La temporada política se despidió con una propuesta que pasó un tanto desapercibida, pero tiene una gran importancia y, posiblemente, trascendencia. El Presidente del Gobierno (PG), Pedro Sánchez (PS), en su visita al CSIC propuso la creación de puestos de asesores científicos para el Gobierno.

Una propuesta novedosa en España, pero no en otros países, por lo que supone un paso adelante. Ahora es fundamental los criterios de selección de esos asesores científicos y que no se despeguen de que es una asesoría al gobierno, con lo que ello comporta, no solo en lo científico-técnico, sino también en lo político-ideológico. Ya Berhane Asfaw (2001) nos señalaba que “las investigaciones científicas deben ser largas y minuciosas. La consistencia y la seguridad son esenciales en ciencia. La integración de nueva información es ciencia. Lo contrario es religión”, y se completa con la formulación que realizó, hace un par de siglos, La Rochefoucault al apuntar que los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera del alcance de ellos.

La propuesta, en principio, es positiva y encierra un gran interés y supone un paso adelante, tanto para el reconocimiento del papel social de la ciencia, como para el impacto positivo y argumental en algunas decisiones del propio gobierno. Pero ¿es así?...

Pertinencia de la propuesta: La pandemia puso en evidencia la escasa conexión existente entre los conocimientos y la evidencia científica y la realidad de muchas tomas de decisión política, de forma complementaria se confirmó que muchas instituciones del Estado tomaban decisiones al margen de la evidencia científica en el tema y se confirmaba con un incremento en la capacidad de difusión de las posturas “negacionistas”, incluso en el propio hemiciclo parlamentario, por parte de algún grupo político. No hay que olvidar lo que nos señala Ph. Grifingt (2000): “por mucho que nos empeñemos, nunca podremos acercarnos a conseguir reducir y comprender la totalidad del comportamiento humano en términos matemáticos”, con la ciencia se abre la puerta de la reflexión y, por lo tanto, de la validación de esos datos obtenidos más allá de lo meramente descriptivo.

Lo referido con anterioridad es una última evidencia consistente de la necesidad de argumentar con criterio científico algunas decisiones político-administrativas que incumben al conjunto de la población. Vicente Verdú (Maestros quemados, 2000) dice al respecto “La ciencia ha sustituido su idea de las certezas mayúsculas por la de la probabilidad y sus bases más firmes por principios de incertidumbre”. Integrar la incertidumbre y saberla explicar con las evidencias científicas, en el sentido que nos expone Jorge Wagensberg (Ideas sobre la complejidad del mundo, 2003, pág. 71) “el indeterminismo es la actitud científica compatible con el progreso del conocimiento (o el determinismo es la actitud científica compatible con la descripción del mundo)”, Popper y Prigogine son sus fuentes de reflexión.

No se puede negar la complejidad creciente de los avances científicos y, por ende, en la toma de decisiones del ejecutivo que condicionará la labor del legislativo y, por lo tanto, incumbe al conjunto de la población. Señalemos los avances de la tecnología y sus consecuencias como lo relacionado con las nuevas tecnologías (Inteligencia Artificial, uso de tecnología en la educación, en la infancia y la adolescencia), o las nuevas aportaciones de la genética, tanto en el estudio de la etiología de algunos procesos de enfermar, como en las bases que se abren con la inmunoterapia, los tratamientos genéticos y la personalización de los tratamientos (por ejemplo del cáncer, pero que incluye la ELA y otros procesos). También influyen las nuevas orientaciones informáticas y/o industriales.

A. Muñoz Molina (No saber nada, 2001) nos explica algo muy adecuado para evaluar el estado actual de la pertinencia de esta propuesta: “Para algunos, el desconocimiento es requisito de felicidad. Las tonterías se difunden con mayor eficacia y rapidez que las ideas sensatas, quizá el cerebro humano no sea tan buen conductor de la inteligencia”. Puede existir la tentación de buscar en exceso datos y más datos que justifiquen lo que se pretende desarrollar, pero en una de las más importantes revistas científicas a nivel internacional, como es Nature, Nancy  Rothwell (Nature, 2000) nos pone sobreaviso diciendo que “el apetito de los humanos por la ciencia no debe ser despertado con una dieta de sólo hechos”.

Una vez que se ha expuesto la pertinencia de la propuesta, habría que profundizar en la pertenencia de los asesores científicos para el gobierno, para ello se abrió una especie de convocatoria por parte del CSIC, pero la decisión última será del Gobierno, quizá de la misma Moncloa. Por una parte, tiene una lógica de confianza en quien asesora, pero es necesario tener una consistencia científico-técnica suficiente. Ahora bien, la mera supuesta consistencia científico-técnica resultará insuficiente si no existiera un compromiso social y político con el propio gobierno. Buscar el equilibrio de estas dos posiciones resulta absolutamente necesario y entraña la gran dificultad de esta selección. En otras palabras, no existe un baremo objetivo de evaluación, tal como lo explicó Saramago en la UAM.

Steven Berkoff ya lo avisaba al decir que “el establishment básicamente se dedica a perpetuar lo de siempre, nunca llega a emocionar tanto y a menudo es realmente malo. O penetras ese ambiente podrido o te marchas”. Por ello los requisitos de Tesis doctoral, y experiencia académica es puntuable y constatable, pero superficial y orientativo, no presupone ni asegura nada, al fin y al cabo, pertenece al discurso académico, no político. Este razonamiento lo explicaba Carlos Paris, en el año 2009, cuando decía que “Las miniespecializaciones encierran la mente en un estrecho recinto y priman las habilidades sobre el conocimiento”.

La ciencia no puede ser la repetición de procedimientos, sino que “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos pasajes sino en mirar con nuevos ojos” como decía Marcel Proust, ratificando lo que de forma ingenua ya dijo Antoine de Saint-Exupéry en “Le Petit Prince”. Al fin y a la postre es una forma literaria de decir lo que el Premio Nobel Albert Szent-Gyorgyi expresaba como que “El secreto del éxito en la investigación es ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie había pensado”.

Hacer una nueva orientación en la ciencia se precisa aceptar la dialéctica de Heráclito a la metodología científica, aceptando que la ciencia avanza porque sus resultados no cierran dialécticamente los temas investigados. Así nos lo han enseñado Popper y Wagenssberg cuando asegura: “Todas las verdades científicas son mentira. El trabajo diario del científico consiste en equivocarse intentando cambiar la verdad. La verdad científica es la única que tiene una vigencia limitada”. Lo demuestra la propia historia de los avances científicos.

Mi maestra, la Dra. Flora Prieto, nos repetía que no se puede perder la posición crítica ante cualquier avance científico que se formule, esa posición también la han defendido otros muchos pensadores como Joaquín Ruiz Jiménez (“mi suerte ha ido no quedarme nunca satisfecho”), Wernher von Braum (“es mi trabajo no estar nunca satisfecho”), Honoré de Balzac (“la resignación es un suicidio colectivo”), Jorge Wagensberg (“un buen esquema conceptual no cambia las respuestas, sino que cambia las preguntas”), Ángel Gabilondo (“Hay que ser crítico, disentir e impugnar, pero no llenarlo todo de quejas paralizadoras infecundas“), André Gide (“cree en los que buscan la verdad, desconfía de los que la han encontrado”).

Así que hay que alegrarse de esta propuesta del PG de incluir la lectura científico-técnica de algunas decisiones político-administrativas, porque sabemos que hay mucha información, pero se precisa crear conocimiento, tal y como formula Inder Verma (2002).

Se debe incluir que en sanidad, en general, y salud mental, en particular, el reto es pasar de los resultados de una investigación a la práctica clínica, porque “lo que interesa a los investigadores no es a menudo lo que interesa a médicos y pacientes” (Richard Smith, 2002).

Esperemos que esta propuesta ponga en primera plana que “la ciencia tiene sus propios valores, llamados epistémicos: precisión, rigor, coherencia, fecundidad, utilidad, generalidad” (Javier Echeverría, Ciencia y valores, 2001) y hacerlo porque “, como dice el Prof. Federico Mayor Zaragoza, “Me preocupa el silencio de la ciencia. Los científicos deben ser los portavoces de los sin voz”. Recuperemos esa voz y esos valores.