La conselleira Rocío Mosquera ríe con desenvoltura y desparpajo y su gracia termina siendo contagiosa. Hay risas tímidas y otras muchas de fatal compromiso, que no hacen precisamente gracia a nadie. Pero Mosquera ríe a pierna suelta, con la convicción del que ríe porque se queda tan a gusto y quiere dejar constancia de ello. Igual que ríe, se pone seria cuando toca y se declara partidaria de pensarlo todo, o de repensarlo mejor dicho, lo que en sanidad sería una auténtica revolución. Lo malo es que en la sanidad está todo pensado y bien pensado, que en el fondo es decir atado y bien atado, y cuando llega alguien que quiere pensar, para poder desatar, pues entonces el sector se echa a temblar, porque los cambios, se diga lo que se diga, no gustan. Ni de entrada ni casi de salida.
Quizá sea partidaria de pensarlo todo, de nuevo, porque lo ya pensado se lo sabe de memoria y de carrerilla: no es nueva en el sector precisamente. Su perfil técnico y gestor, del que nunca se ha separado, no le impide presentar unos indudables lazos políticos con dos de los prohombres de la reciente historia gallega: Manuel Fraga y Alberto Núñez Feijóo. Con el primero trabajó en casi todos los ámbitos de la administración sanitaria: atención primaria, inspección, especializada y hasta en salud pública. Una completa panorámica que reforzó su perfil profesional. Sin embargo, su ascenso público a cargos de relevancia no se produjo hasta unos años después, de la mano de Núñez Feijóo, que confió en ella para su primer Gobierno de la Xunta, situándola al frente del Sergas.
Desde entonces, primero como gerente y luego como conselleira, Mosquera ha tenido siempre un discurso directo, exigente, poco dado a la complacencia. Cree en la gestión rigurosa y eficiente y por eso no duda en proclamar la defensa de un cambio en la cultura del sistema, que no está siendo ni fácil ni inmediato. Entiende que la crisis ha sido más oportunidad que lastre, con lo que se ha ganado los calificativos habituales para este tipo de posicionamientos: economicista, privatizadora… Y ella responde, aunque tenga que decirlo mil veces, que la asistencia sanitaria ha sido, es y será pública. En Galicia y en toda España.
Galicia es una autonomía con una alta temperatura política desde que Fraga ya no está. La supremacía electoral se juega a cada palmo, en cada concello, en cada decisión administrativa. La oposición lo sabe y la sanidad es uno de los campos preferidos de batalla. Pero Mosquera nunca se ha retraído; al contrario, ha ido al choque, incluso en polémicas que han terminado por alcanzar a su familia. Y, de momento, que en política lo es todo, permanece en el cargo, como una indudable prueba de confianza del presidente Núñez Feijóo.
Puede que de él le venga esa capacidad innata para cavilar sobre lo que parece inmutable e intentar transformarlo. Aunque sin éxito, Feijóo planteó, al frente del Insalud, la mayor transformación de los hospitales que se había escuchado hasta entonces. No lo logró, porque en la sanidad la cosa está atada y muy atada. Quizá Mosquera quiera seguir este camino, pensando otra vez lo que a veces parece que no tiene vuelta de hoja: en financiación, en riesgo compartido, en adherencia a tratamientos, en el papel de la primaria y en el no papel de un hospital absolutamente digitalizado.
Su apuesta por las nuevas tecnologías, que ha situado a Galicia en la vanguardia del Sistema Nacional de Salud en la implantación de la receta electrónica y en la historia clínica electrónica única, puede ser el mejor ejemplo del tesón de esta mujer de carácter, expansiva en la risa y en su método, que tiene meridianamente claro que la sanidad no puede seguir siendo por más tiempo lo que muchos pensaron hace mucho y otros siguen pensando hoy como si nada hubiera cambiado.