Después de pasar un tiempo razonable y, dado que el tiempo va poniendo las cosas en su sitio, es el momento de hacer algunas reflexiones a vuela pluma.
Para empezar, como corresponde, con el caso de Ana Mato. La ministra convocó acertadamente de forma urgente una rueda de prensa a las pocas horas de saberse que estábamos ante el primer caso de ébola por contagio fuera de África. Desde el inicio del ebolismo, que empieza aquí, ya se le pide su dimisión y preferentemente su cese, desde la oposición, ya sea desde medios afines o por medio de las personas e instituciones simpatizantes con ella. En esta presentación pública estaba rodeada de la directora general de Salud Pública del Ministerio, del director general de Atención Primaria (que incluye salud pública) de Madrid, del jefe de Medicina Interna del Hospital La Paz-Carlos III, el jefe de Infecciosas y el gerente de dicho hospital, sin duda unos referentes en sus atribuciones, pregunten. En esta comparecencia, la ministra sitúa el tema y deja hablar a los expertos dando el turno “a quien entendía” era el adecuado. Así transcurrió la rueda hasta que un periodista “independiente al máximo” le pregunta por las responsabilidades y las dimisiones por esta infección. Ana Mato afirmó acertada y rotundamente que no era el momento. Aparte de que esta rueda de prensa fuera o no el prototipo de rueda estándar para situación de crisis, criterio al menos discutible, ¿dónde esta el fallo de la ministra?
Es sabido que Ana Mato no es médico, como 17 de los últimos 19 ministros, y si esto es así, ¿no es razonable que permita hablar a los que saben? ¿No lo hizo? Y vuelvo a preguntar: ¿dónde estuvo el fallo de Ana Mato? ¿Quizás se le achaque el contagio de la auxiliar? Esta hipótesis es inadmisible; la infección o es un problema del protocolo impuesto por la OMS o es un fallo humano/administrativo en la ejecución del mismo. En ambos casos, ha quedado patente que esto es posible (EEUU). En el primer caso, el culpable sería la OMS y en el otro la Comunidad de Madrid, por su ejecución, o las personas intervinientes, pero nunca la ministra. ¿No es así? ¿Por qué desde esta rueda de prensa, es decir desde el minuto cero, ya se pide la dimisión? No necesito decir que, como todo en este país, máxime cuando se puede rentabilizar, se politiza todo a velocidad del rayo, y en este caso incluso más: daba mucho de sí, como se ha visto.
Al día siguiente, Pedro Sánchez, el magnánimo, en un alarde de magnificencia (como corresponde al pseudónimo), decide no pedir responsabilidades; pero eso sí, pide la comparecencia del presidente Rajoy para explicar lo que no puede y adelanta que habrá tiempo para exigir las tan temidas responsabilidades, es decir, da orden encriptada a su aparataje mediático, institucional, personal, profesional… que lo tiene, y mucho, para que se pongan a funcionar rápida e intensamente pues las elecciones están cerca.
En esta vorágine de acritud, violencia verbal, desacreditaciones por doquier, exigencias de responsabilidades… “todavía no se sabía de qué”, quizás puede ser por el contagio, quizás por haber traído a los misioneros (no quiero imaginar lo que se habría dicho de Rajoy si no los trae), quizás por intereses oscuros… resulta que esta auxiliar con responsabilidad y sentido común escuetos (nunca mentirosa) y su marido tenían un perro que se llamaba Excalibur. Este can, que ha estado durante una semana en contacto de 24 horas al día y no un "roce en la cara”, es posible que estuviera contagiado y, en esta triste tesitura, las autoridades sanitarias, “enormemente presionadas”, deciden que ante la mínima duda de posibilidad de que fuera un vector de propaganda de la infección y en base a criterios profesionales (del momento) se toma la dura decisión de que lo mejor para preservar la salud pública de la población, el primer peldaño e incuestionable en el orden de prioridades, es sacrificar el animal, y recalco lo de animal.
En esta difícil papeleta se decide, porque pasaba por ahí, que el director general del paciente de Madrid ordene el sacrificio del perro. A partir de este momento, el marido de la auxiliar (soldador de profesión, que por cierto escribe muy bien. ¿Dónde lo aprendió?), entiende que lo que es bueno para la salud pública (a juicio de las autoridades en la materia) no es bueno para Excalibur y decide instar a través de las tan manidas redes sociales a la rebelión para impedir el sacrificio de su querida mascota. Impresionante y patético el revuelo que organizan los defensores del toro de Tordesillas, de la cabra de Manganeses, del oso polar, de las ballenas o del animal que se ponga por delante… arriesgando sus propias vidas (en teoría) por salvar la del famoso perrito, pero sin interpretar en ningún momento que podría ser pernicioso para los ciudadanos. Dado que el marido ha dicho públicamente que va a demandar al Ministerio y a la Consejería por este y otros muchos hechos, ¿no se le podría demandar a él por atentar contra la salud pública? Que entiendo que está por encima de todo.
Retomando la figura de Julio Zarco, médico de familia, honesto, humanista donde los haya, buen profesional y responsable en su quehacer cotidiano hasta decir basta…; desde que toma esta decisión de dar luz verde al sacrifico del perro por indicación epidemiológica, ya se verá si acertada o no, pero desde luego bien intencionada y valorada, su vida ha cambiado dramáticamente. Desde este momento triste y difícil sin duda para Julio, se cierne sobre su vida un vendaval de barbaries encadenadas: sus hijas, perseguidas y vejadas en sus centros educativos; su casa, asediada; su mujer, injuriada y amenazas de muerte colectivas que parten supuestamente de los defensores de los animales. Me preguntó: ¿quiénes son los animales? ¿Qué se debe hacer en estos casos desde las instituciones? Se me ocurren muchas cosas, las diré en otro momento.
En el caso de Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid desde hace unos meses, y trabajando hasta la extenuación día a día por mejorar la sanidad madrileña y encauzarla de nuevo tras la penosa y famosa marea blanca, es obvio que no se dio cuenta que hablar ahora que es consejero, aunque sea en una intervención parlamentaria, -y repito 'intervención parlamentaria' (a la que estaba acostumbrado)- no es lo mismo, y que sus palabras trascienden mucho más. Se equivocó, ha pedido perdón por ello, públicamente y por escrito. Es difícil pensar que una paciente mienta, y más cuando está en juego su vida, pero no deja de ser cierto que la actividad y decisiones que tomó esta auxiliar/enfermera en estos días son sorprendentes. Una profesional que ha estado en contacto con el ébola y que se empieza a encontrar mal, con fiebre (me da igual que sea menos de 38.6, lo ha apuntado Rodríguez Sendín) tenía que haber actuado de otra forma, valga la redundancia, más profesional. Es decir, lo de la depilación, ir al médico de cabecera sin advertir de su condición… es al menos de escaso sentido común, de poca responsabilidad, pero nunca de mentirosa, señor consejero, aunque tiene razón en lo llamativo de su actuación. Sería bueno observar la reacción de estos ilustres que piden su dimisión, si en 300 emisoras de radio, 200 canales de televisión, 6.000 columnas de opinión, 250.000 entrevistas de todo tipo y color, con un millón de tertulias y tertulianos opinando lo que les da la gana en aras de la manipulada libertad de expresión, que están para opinar aunque no tengan ni idea de lo que hablan. Si estuvieran en su pellejo, veríamos si no trastocarían alguna palabra o concepto. En fin. En Madrid no todo se hizo bien pero habrá que esperar a conocer dónde estuvo el fallo y entonces y solo entonces pedir responsabilidades, comparecencias a quien las tiene y no más, ni antes, señor Pedro Sánchez.
En el caso del Hospital Carlos III, desde hace varios años ha sido utilizado a menos del 50% de sus posibilidades “por falta de trabajo” y, en esta tesitura, la CAM decide correctamente, a mi criterio, que hay que reconvertirlo en algo útil (más en tiempo de crisis) para la sociedad, y que sea eficiente, aspecto demandado desde todos los foros pero sin cambiar nada. ¿Difícil, no? Se pretende dar el paso de ingresar a los misioneros a sabiendas de que esta transformación estaba en curso. Es verdad que nadie contaba con este revés del contagio, pero se demanda de nuevo que sea un centro de referencia nacional para enfermedades infecciosas. Muy bien, que lo sea, pero debe intuirse que en cuanto pase el ébola en España (no en África, que va para largo) el Carlos III será de nuevo ruinoso.
Mientras tanto, esta posible decisión va en detrimento de otras patologías de más incidencia y relevancia en la población y es fácil pensar que camas asignadas a otros servicios en este hospital se las han quitado y se quitaran más, y eso va en perjuicio de los ciudadanos madrileños. Muy bien Ignacio González, si se hace centro de referencia, que sea a expensas de la administración nacional, y ahí sí interviene la ministra.
Otro aspecto, hablo como médico y entiendo que como profesional sanitario: ¿es razonable que los profesionales sanitarios, en función de la gravedad y posible contaminación por parte de los pacientes, nos neguemos a atenderlos? Si esto es así, ¿qué hubiera pasado con las múltiples epidemias que ha habido, meningitis, tuberculosis y, más reciente, el sida? ¿Quién los iba a atender? Es inherente a la profesión el riesgo (mineros, construcción, fórmula 1…) y máxime en las unidades de cuidados intensivos e infecciosas; quizás haya que demandar más seguridad (será otro capítulo), más consideración económica, etc., pero atender a un paciente nunca puede ser un acto voluntario, que es lo que está pasando. Y que haya que recurrir a mercenarios de la sanidad... Es incomprensible que salgan intensivistas incitando al voluntariado en la atención al paciente.
Si mantenemos la premisa de que las profesiones sanitarias son vocacionales (se las debe reconocer como tal) ¡qué recontracáspita es de valientes atender a estos pacientes! ¡Es su obligación y punto! Me imagino que la Administración tomará lecciones del ebolismo y extraerá el aprendizaje magistral que se le ha ofrecido tanto para incentivar, como para exigir.
En definitiva, por hoy vale. ¿De qué se acusa a la ministra de Sanidad? ¿De dar una rueda de prensa no brillante? Dejen de chapuzas y de politizar la situación.
Esperemos que vuelva la calma, que se depure lo que ha pasado y no hagamos héroes y villanos antes de tiempo. Y, sobre todo, no caigamos en el histerismo colectivo de no entrar en el Hospital de Alcorcón, o en los colegios de los hijos, o en el portal de al lado de donde vivía Teresa... porque lo que sí parece evidente, de momento y ojalá no cambie, es que o no es tan contagioso el ébola o Teresa y su marido no tenían mucha relación o no quisieron tenerla por miedo al contagio, cosa que no le preocupó con los demás.