Cuando ya nos vemos en el 8 de marzo, no estaría de más terminar de abrir sitios que siempre estuvieron vedados a la mujer. Cierto que tenemos más de mil millones con derechos semejantes a los de una cabra, noventa millones en la esclavitud (muchas en manos de explotadores mafiosos) y un número indeterminado de clitoridectomizadas, que probablemente se cuenten en cientos de millones. Pero para enfrentarse a cosas serias hay que poner cara seria y arriesgarse a que te la partan, así que mejor volvamos a las charangas de siempre. Ciñéndonos a lo que se puede hacer y no a lo que se debe, propongo incluir en nuestra tradición una Reina Maga. Después de dos mil años, va siendo hora.
¿Y qué mejor candidata que aquélla que con más predicamento puede recoger nuestras más ansiosas y urgentes peticiones? Así que, señora ministra de Sanidad, me permito enviarle las mías. Sé que queda mucho para Reyes, pero, si las cosas siguen como hasta ahora, en tanto tiempo habremos avanzado poco.
La pido todo su tiempo y toda su energía para luchar contra la pandemia, y que aleje las prioridades políticas de la agenda sanitaria. Que cuando oiga una necedad del calibre de “más contagian las procesiones” emita siquiera un comentario reprobatorio moderado. No se trata de convocar un concurso de contagios, a ver qué evento queda mejor. Se trata de evitar todos los posibles, sean de la naturaleza que sean. Y celebro que se haya frenado otro 8 de marzo para no saturar hospitales y mortuorios.
Le pido que exija e informe, con coraje y sin mentir, de la sangre, sudor y lágrimas que va a costar esta guerra. Porque es una guerra. Y ese discurso tierno de “los ancianos primero” puede valer para un naufragio. Pero en la guerra lo primero es la infantería. Sanitarios, profesores, caras al público y esa especie de chicos para todo (para todo lo arriesgado) que son policías, bomberos, militares… Si el frente no está protegido y bien dotado (espero no volver a ver mascarillas artesanales improvisadas con bolsas de basura por los enfermeros), mal les va a ir a ellos y al resto. Y que diga claramente que el objetivo único es la victoria, esto es, erradicar la enfermedad. Y el arma con la que hoy contamos es la vacuna. Y cumplir con la agenda prevista. Ya siembran suficientes inquietudes y desconfianzas las continuas actualizaciones para encima poner en duda la eficacia de las vacunas, como ha venido sucediendo con AstraZeneca. Cierto que el virus es nuevo para todos, pero, aun con incógnitas, la comunidad científica sabe más que otros. Que sean ellos, y no la rumorología popular o política, los que valoren y califiquen. Que se aplique con urgencia lo que vale y de lo que no vale, ni se hable.
Le pido que utilice todo el arsenal terapéutico de que dispone, sin prejuicios ni límites políticos, incluyendo hospitales privados, para combatir el mal. Y que mande limpiar y secar toda la baba hedienta vertida sobre el Zendal, una obra ejemplar que debe servir para imitar y no para vertedero de la basura que a algunos les sobra porque no saben producir otra cosa.
Le pido que descalifique el miedo como estrategia. El miedo no es la prudencia y es fácilmente compatible con la pobreza y absolutamente incompatible con la libertad. Somos muchos aquéllos a los que no nos interesa “no vivir para vivir más tiempo”. Vivir sin libertad es no vivir. Acaben con estados de alarma, que para nada han servido. Acaben con ese ventilador de estiércol que abona la siembra del miedo y la ceguera de los miedosos. Acabe con las persecuciones de los que inauguraron la vacunación (¿quiere una lista de líderes mundiales que la inauguraron, precisamente para vencer las reticencias que se presentan sobre la vacuna por culpa de los sembradores del miedo?) y céntrense en acelerar el calendario. Dureza, sí, con los imprudentes. Pero acaben con quienes asfixian la actividad económica, Dios sabe con qué oscura intención, y engañan a la gente contándole que no importa, que Europa nos va a pagar hasta la comida del perro. Nada a lo que no nos enfrentemos nosotros mismos se podrá resolver. Nunca se ha resuelto.
Le pido perdón, señora Ministra Reina Maga, por la larga lista de mis pedidos, algunos de los cuales no podría regalar ni aunque quisiera. Temo que tampoco podría ni con la suya propia. Pero por aquéllos que sí pueda y conceda, reciba mi anticipada gratitud.
Dios guarde a V.E. muchos años.