Con sus problemas endémicos y sus debates interminables, la sanidad española era muy
diferente en 2004, año en el que nació Redacción Médica. Por entonces, y también antes,
muchos agentes y protagonistas del sector veníamos advirtiendo de que el cambio profundo
de nuestro sistema era obligatorio y que no había que demorarlo por más tiempo. Nada se
hizo entonces, igual que poco o nada se hizo años atrás. Y en esto llegó la crisis.
La crisis llegó para quedarse y para cambiar por completo el mundo que conocíamos; también,
ay, nuestra sanidad. No hemos sido capaces de modificarla con tiempo y mesura, poco a poco,
durante esos años de bonanza económica que parecían interminables y que, bien utilizados,
podrían haber servido para acomodar una reforma ambiciosa, pero no traumática, acometida
en un proceso continuado y no impuesta en un ahogo de conflictos, huelgas y lamentos.
Ahora, es la situación crítica de nuestras finanzas como país, y por extensión del Sistema
Nacional de Salud, la que ha desencadenado una sucesión de medidas impensables y
extraordinarias que, en otra coyuntura, jamás se hubieran tomado. Los políticos no han
tenido otro remedio que dejar a un lado los debates y las consideraciones teóricas y
lanzarse a recortar, suprimir y reconsiderar. Desde luego, no lo han hecho con satisfacción ni
convencimiento. Lo han hecho porque no les ha quedado más remedio.
Por eso, y aun lamentando la manera en la que se están produciendo algunos cambios, que ni
están siendo bien planteados ni, sobre todo, bien comunicados, creo que algo claro habremos
sacado de la crisis al final de este trayecto si logramos concluir las reformas en marcha. En este
sentido, no sería deseable que la amplia y sostenida contestación social, y en ocasiones hasta
profesional, pudiera obstaculizar la esencia misma del cambio: que el Sistema Nacional de
Salud no puede seguir anclado en la misma configuración de hace décadas, ni en la gestión de
sus servicios ni en la gestión del personal, principalmente.
Y claro que habrá que seguir discutiendo, consensuando, cediendo en los planteamientos para
llegar a acuerdos aceptable por una gran mayoría. Pero todos los que formamos parte de la
sanidad deberíamos asumir de una vez que la reforma está en marcha, es inaplazable y, de una
manera u otra, impondrá su realidad, dejando lejanos y vacíos aquellos debates sanitarios del
pasado que ofrecían conclusiones tan alentadoras como inaplicables.