito hospitalario.
Todo ello acompañado de mecanismos de garantía de calidad, con los correspondientes indicadores y procedimientos de evaluación, que deben extenderse a la investigación con indicadores propios de la consideración de hospital universitario: tesis doctorales, proyectos de investigación, publicaciones, factor de impacto, etc., cuestiones todas ellas que deben valorarse adecuadamente, y que deberían contemplar actuaciones conjuntas entre la universidad y la institución sanitaria en la identificación de fortalezas, la puesta en común de recursos y el desarrollo de planes estratégicos.
Para que esta compleja y singular estructura pueda realizar sus tres funciones (asistencia, docencia e investigación), precisa de la comunicación fluida de los responsables académicos y hospitalarios. Es preciso entender que se trabaja en la misma dirección y que se navega en el mismo barco, como el propio nombre de la institución refleja “Hospital Universitario”.