Entre la tierra de la investigación, que es la suya, y la tierra de la gestión, que es en la que también está en razón de su cargo como directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), María Blasco busca un islote en el que hacer pie y ponerse a salvo de las últimas consideraciones que el Tribunal de Cuentas ha hecho sobre su labor directiva. Primero una seria advertencia sobre el posible deterioro de la tesorería y después una acusación, más personal, sobre un supuesto sobresueldo ilegal han colocado a Blasco en un disparadero más propio de políticos de la casta que de reconocidos investigadores.
Es lo que tiene estar entre dos tierras, que algunos no encuentran aire para respirar, que dirían los Héroes del Silencio. Y el terreno que se pisa es más movedizo que cierto porque al final no sabes si estás en un lado o en otro. Imagino que Blasco tendrá a la investigación como su tierra natal, su patria, su nación, un lugar en el mundo, al que pertenecerá orgullosa y de por vida. Y pensará igualmente que la gestión es una tierra de paso, a la que a lo mejor hasta se ha visto obligada a ir, convencida por esa manía que tienen los políticos de tratar de ganar para su causa a profesionales que lo hacen estupendamente bien en sus cometidos conocidos y que por eso lo van a hacer igual de bien en algo relacionado. Pues va a ser que no.
Bioquímica y bióloga molecular, Blasco es una reputada investigadora que cuenta con el reconocimiento de la comunidad científica. Es más sencillo y más estimulante imaginarla al frente de nuevos y esperanzadores avances en el campo del envejecimiento celular. Y creer a pies juntillas su predicción sobre lo que nos deparará el futuro, inmediato, capaz de retrasar la aparición de casi todas las enfermedades conocidas y elevar exponencialmente nuestra expectativa vital y, lo que es más importante, la calidad de esa existencia extra que nos será concedida.
Es mejor escuchar sus cálculos sobre los años que vivirán nuestros hijos o nuestros nietos, más de 100, quién sabe si 110, 115 o hasta 120, que intentar cuadrar los números que habrá echado a su costa el Tribunal de Cuentas, y que no parecen salir por ningún lado.
Y eso que Blasco no comparte el cliché que define al investigador como un tipo despistado, pendiente de microscopios y manifestaciones extraordinarias, y sí reivindica un perfil más davinciniano, interesado en la cultura, en el arte… en definitiva, una suerte de intelectual.
No parece que la gestión sea una más de sus seguras habilidades. De hecho, el Tribunal de Cuentas mete el dedo en el ojo al pedir una revisión de las funciones del director del CNIO, a la vez que reclama más rigor en la gestión, supervisión y utilización de fondos. La gestión es así: difícil y desagradecida, una tierra yerma de facilidades y plagada de trampas. Una tierra ingrata.
A no mucho tardar, Blasco terminará, como la mayoría de sus homólogos, en la tierra prometida, que es la tierra de la investigación. Su paso por el CNIO, igualmente controvertido por el momento de crisis que le ha tocado gestionar, culminado con un desagradable ERE que dejó en la calle a medio centenar de profesionales, será tan solo un paréntesis en su trayectoria, quizá necesario para saber calibrar cuál es su auténtico cometido.
Con todo, la investigación también puede ser una tierra movediza, cuando los ensayos no fructifican, cuando las líneas de trabajo se eternizan, cuando se terminan persiguiendo fantasmas y la industria o el ministerio o quien pague empieza a sentirse, más que decepcionado, directamente contrariado. En realidad, la investigación es una tierra movediza cuando la juzgamos desde la tierra de la gestión.
Las dos tierras de Blasco son en efecto las dos tierras de muchos otros personajes que, seguramente dichosos de sus grandes logros en su disciplina natural, terminan asumiendo nuevos roles y nuevos desempeños, quien sabe si para engrandecer su ego o para llevar su buena estrella a ese otro campo desconocido. Ejemplos hay muchos, algunos en la mente de todos. Y casi todos concluyen en el perfil original, aunque tocados por el estropicio que haya podido causar el perfil impostado. Hubiera sido mejor entonces hacer caso de lo que don Zacarías le decía a don Arturo en El viaje a ninguna parte: “¿Sabe qué le digo, Galván? Dedíquese usted a lo suyo”. Pues eso.