Ya sólo queda Madrid amarrado al banco. Los demás, a fase 1, excepto algunos flecos de Castilla-León y Barcelona. Por parte del Gobierno, un acto de discriminación flagrante, que todo el mundo considera negativa menos yo, pues creo favorece a los madrileños para que no caigan víctimas de la precipitación de este desconfinamiento por fases. Podría ser un buen plan si el confinamiento se hubiera empezado cuando debió, a mediados de enero, pero se esperó para proteger intereses políticos y vino como un diluvio, sobrepasando todas las posibilidades del sistema de salud. Algo inevitable, al primar la agenda política, los objetivos políticos y los intereses políticos. No sé si saben, amigos lectores, que el plan no lo dirigen médicos ni científicos especialistas ni gestores hospitalarios, sino políticos.
Hay quien critica al Gobierno por no tener un plan B. Falso. Lo tiene y lo ha dicho repetidas veces, aunque con las debidas sutileza y diplomacia, tantas que a muchos les ha pasado inadvertido. Lo llaman rebrote, es una recidiva que debe llegar más o menos en octubre. ¿Lo recuerdan? Tendremos algunos casos pero esto es poco más que una gripe, la Organización Mundial de la Salud (OMS) avisa y nadie escucha, el ministerio de Sanidad se entera pero la alta política aconseja no enterarse, los médicos y hospitales dan gritos de alarma pero no hay que enterarse, las residencias de ancianos empiezan a tomar decisiones por su cuenta porque nadie ayuda, el personal sanitario es enviado al matadero sin protección, las comunidades autónomas dan gritos de alarma, el 8 de marzo una multitud apiña cientos de miles en el centro de Madrid, pancarta e ilustres damas con guantes de nitrilo pero sin mascarillas (que son innecesarias e incluso contraproducentes), los hospitales revientan y nos confinan y encadenan como galeotes.
Al menos, que esta vez nos coja más preparados. Lo primero, proteger al personal sanitario. Resulta sangrantemente grotesco pretender con urgencia que salgan de no sé qué chistera cuatro o cinco mil (muchos más en según qué versiones) médicos y enfermeros, mientras se ha permitido que 10.000 ó 12.000 estén de baja entre 50.000 contagios, con una mortandad muy superior a la escandalosa media nacional, ésa que nos pone en cabeza de la Unión Europea, sólo superados por Bélgica… por ahora. Según su primera ministra, sus números no son comparables, porque ellos cuentan todos mientras que otros se guardan (guardamos) muertos en los cajones. Y lo segundo, normalizar el sistema hospitalario para acabar con las víctimas del abandono de consultas y quirófanos (oncológicos, cardiopatías, etc).
Que los hospitales vuelvan a su trabajo de siempre, aquél que hizo de la sanidad española (en mi opinión) la mejor del mundo, hasta que su eficiencia se deterioró parcialmente, a partir de 2013, por los ajustes provocados por la gran crisis económica. No se puede tener lo que no se puede pagar, pero lo peor no fue el deterioro en sí, sino que los políticos intervinieron y ya no volvieron a soltar la presa. Es buena noticia que Andalucía se haya atrevido a comenzar este camino y recuperado la colaboración de los hospitales privados. También están funcionando en Cataluña, una consecuencia lógica de su historial de mutuas. Y Valencia parece que quiere devolver su actividad, exigiendo flexibilidad para convertirse en hospitales Covid a la primera señal de alarma. Se dice que les darían un plazo de 72 horas. O sea, lo mismo que este humilde gacetillero lleva pregonando desde hace varios artículos de una serie en la que éste hace el número 8. Interesante la postura valenciana porque, de confirmarse, parece que iría en el camino de sumar esfuerzos, en vez de en el de hundir a la privada. No olvidemos que una de las prioridades políticas del actual color de su Generalitat fue acabar con el modelo Alzira, un sugerente proyecto sanitario de financiación pública y provisión privada que llegó a alcanzar más de un 90 por ciento de satisfacción en los usuarios y un apreciable ahorro en los presupuestos.
El virus no ha venido de vacaciones. Ha venido a establecerse. Y tenemos que aprender a convivir y sobrevivir con él. Trabajar con él, pasearse con él, divertirse con él y, en ocasiones, enfermar con él. La llegada de la fase 1 ha provocado una sensación falsa de superación de la epidemia en una población saturada del encierro. Uno puede ver por la calle a personas y a su perro con las caras descubiertas.
Los dos, perro y amo. La gente tiene que seguir con sus mascarillas y sus guantes y sus distancias. Los policías tienen que vigilar que se cumpla. Los trabajadores tienen que volver a sus empresas y éstas reiniciar sus actividades. Los negocios tienen que abrir TODOS con estas normas. Y los políticos tienen que aprender a hacer frente común en la recuperación sanitaria y dejar la pelea para otras causas. Y apartar a bandas e ignorantes de la gestión, entregándosela a gentes capacitadas. Y olvidarse del clientelismo político, algo que suena a imposible. ¿Se imaginan a un político defendiendo la caza? La mayoría no tiene idea de lo que es el campo y no sabe lo que es un coto, un lugar donde todo está cuidado y controlado, más que nada la fauna. Los virus son parásitos que sólo se reproducen en seres vivos. No entiendo que nos pasemos el tiempo frotando con lejía los pomos de las puertas y dejemos a su alegre libertad a los animales. Quiero suponer, ¡y ya es suponer!, que las mascotas están bien vigiladas. Pero la fauna salvaje encierra un serio peligro, sobre todo en especies plaga como el jabalí o el conejo, y más si los absurdos e injustos varapalos con los que se vienen castigando a los autónomos empiezan a causar bajas entre agricultores y ganaderos. ¿Quién vigilará el campo entonces? Y sigo probando su imaginación: ¿se imaginan a un político poniendo límites al transporte público? Pues es uno de los viveros del contagio. Llevarlo a mínimos y promover el transporte en vehículos pequeños, sin emisiones y ocupados por personas de convivencia habitual sería una medida sensata… si lo pudieran aguantar la red eléctrica, la red viaria y los bolsillos. Pero no se apuren, no sucederá. Ningún político antepondrá la salud pública a su interés electoral. Tiemblo al pensar qué pasará cuando lleguen elecciones. Y más si lo que llega es un brote de insumisión popular fruto del hartazgo. Alemania, una de las joyas de esta lucha, ve absurdo esperar el milagro vacuna y defiende que la población ha de acabar inmunizándose por la vía del contagio. El portavoz de nuestro Gobierno llama a eso insolidaridad. Ya sabe, señora Merkel, en opinión de nuestro Gobierno, es una insolidaria.
Yo también sospecho que la vacuna no está a la vuelta de la esquina, y el camino inmediato, ante este panorama, es hacer frente al panorama. Así que animo a mis convecinos a seguir en la lucha. A bogar con brío. Ambas manos en el remo, aunque los ojos, conteniendo o sin contener las lágrimas, sigan tristes y fijos en la cadena.