No sé si José Ignacio Nieto es el consejero de Sanidad más longevo de la historia de las consejerías, con o sin transferencias, pero la alusión que, desde el reconocimiento a su labor, le ha hecho su sucesora, María Martín, no puede ser más atinada. Casi diez años al frente de una competencia tan diabólica es una hoja de servicios que debería haber sido mucho mejor premiada que con una mera jefatura de servicio en la Escuela Riojana de Administración Pública. Pero así es la política, y no nos cansamos de observarla: hoy estás, mañana no, pasado quién sabe.
Durante dos legislaturas completas, y un poquito más, Nieto ha demostrado, con campechanía y habilidad política para sortear (casi) todos los charcos, que es posible darle al sector esa continuidad y esa estabilidad por la que terminan suplicando los agentes, sean estos profesionales, corporativos, institucionales o empresariales, que viven los habituales cambios de la política con pereza y no poca desconfianza.
La larga vida del consejero Nieto, ya exconsejero, se explica desde varios frentes. El primero, ya se ha dicho, su mérito personal para dirigir el departamento, elegir colaboradores y equipos, templar ánimos con la oposición, negociar con colegios y sindicatos y hacer posible que la sanidad riojana, como todas las de autonomías pequeñas, sea más o menos plácida y hasta modélica, si se compara con los problemas endémicos de los grandes servicios de salud de las autonomías más pobladas.
También es obligado mencionar el aplomo del presidente de turno, en este caso, un Pedro Sanz casi desconocido en cualquier otro sitio que no sea La Rioja, poco barón y menos mediático, pero que mantuvo el mando durante nada menos que 20 años seguidos, hasta que Ciudadanos se hizo con la llave de la gobernabilidad y exigió, antes de sentarse a hablar de pactos, su renuncia. La continuidad de un presidente se explica mejor, y se posibilita realmente, con la continuidad de sus colaboradores, y en este sentido Sanz ha tenido en Nieto a un eficaz reflejo de su política.
Y no me olvido de la opinión pública, que parece ser siempre la misma en un sitio como La Rioja, feudo habitual del PP, donde las empresas demoscópicas juegan con ventaja y las encuestas, más que predictivas, son descriptivas de lo que, sí o sí, va a pasar. Nada ha parecido cambiar, durante mucho tiempo, para bien e imagino que también para mal. Y como el rumor de las circunstancias y el paso de los días es siempre el mismo, pues el consejero de Salud tampoco iba a ser una excepción.
Pero para mí lo más significativo es la tierra. No sé qué tendrá, pero La Rioja me parece menos proclive al cambio, a la conspiración, a la crítica, al problema perpetuo que se nos aparece en otros lugares, especialmente en la capital, crisol de las autonomías, por lo menos de las que mantuvieron el Insalud hasta el final de sus días. Quiero decir que es más probable que encontremos a un consejero longevo en La Rioja o en Extremadura (ahora me acabo de acordar del presidente Fernández Vara, que fue antes consejero, y duró mucho, como su promotor Rodríguez Ibarra) que en Madrid, donde nos hemos tenido que familiarizar con unos cuantos en solo unos pocos años.
El exconsejero Nieto tendrá ahora tiempo de sobra para comprobar que hay otros ámbitos de la Administración menos controvertidos que la sanidad, que quizá le exigirán menos implicación profesional y que a cambio le otorgarán más vida personal y familiar. Seguramente ya habrá comprendido la clave de la longevidad política, y esté en disposición de aconsejar sobre cómo lograrla. Otro cantar será ver si es posible repetir su logro, empezando por los consejeros recién nombrados hace solo unos meses, incluyendo a su sucesora: su tiempo político, el de todos sin excepción, está caracterizado por muchas circunstancias salvo por una, la longevidad, que desaparece en el horizonte, a medida que se fragmenta el escenario político y la intención de voto.