El ludismo fue un movimiento de protesta que se generó en la Inglaterra de la revolución industrial, en el siglo XIX, por trabajadores de la industria textil ante la llegada de las máquinas y los miedos que surgieron a que fueran reemplazados por las mismas.
Como no podía ser de otra forma, porque de poco sirve poner vallas a la evolución tecnológica, sobre todo si es para mejorar las condiciones de vida de la sociedad, todos los intentos para bloquear la llegada del futuro fueron inútiles y los trabajadores manuales fueron sustituidos por los telares industriales. Y en esa época, como ésto paso también con la agricultura, pudimos ver como la población cambio a un modelo mucho automatizado que dio lugar, entre otras cosas, a que los trabajadores manuales encontraran hueco en un sector empresarial hasta entonces casi desconocido; el sector de los servicios.
En esa época, al menos desde la distancia, se podría intuir que el desarrollo tecnológico derivaría en el reemplazo de la mano de obra y la creación de nuevas profesiones que ayudaran a facilitar y simplificar la vida de una gente que por entonces era bastante precaria.
Hoy en día, estamos en uno de esos momentos en el que sabemos que las cosas están cambiando de forma totalmente disruptiva, con la incertidumbre que no sabemos hacia dónde vamos, ni tenemos a la vista un escenario laboral que nos permita mejorar de forma general las condiciones de vida de la gente más allá de las que existen en la actualidad. Como entonces, los luditas, vemos, por ejemplo, a los taxistas en las calles protestando por las nuevas plataformas de transporte de viajeros, siendo esto de las pocas amenazas reales y concretas visibles que podemos encontrarnos en el momento actual y que además por mucho que protesten, antes o después todos sabemos cómo va a acabar. Pero este ejemplo, no es extensible al resto de los efectos que están por venir por la revolución digital. Porque nadie sabe, a ciencia cierta, hacia dónde nos va a llevar a nivel laboral el mundo de la infotecnología – la gestión del big data -. ¿Alguien puede predecir realmente donde nos va a llevar el hecho de que todo pueda funcionar según el establecimiento de algoritmos hechos por ordenador inaccesibles para nosotros? El escritor Yval Noah, en su libro sobre 21 lecciones para el siglo XXI, postula que asistiremos a una época caracterizada, entre otras muchas cosas, por la irrelevancia de las clases trabajadoras ante las máquinas. El avance continúo de la innovación hará que sea imposible que el mundo laboral pueda adaptarse a las continuas nuevas necesidades de una sociedad que estará condicionada por las posibilidades que le den máquinas mucho más flexibles a esas demandas.
Si llevamos esto al plano de la atención a la salud, es muy posible que el futuro venga determinado por la intervención de la tecnología en todos los quehaceres de la actividad sanitaria. Desde la automatización de los diagnósticos, la predicción personalizada de los planes de prevención o incluso de la aparición de las enfermedades y por supuesto la venta de medicamentos a través de chatbots inteligentes con capacidad para resolver cualquier duda, sobre la marcha, que pueda tener el paciente. Y todo esto, lo podremos retrasar, pero no lo podremos evitar. Sin embargo, en mi opinión, lo que no creo que pueda ser sustituible en nuestro sector, sea la parte emocional que implica el trato del enfermo con el profesional sanitario de cualquier tipo. Por mucho que se diga que se podrán reproducir las transmisiones bioquímicas del ser humano, no creo que el cariño, la empatía y la preocupación sincera por los enfermos puedan ser reproducidos por ninguna máquina. De hecho y aunque parezca paradójico, la tecnología creo que nos va a aproximar a una relación con los enfermos más humanizada que nunca, dado que si no, la gran mayoría de los profesionales del sector se quedaran sin trabajo.
Recientemente las enfermeras, tras muchos años de justas reivindicaciones han obtenido la posibilidad de indicar medicación aumentando con ello sus competencias, a costa de la de los médicos. Pero veo con asombro, porque lo que en el fondo creo que se trata es de mejorar la calidad de vida a los enfermos, y se retuerce demagógicamente con argumentos estériles, que se pone el grito en el cielo porque los farmacéuticos de las farmacias puedan acercarse a los domicilios, que quieran los pacientes, y con ello tratar de ayudar en el seguimiento de la toma de la medicación de los pacientes crónicos y ancianos – que los que estamos en el sector sabemos que el sistema de control de la adherencia terapéutica actual, en general, deja bastante que desear – y de paso dar ayuda, consuelo y aunque sólo sea mostrar interés y afecto por esos enfermos. Sobre todo porque hay zonas rurales en donde la asistencia de los centros de salud están desbordadas y lo más cercano y accesible es el farmacéutico del pueblo.
A mi juicio, en esta ocasión, la postura de la profesión enfermera se equivoca doblemente. Primero por solidaridad con una profesión que trata de acercarse al paciente para buscarse también un hueco en el futuro a costa de dar afecto al paciente. Y segundo porque ese acercamiento, sinceramente no creo que reste ni competencias a otras profesiones sanitarias y sí que suma y añade valor a la asistencia de nuestro Sistema de Salud a nuestros enfermos.
El cariño y la atención a los enfermos, no puede ser competencia exclusiva de ninguna profesión sanitaria. Vamos hacia un modelo en el que tenemos que reivindicar el papel, no del farmacéutico, el enfermero o el médico, si no del ser humano frente a la máquina y por tanto, más nos vale hacer un pacto de no agresión porque en conocimientos, aptitud y pericia la batalla del futuro la tenemos más que perdida.