La Covid-19 ha puesto contra las cuerdas a nuestro sistema sanitario, hasta ahora, situado entre los primeros del mundo, tanto a nivel asistencial, científico y técnico, como a nivel de los profesionales sanitarios, sin cuyo conocimiento, preparación y experiencia sería imposible asumir cualquier reto asistencial de las características que estamos viviendo.
Las administraciones sanitarias españolas están tratando de responder a la pandemia de la mejor manera posible. Con aciertos y errores, como no podría ser de otro modo cuando se tiene que improvisar la respuesta con la urgencia de salvar vidas y luchar contra un enemigo del que poco sabemos todavía.
Sin embargo, estos hechos no deben soslayar el debate sereno que debemos afrontar como sistema sanitario y como sociedad, sobre la adaptación de nuestros recursos a las nuevas necesidades que se suman a las que ya veníamos arrastrando y que la pandemia ha sacado a la luz con toda su crudeza. La modernización del sistema sanitario es incuestionable y la Covid-19 representa el punto de partida para afrontar el reto sin ambages. Un desafío que debe planificarse a medio y largo plazo, con serenidad y sin dar palos de ciego como así parece cuando nos encontramos con infraestructuras nuevas concebidas al calor de la ocurrencia, que, por muy bien intencionada que sea, no deja de ser una improvisación. Porque una planificación debe contemplar recursos económicos, conceptuales, técnicos y por encima de todo, recursos humanos.
La Covid-19 como oportunidad para la modernización del SNS
Que la sanidad española esta infra financiada es algo en lo que casi todo el mundo está de acuerdo. Y ello se debe, en parte, a que su financiación se conceptúa como un gasto y no como lo que debe ser: una inversión en salud, bienestar y calidad de vida. Otro aspecto en el que casi todos coincidimos es que un estado de bienestar que presuma de serlo -como es el nuestro- debe gozar de un sistema público de salud fuerte. Es cierto que el sistema sanitario público español ha alcanzado cotas que son impensables en otros países de nuestro entorno, pero no podemos ‘morir de éxito’ y vamos camino de ello. Por lo tanto, urge fortalecer nuestro sistema público de salud, complementado con el sistema privado y alineado en un objetivo común como ha sido durante la pandemia.
Otra de las claves para sentar las bases de la urgente modernización es reconocer que necesitamos un sistema que integre lo social con lo sanitario. Debemos caminar hacia un sistema sociosanitario más integrado entre niveles asistenciales: Primaria, Hospitalaria, atención en domicilio y residencias. Preparado para atender las necesidades de una sociedad más envejecida, con enfermedades crónicas, orientado a un modelo predictivo y de prevención, donde se cura y se cuida. Donde la enfermera es el núcleo esencial porque es la garante de los cuidados. Para conseguirlo, uno de los aspectos en los que hay que trabajar es en el fortalecimiento de la Atención Primaria donde los cuidados enfermeros constituyen el eje asistencial.
Pero esto no es suficiente. Si algo ha quedado demostrado durante la pandemia es el enorme potencial de la profesión enfermera. Fortalecer sus funciones y reconocer su experiencia y conocimiento es cuestión de justicia. Hay que combatir de una vez por todas la flagrante falta de enfermeras en todos los ámbitos asistenciales. Es urgente dignificar el valor del trabajo de la profesión enfermera a través de una retribución justa, una contratación estable, disminuyendo las tareas burocráticas y potenciando todo su conocimiento. Como también, desarrollar todas las especialidades enfermeras tan necesarias para el bienestar de toda la sociedad. Es más, es una obligación moral. Si no cuidamos al que cuida ¿Quién nos cuida?
Es decir, hay adaptar la oferta y la demanda de nuestras enfermeras. Desde luego, lo que es inviable e inadmisible es que la respuesta sea crear infraestructuras sin tener un plan previo de recursos humanos. O que el plan sea mover a los profesionales sanitarios de un sitio para otro, de un día para otro, esgrimiendo el incentivo envenenado de la voluntariedad remunerada y amparados en un decreto. Además de ser injusto, es ineficaz desde todos los puntos de vista.
Y en este contexto, quiero referirme al marco legal que necesitamos. Es preciso actualizar, modernizar y desarrollar una legislación que integre el aspecto social y sanitario, que represente un marco robusto de actuación. No se puede actuar a golpe de decreto, que debe ser manejado como algo puntual para situaciones muy concretas, pero no puede ser ‘la norma de la norma’.
En conclusión. La pandemia ha puesto negro sobre blanco la perentoria necesidad de modernizar nuestro sistema sanitario, que debe caminar hacia un concepto que integre lo social y lo sanitario, donde los cuidados son el catalizador de la asistencia. El camino pasa por integrar y coordinar mejor los niveles asistenciales y fortalecer la Atención Primaria, potenciando el conocimiento enfermero y reconociendo su valor ajustando la oferta y la demanda en condiciones de trabajo dignas, estables y justas. Con un marco legal moderno que responda a las necesidades de hoy. Insisto, modernizar no es construir infraestructuras sin un plan de recursos humanos realista y adecuadamente dotado. Sentemos la base de los cuidados que son necesarios, con serenidad, y desde la sinceridad. No desde el oportunismo y la prisa.