Cuando pienso en un decano, pienso en un señor muy serio y muy distante y muy soberbio. Bien podría pensar en José Luis Álvarez-Sala, que seguirá cuatro años más al frente de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Pero no. Álvarez-Sala es neumólogo, una especialidad nada pretenciosa; es motorista, y aparca junto a sus alumnos, infiltrado gracias al anonimato del casco, y es decano de camino al rectorado, para el que cada vez le proponen más voces, con mayor entusiasmo y con menor disimulo. Con autoridades como Álvarez-Sala, la Universidad vuelve a ser un sitio obligado.
Imagino que siendo decano uno tiene barra libre para pontificar y para desparramar toda su sabiduría, en tratados, en volúmenes, en conferencias y en edictos. Pero lo primero que te llama la atención de Álvarez-Sala es su capacidad para guardar silencio. Mientras otros hablan, él escucha. Cuando otros callan, él también escucha. Y parece como si ese silencio fuese una fuente inagotable de saber, que él aprovecha con concienzuda dedicación.
El silencio es una cualidad tan venerada en la teoría como despreciada en la práctica. Hay dichos formidables, que sintetizan su esencia: prisionero de palabras, dueño de silencios, en boca cerrada, palabras necias, oídos sordos… Y, sin embargo, solo hay ruido alrededor; vivimos rodeados de ruidos, también en la Universidad, puede que en donde más. Es una delicia saber que el decano Álvarez-Sala es, por encima de cualquier otra cualidad, un señor silencioso. Y, añado yo, sabio. Por saber callar. Escuchar a un señor silencioso es todo un acontecimiento. Con Álvarez-Sala bien tendría que detenerse la escena, porque algo dichoso y sabio vamos a escuchar. Lo que pasa es que también habla poco, que es lo justo, y es lo atinado. Silencioso y escueto: y, por extensión, agudo, milimétrico y certero.
Anda la Universidad necesitada de líderes y aquí tiene a uno, muy callado y muy sabio. Anda la Neumología necesitada de agitadores y de portavoces mediáticos, y aquí tiene a uno muy capaz y muy indiscutible. Pero Álvarez-Sala es, de momento, solo decano. Es también, o ha sido, qué más da, jefe de servicio y catedrático y académico y presidente, tanto de la Comisión Nacional como de la sociedad científica. Pero le falta ese reconocimiento universal para el que, desde luego, no persevera ni siquiera persigue. Porque eso supondría descuidar el silencio. Y empezar a hablar. Y cuando se empieza a hablar, ya se habla demasiado.
Seguro que con Álvarez Sala y sus silencios al frente, la Universidad y la Neumología cambiarían por completo: en su esencia y en su proyección. Hasta que llegue este ideal, quizá nunca, el decano motorista se afana en silencio en mejorar su Facultad: en promocionar al profesorado, tan castigado y desorientado en los últimos tiempos; en reordenar el acceso a Medicina, evitando el exceso de alumnos y procurando con ello un menor paro médico; en apostar por la investigación, para que no desaparezca barrida por la crisis, y, en fin, en culminar la adaptación de las estructuras académicas actuales al Espacio Europeo de Educación Superior.
Anda la Universidad pesarosa y abatida. Y la Neumología necesita un creérselo más y un empujón hacia la celebridad. Puede resultar paradójico que el silencio pueda ser una solución a estos avatares. Pero empecemos por escuchar el silencio de José Luis Álvarez-Sala. Seguro que resolvemos algunas dudas. Y que encontramos otras tantas certezas.