Son muchos ya los casos en los que la falta de un verdadero “plan estratégico de comunicación” llevan al traste con muchos de los objetivos de aquellos que dedican su vida y sus esfuerzos en el área de la gestión sanitaria.
Las frecuentes alarmas sociales como la que acabamos de sufrir con el virus del ébola; los excesivos gastos como consecuencia de la masificación de las urgencias hospitalarias cuando disponemos de un sistema infrautilizado de Urgencias de Atención Primaria; el tan manido tema del “uso y abuso” de nuestros recursos por parte de un “usuario poco y mal informado”; la automedicación y el gasto derivado del incumplimiento terapéutico, son ejemplos de que si la “comunicación eficaz” estuviera presente en los estudios de grado y de postgrado, y especialmente en todos los programas de formación en gestión sanitaria, sería más fácil para todos conseguir los objetivos planteados en sanidad, tanto en la salud como la enfermedad.
Y un claro ejemplo de ello en estos momentos, es la incertidumbre que se está creando en torno al precio de los nuevos medicamentos eficaces en el tratamiento de la hepatitis C que, en mi opinión, es consecuencia una vez más del poco “valor” que se le da al entrenamiento práctico en habilidades de comunicación eficaz, así como a la creación de verdaderos “planes estratégicos de comunicación” desde los organismos políticos.
Desde hace meses solo nos hablan del precio y del coste de los nuevos medicamentos, que pueden llegar a ser curativos para más de 50.000 personas afectadas por la hepatitis C, como si realmente el “culpable” de este nuevo gasto fuera el paciente.
Según declaraciones del propio Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, no puede haber “igualdad” para todos porque no tenemos posibilidades presupuestarias, aunque también nos dicen que están preparando un “plan estratégico a nivel nacional” porque las competencias en este sentido recaen directamente sobre el ministerio a nivel central, aunque ahora se desmarca la consejera de Sanidad de Andalucía, declarando que al menos en su comunidad autónoma, todos los pacientes diagnosticados de la enfermedad recibirán el tratamiento “tan costoso y discutido”.
¿Se trata de un nuevo caso de demagogia política o de un fracaso en su estrategia de comunicación?
Y mientras tanto, para la población general sigue sin respuesta la pregunta que muchos nos hacemos: ¿No debería ser el médico especialista el que decidiera, en base al rigor de la ciencia y la medicina basada en la evidencia, el tratamiento más recomendable en cada caso, apoyando la idea que todos defendemos de esa “medicina personalizada e individualizada”?
En definitiva, al menos en mi opinión, si existiera un adecuado entrenamiento en comunicación eficaz, mejoraría notablemente la gestión sanitaria de nuestro Sistema Nacional de Salud.