Marciano Sánchez Bayle tiene nombre extraterrestre y en verdad que es un prodigio: él solito y unas siglas impronunciables –Fadsp- han conseguido convertirse en el azote de administraciones sanitarias privatizadoras, externalizadoras, recortadoras y, básicamente, contrarias a su modelo ideal: lo público, por encima de todas las cosas. Otro prodigio, vamos.
Tiene aspecto de profesor universitario y, en sus muchas y reiteradas alocuciones, su tono es más bien didáctico, pero con un punto de demagogia y efectismo, que siempre viene bien para afilar el titular. Puede que algunos se hayan familiarizado con su labor de oposición constante nunca respaldada por las urnas en estos últimos meses de mareas blancas y tal. Pero en verdad lleva muchos años criticando cualquier intento de cambio en el modelo sanitario. A simple vista parece un ideólogo, un apparatchik, un editorialista de El País (pero del País de antes), un izquierdista entregado a la causa del ‘proletarios del mundo, uníos’… Pero, en el fondo, su discurso ha sido una sucesión de proclamas conservadoras. De conservar lo que hay, y de no tocar nada. No vaya a ser que la jodamos.
Su mérito es incuestionable y merecería un estudio a fondo de cualquier Escuela de Negocios sobre cómo crear una marca y encumbrar a un portavoz con muchos mensajes, poco dinero y casi ningún socio. Ya digo, lo de Sánchez Bayle es un prodigio, y lo de la Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Pública es un milagro bien demostrable, que casi merecería toda una canonización. Que el Ministerio tiene un plan para implantar un nuevo modelo caracterizado por una atención fragmentada, ahí está Marciano para denunciarlo. Que a Madrid se le ocurre externalizar la gestión de seis hospitales públicos, ahí está la Fadsp, para detener el atropello. Que a casi todo el mundo se le ocurre ensayar la gestión clínica, ahí está Marciano, irreductible, diciendo que en verdad lo que quiere todo el mundo es privatizar. Y dura, dura, dura, como las pilas Duracell, en sus denuncias, en sus quejas y en sus críticas. Y, claro, se convierte en el necesario contrapeso de cualquier información, la excusa perfecta para justificar el trabajo ante el redactor jefe y llevarle una opinión en contra, esclarecedora, que equilibra y realza el otro flanco. Marciano y su Fadsp eran y son, por tanto, la cita obligada ante cualquier novedad sanitaria. Sin su opinión, la novedad no es novedad. O por lo menos no es polémica.
En todo este tiempo, muchos se han planteado quién es Marciano Sánchez Bayle, de dónde proviene su autoridad, qué es la Fadsp, cuál es su estructura, quiénes son los líderes que atesora en sus juntas y en sus listas, dónde están los concienzudos y comprometidos profesionales a los que representa… Y en este plan. Pero resultaba tan agotadora la tarea de descifrar, investigar o siquiera preguntar, que todos esos escépticos terminaban por simular desdén ante los designios de Marciano. Pero él nunca se arredró. Y mantuvo la constancia en el mensaje, apoyado siempre en la fidelidad de sus dos inmensos altavoces –El País y la SER- y perseveró hasta, literalmente, alcanzar la posteridad. Lo dicho, un prodigio. Para desmantelar a todos los creadores de imagen, y a sus escuelas y sus master.
Hasta su jubilación, que es pura gestión de recursos humanos, llevada una y otra vez a los tribunales y enmendada ya en algunas autonomías, que es un caso entre miles y miles, la ha convertido en una afrenta política, singular y estremecedora. Para explicarlo en la plaza pública, dispuso de nada menos que veinte minutos, con todos y cada uno de sus segundos, hablando en la SER, denunciando a los cuatro vientos que lo suyo ha sido una depuración en toda regla, como consecuencia de su gallardía para frenar la privatización y bla, bla... Así se construyen las leyendas. Y Marciano va camino de convertirse en una de ellas. Para entonces, quién sabe, a lo mejor ya da igual que la sanidad sea pública, privada o mediopensionista. Porque el prodigio habrá culminado en su propia sublimación.