En mi última crónica del pasado 19 de diciembre, vaticinaba que el gobierno terminaría dándonos una explicación a las reticencias que un amplio porcentaje de la población presenta sobre la
logística de la vacuna. No sé si debo pedir perdón al lector por haberme equivocado. O, por el contrario, el gobierno sí ha dado, a su manera, una respuesta al decidir el cese del ministro Illa. Llamar ministro de sanidad al señor Salvador Illa es una forma de
benevolencia. Desde el principio de su nombramiento (eso fue antes del maldito bicho), estuvo entregado en cuerpo y alma, aunque tapadamente, a las elecciones catalanas. Y,
si tenía un ratito libre, echaba una ojeada a la cuestión sanitaria.
Ciertamente que esa ojeada se hacía desde la ignorancia con la que la clase política recibió al maldito. Parecía el momento adecuado para delegar en los expertos profesionales (aunque tampoco supieran demasiado, porque el problema era nuevo). Pero no lo hizo. Se dedicó a salir frecuentemente en televisión de gran audiencia (algo indispensable para que un candidato le llegue al electorado), junto a un señor que decía cosas que o ya sabíamos o no eran verdad, amparándose en comités de expertos que nunca existieron. Parece que
Cataluña es más prioritaria para el gobierno que la pandemia.
Al señor Salvador le substituye una señora que se llama Carolina y que ha sido concejala. ¡Ah!, y ministra. Fue una de las primeras víctimas del contagio causado por la escabechina del 8 de marzo en Madrid. Al menos, esa experiencia la tiene. Yo sólo me atrevo a pedirle una cosa: que se dedique a la sanidad. Si va a poner el 100% de su tiempo y de su energía en la lucha contra la pandemia, bienvenida sea. Sería una grata sorpresa, teniendo en cuenta que su gobierno ha permanecido impermeable a una crítica internacional unánime.
Por la
alta tasa de mortandad en pacientes y sanitarios, por los
contagios y la
desprotección de éstos (que aprovechaban bolsas de
"Le están esperando largas listas de consultas y cirugías en patologías abandonadas, oncológicos, cardiacos, traumatológicos. Los no-covid"
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basura y cartones para autofabricarse los equipos de protección), por el atraso en reconocer la gravedad del problema y tomar las primeras medidas (posteriores, por supuesto, al 8 de marzo, cuando éste que escribe ya había padecido la enfermedad en enero), por la
inexistencia de una política territorial que permitiera el traspaso a hospitales vacíos desde centros que se veían forzados, por su insuficiencia de medios, a cortes de edad para abandonar pacientes, y, sobre todo, por la utilización de la
tragedia para fines partidistas que nada tienen que ver con la salud pública, a través de estados de excepción totalitarios que en nada eran necesarios ni nada han mejorado en sanidad, pero que han conseguido el aumento de tributos, la exclusión de la sanidad privada, una mala ley de educación, una inexplicable masacre profesional de autónomos y pymes (en un número que multiplica por cincuenta el de víctimas mortales del virus) y culpabilizar a los propios ciudadanos y hasta a los sanitarios a través del miedo y la complicidad de algunos medios, de modo que, tras haber perdido su libertad, sus recursos de subsistencia y algunos seres queridos, se sientan culpables de una imprudencia falaz acusados por la propaganda. Y todo ello desde una atalaya de soberbia, donde no importa andar por caminos que Europa ha rechazado, como si los europeos fueran idiotas.
He dicho y nada retiro, que bienvenida sea Doña Carolina si viene a entregarse por entero al problema sanitario. Si además llegara a acertar con
medidas eficaces, bienvenidísima. Le están esperando largas listas de consultas y cirugías en patologías abandonadas, oncológicos, cardiacos, traumatológicos. Los
no-covid. Le está esperando un programa de vacunación que no acaba de despegar en una población en la que hasta el 55% ya considera que la gestión precedente ha sido mala. Y, por favor, no recurran a trucos baratos, como aquella encuesta tonta e innecesaria de prioridad entre economía y salud.
Es evidente que si le pones a alguien un micrófono en la cara, preguntándole qué es más importante de las dos, te vas a encontrar con una mayoría a favor de la salud. Explica a la gente que esta dicotomía es falaz, que los avances en materia de salud se desarrollan siempre en sociedades prósperas, no en las pobres o en declive económico. De igual modo, no preguntes si prefieren o no ser los primeros en vacunarse. Ya se hizo y ya ganaron por considerable margen los que no quieren ser pioneros. Explica a la gente que el objetivo último de una vacuna es
erradicar la enfermedad y que, al ritmo que vamos (el turno de vacunación no es lo más importante), no se erradicará nunca. Habla con la verdad, pero no con el miedo. Induce a la máxima prudencia, pero desde la esperanza. Quien ladinamente siembra miedo, ya lo sabe, cosecha esclavos. Y ésa es una de las acciones más indignas que puede cometer un gobierno.
No puedo despedirme sin elogiar la mirada crítica de Rafael Matesanz en este mismo diario del último domingo, sobre el pasado reciente y el futuro inmediato de nuestra dirección sanitaria. Riguroso, respetuoso y hasta benevolente. Especialmente, cuando pone meses para llevar a un punto razonable la vacunación. A mí me salen años.
Hoy, la noticia en
Israel es que se intenta alcanzar el 15% de población vacunada. El jactancioso señor Boris presume que el
Reino Unido, gracias al brexit, va por delante de Europa, mientras se acerca al
2%.
Aquí, la noticia es que se ha vacunado una señora que se llama Araceli.