Por Ismael Sánchez
Erase una vez un director de Farmacia en lucha desigual contra el gasto farmacéutico. La leyenda de este titán se resume en dos dígitos, que corresponden al incremento continuado de una partida que no había quien metiera en vereda. Siempre crecía por encima de esos dos malditos dígitos: un 10, un 11, un 12... Y no había manera de dejarlos en uno solo: ni reduciendo márgenes, ni apostando por los genéricos, ni desfinanciando medicamentos, ni inventando los precios de referencia, ni bajando precios por decreto, ni tarifando con la industria…
Ni aun dándole con Nanas, el gasto farmacéutico quedaba limpio de incrementos inasumibles.
Años después, cuando aquel esforzado director de Farmacia es hoy un respetado directivo de la industria, que acaba de cambiar de equipo (AstraZeneca por Roche), parece increíble que aquella leyenda de dos dígitos consumiera buena parte de su prolongada gestión administrativa, sólo parecida a la del no menos legendario Félix Lobo. Hoy el gasto farmacéutico no es que ya crezca, es que decrece y decrece sin parar, un mes sí y otro también.
Puede que Federico Plaza rememore su gestión en una dirección general tan complicada como la de Farmacia con una mueca de incredulidad. Cómo es posible, podría exclamar, que el gasto farmacéutico haya cambiado tanto, se haya dado la vuelta completa, como un calcetín, como la cabeza de Regan McNeil poseída por el demonio. E intentaría buscar algún otro caso parecido, acaso como consuelo: ¿Coordinación primaria-especializada? No. ¿Flexibilización del régimen laboral de los profesionales sanitarios? Qué va. ¿Gestión clínica? Bufff… ¿Nueva gestión? ¡En absoluto! Y seguramente no los encontraría.
Hubo un tiempo en que reducir el gasto farmacéutico era un propósito imposible de cumplir. De hecho, a Federico Plaza se le escuchaba más veces aquello de moderar el gasto, en ningún caso bajarlo. No era posible, si nos fijábamos en el envejecimiento de la población, la mejora de los sistemas sanitarios, la exitosa labor investigadora de la industria innovadora, que no dejaba de arrojar resultados, moléculas, fármacos. Había demasiados factores que contribuían a que el gasto creciera, sí o sí. Y además, los poderes públicos se sentían ciertamente incómodos introduciendo términos económicos en el debate sanitario. El objetivo del sistema era curar a los pacientes, costase lo que costase.
Plaza fue de los primeros que habló del asunto con naturalidad: que el gasto farmacéutico sobrepasaba el 20 por ciento del gasto sanitario total, que crecía por encima del IPC y del PIB, y que los recursos… ¡eran limitados! Sí, sí, claro que lo eran, pero por entonces no nos dábamos cuenta. O escucharlo nos parecía una herejía.
Con Plaza nos familiarizamos con los genéricos, con sus bioequivalencias, con sus garantías indiscutibles sobre eficacia, seguridad y calidad. Y, al final del argumento, muy al final y muy disimulado, con su contribución a la moderación del gasto. Con Plaza aprendimos a descifrar los precios de referencia y a entender el alcance de la atención farmacéutica y su natural contribución a la mejora del sistema sanitario. Con Plaza, en fin, vimos que era posible enfrentarse con la todopoderosa industria del áspero González Hervada, contraviniendo acuerdos, desfinanciando medicamentos y bajando precios. Todo era posible para luchar contra la leyenda de los dos dígitos. Sobre todo si se tiene al BOE de aliado.
Desde ahora en Roche y antes en AstraZeneca, Plaza seguirá llevando una vida más plácida que en el Ministerio de Sanidad. Y las pocas veces que se le escuchen declaraciones públicas hablará con la lógica de la industria: defendiendo la innovación, la investigación tras la marca, quejoso por la pertinaz sequía del gasto, que compromete inversiones y puestos de trabajo. Y, sin saberlo, estará contribuyendo a constituir una nueva leyenda, que sustituye a la que él mismo enfrentó con más empeño que nadie: la de los dos dígitos. Pero esta vez dos dígitos negativos.
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