Ya solo le faltaba hacer la calle. La gestión clínica, de tan manoseada, utilizada, vilipendiada y elogiada, ignorada y deseada, la han terminado por convertir en una prostituta. Los proxenetas, imaginamos que virtuales, han sido la Administración y los sindicatos. Y el autor de la teoría, un tanto explosiva, ha sido Antonio Otero, que entra con fiereza en su segunda legislatura al frente del Colegio de Médicos de Valladolid, marcando equidistancia entre Gobierno y agentes sociales y defendiendo el gobierno de los clínicos.
Debe de pensar Otero que la gestión clínica es anterior a lo que pretenden ahora Administración y sindicatos, imaginamos que de su comunidad, la de Castilla y León que, en efecto, es una de las avanzadas del Sistema Nacional de Salud en este revival de la autonomía y de la responsabilidad en manos de los médicos. Y es verdad, hace años la utilización de los recursos y la organización de las consultas era una atribución del facultativo. Pero eso terminó con la configuración del Sistema Nacional de Salud tal y como hoy lo conocemos y las exigencias del Estado del Bienestar para con la universalidad, la gratuidad y la equidad: bien para la sociedad, malo para los médicos.
Cuando los médicos mandaban de verdad, en sus consultas y en los viejos hospitales de la Seguridad Social, no hacía falta reivindicar la gestión clínica, ni reinventar la gestión clínica ni prostituir la gestión clínica. Según algunos, fundamentalmente médicos, la cosa iba mejor que bien, porque ellos sabían y ellos decidían, un poco como las mujeres que defienden el derecho al aborto. Pero la asistencia pública, estatalizada, interpuso niveles administrativos, gestores y políticos entre el médico y el paciente. Y dicen que la asistencia ya no fue lo mismo.
Lo que dice Otero lo piensan muchos médicos que no terminan de ver nada claro eso de la gestión clínica. Prostituida o no, la gestión clínica viene y va, pero no cuaja, no arraiga en un sistema que necesita, igual hoy que hace quince años, que los clínicos tengan mayor autonomía de gestión y que las autoridades confíen un poco más en la autoexigencia de los profesionales, no solo asistencial, que se presupone y se da por descontado, sino también económica y resultadista, al modo de esos entrenadores de fútbol que piensan más en el luminoso que en el espectáculo.
En Castilla y León, en Galicia, en Asturias están tratando de que el médico asuma un mayor protagonismo para que la asistencia sea mejor. Ya lo hicieron antes en Cataluña y en Madrid, con buenos resultados que aún perduran, pero la gestión clínica no empapa a todo el sistema, que es lo que querrían algunas administraciones. Y por eso defienden ceder autonomía, con cierto control, obvio por lo demás, aunque ahí es donde Otero seguramente ve la prostitución y hasta el proxenetismo. E igual le pasará con esos sindicatos que aceptan la idea de que sus representados tengan más discrecionalidad, pero que crujen ante la conclusión de que les puedan pedir mayor implicación y responsabilidad. Otra vez la prostitución.
La gestión clínica necesita un Travis de turno, un libertador de su condición, que la haga manifestarse en todo su esplendor (decidiendo el profesional y pidiendo resultados el gestor) o que la devuelva al cajón de las ideas teóricas buenas, pero inaplicables. Quizá Antonio Otero, con su teoría de la prostitución, se esté presentando como el defensor de las esencias clínicas o bien como el aguafiestas de los consensos. En realidad, cree que la gestión clínica es mucho más sencilla: cuestión de confianza. En el médico. Total nada.