Hubo un tiempo en el que Carmen Peña, Menchu para los amigos, quizá pensó que esa cabellera negra suya terminaría inevitablemente tornando en blanca como la de su mentor, Pedro Capilla. Y no sólo porque terminara pareciéndose a él en todo lo posible, sino porque el último escalón hacia la sucesión efectiva iba a terminar resultando inabordable y le costaría un doloroso e infructuoso paso del tiempo. Pero hasta los más eternos e incombustibles se echan a un lado, como Capilla, o mueren en acto de servicio, como Botín, pese a haber dicho esa deliciosa majadería de “¡aquí no se jubila nadie!”, cuando algún periodista atemorizado y atrevido a la vez le preguntó por los planes sucesorios al frente del Santander. Es entonces el momento de las Carmen Peña o a las Ana Patricia de turno. Un momento, obviamente, que no se puede desaprovechar.
Carmen Peña supo esperar, dócil, obediente, aplicada, junto al regazo de Capilla, mordiéndose los dientes cuando le escuchaba aquello de “ni he sido, ni soy ni seré presidencialista”, aunque esperanzada también por sus reiterados “no me perpetuaré”. Supo esperar y, a la vez, aprender, entender y perfeccionar las claves de un cargo pensado por y para los hombres, en un mundo de hombres de risotada, puro y palmada. Ella está empeñada en conseguir que la farmacia sea más femenina aún que su nombre, Carmen, en una conexión atávica y moderna a la vez. Más difícil todavía, sobre todo para una mujer. El mérito es, por consiguiente, y como en tantos otros ejemplos de constancia, ascenso y triunfo femenino, doble.
Porque la cosa no ha quedado en una mera sucesión ordenada al frente del Consejo de Farmacéuticos y santas pascuas. Carmen Peña está dirigiendo a los farmacéuticos en tiempos ciertamente convulsos, muy comprometidos para la economía de la botica y, lo que es más importante, para su papel en el futuro del Sistema Nacional de Salud, que tendrá que ser asistencial, o sencillamente no será. Cualquiera de los impagos que aún acongojan a algunos compañeros de profesión convierte en pequeñas cuitas las preocupaciones de los tiempos de Capilla. Nada es como era, menos aún en la farmacia. Y Carmen Peña lo sabe como pocos.
Su formación y capacidad no sólo deslumbraron a Capilla en la siempre difícil tarea de la sucesión sino que también han arrebatado en el extranjero. Primero fue reconocida por la Federación Internacional de Farmacéuticos con un premio en el que se destacó su contribución al avance de la profesión y se subrayó su fuerte liderazgo internacional. De ahí a la presidencia de esa institución había solo un paso que quizá costó dar, porque semanas antes de la elección Menchu todavía seguía en privado dando rienda suelta a una de sus mejores artes: la prudencia. Sólo presumía del trabajo realizado para lograr los apoyos necesarios y casi se descartaba definitivamente del posible triunfo: “Es casi imposible”, se le pudo escuchar, sabiendo que las victorias saben mejor cuando casi nadie las firma.
El nombramiento le ha dado otra buena oportunidad para volver a pronunciar sus proclamas más consabidas: la vía asistencial, el paciente, el colectivo muy diverso al que se debe, la farmacia profesional y sostenible a la que aspira. Y tratará de hacerlas realidad con sus armas de siempre: discreción, habilidad, quizá un exceso de templanza, pero un sentido de la oportunidad casi infalible. Cualidades aprendidas en la escuela Capilla y mejoradas con su propia experiencia. Dejando atrás a todo un original.