Normal:

Un término polisémico: simplemente  "lo más frecuente", que que se ajusta a una "norma preestablecida" o por el contrario que sirve de norma ética: "aquello que debe ser".


Ante la escalada de los brotes nos hemos visto obligados a un consenso inédito entre el gobierno y las Comunidades Autónomas, no para avanzar sino para dar un paso atrás, cerrando actividades de ocio, limitando aforos y protegiendo a grupos vulnerables. Es cierto que eso cabía esperarlo como uno de los escenarios contemplados en el decreto de nueva normalidad. Sin embargo, no deja de ser un retroceso que trasmite una sensación de fracaso e inseguridad, en el sentido contrario de las grandes expectativas creadas con el final del confinamiento.

Es verdad que a pesar del rápido aumento de  la incidencia, los datos no son comparables con los de la primera ola, ya que debido al rastreo de contactos, la mayor disponibilidad de test y mascarillas, junto a la menor ocupación de hospitales y UCIs, los afectados son más jóvenes y en consecuencia ha disminuido sustancialmente su virulencia y letalidad. Aunque el incremento de internamientos hospitalarios y la llegada a las puertas de las residencias de mayores hayan hecho sonar todas las alarmas.

Sin embargo, y a pesar de haberse comprobado ya que el virus va por barrios o por clases, es decir que afecta fundamentalmente a aquellos sectores sociales con empleos precarios, en peores condiciones de mayor densidad urbana o de hacinamiento y con gran movilidad en transporte público, con todo, poco se ha hecho y aún menos decidido, salvo las llamadas arcas de Noé para posibilitar las cuarentenas, con el objetivo de garantizar una mayor atención frente a los brotes en ámbitos como la salud laboral y ambiental en cuanto a espaciar las horas de entrada y de salida al trabajo y en reducir las aglomeraciones en el transporte público en horas punta.

Tan solo se ha regulado in extremis la actividad de los temporeros, ante el escándalo provocado por su dramática situación y por otra parte aún sigue pendiente el acuerdo entre el gobierno y las Comunidades Autónomas con respecto a las condiciones para la detección y el aislamiento de personas inmigrantes afectadas por la Covid-19.

Sigue pendiente pues un importante paquete de medidas sobre los olvidados determinantes sociales, que serán aún más necesarias en el próximo otoño, con el inicio del curso escolar e inmediatamente después, cuando se sume el comienzo de la temporada gripal. Es de esperar que ésta sea cuanto antes la materia esencial de los nuevos acuerdos en la próxima conferencia de presidentes, en las correspondientes conferencias sectoriales, así como en el ámbito de la concertación social.

En cuanto al curso escolar 2020/21, éste debiera ser básicamente presencial por razones formativas y de equidad, no cabe duda que será necesario incrementar las garantías para hacer viable su realización, en línea con el reforzamiento de las orientaciones acordadas en la Conferencia de Educación a las que habría que sumar las de gestión más concreta de las administraciones educativas autonómicas en consenso con la comunidad escolar.

Falsa expectativa generada por la nueva normalidad


Porque nuestro principal problema quizá haya sido la falsa expectativa generada con el concepto de nueva normalidad, cuando lejos de cualquier tipo de normalidad, se trata por el contrario de una situación de excepcionalidad marcada por la incertidumbre, la inseguridad y los altibajos en la evolución de la pandemia.

Es cierto que la denominada  nueva normalidad ha sido primero la fórmula para describir una imagen horizonte amable frente a la dureza de las sucesivas prórrogas del confinamiento, aunque después parece haberse convertido en una falsa percepción de atenuación del virus y en consecuencia de una convivencia con el virus casi con total libertad y solo con un mínimo de condicionalidad, basada apenas en las medidas de protección individual. Por eso, el relajamiento.

A consecuencia de la ficción de la nueva normalidad ha vuelto el exceso de confianza y la complacencia, que al inicio de la pandemia impidieron su contención, al que se ha sumado el continuismo en la gestión política, en particular algunas de las Comunidades Autónomas, y también la relajación personal, más en concreto en áreas críticas como el ambiente laboral precario de los temporeros, el ocio nocturno y las celebraciones familiares.

Por eso, entre las causas de nuestro hecho diferencial en las cifras de alta incidencia, por el que no cesan de preguntarse precisamente los que provocaron, destaca la prematura y precipitada desescalada, con el adelanto del fin del Estado de Alarma y el salto por parte de algunas Comunidades Autónomas de las fases previstas para la progresiva desescalada. Salvar la temporada turística, el sector de la hostelería y la restauración se convirtió inmediatamente en el objetivo común a alcanzar en la nueva normalidad.

Más tarde, parecía que la polarización y la estrategia de deslegitimación y criminalización del gobierno y de los responsables de salud pública había quedado atrás, y que se diluiría el conflicto competencial en relación al mando único en favor de la cooperación entre administraciones e incluso la cogobernanza en algunos ámbitos. Sin embargo, con la nueva normalidad volvió el pulso de las Comunidades Autónomas con respecto a una supuesta pasividad del gobierno y con él las suspicacias y obstáculos para la colaboración.


"Entre los rebrotes y la recuperación económica han ganado los rebrotes y nos han obligado a dar marcha atrás"


Es el día de hoy en que todavía se mantienen los recortes en la Atención Primaria y el papel casi anecdótico de la salud pública, así como la improvisación sobre el perfil profesional y las necesidades de rastreadores, en algunas Comunidades Autónomas, y mientras tanto se acusa al gobierno central de falta de coordinación.

A pesar de los precedentes, como la gripe de 1918, que nos demuestran que los rebrotes y las nuevas olas pandémica no esperan al otoño, hemos actuado de nuevo como si el virus se fuera a debilitar con los calores del verano y por tanto como si la pandemia se hubiera ralentizado para permitir el turismo y con éste el inicio de la recuperación económica.

Pero la precipitación en el desconfinamiento, la complacencia con el virus y el continuismo en la gestión de salud pública, junto al relajamiento en las medidas de protección colectiva y distanciamiento personal, han afectado negativamente a nuestra gallina de los huevos de oro del turismo internacional y en consecuencia no han bastado los esfuerzos del marketing ni siquiera los corredores como entre Alemania y las Islas Baleares. Finalmente hemos dejado de ser el destino seguro que pregonábamos.

Ahora, cuando los brotes parciales se generalizan y algunos de ellos se descontrolan como transmisión comunitaria, con unas cifras de incidencia acumulada que nos retrotraen a la primera ola de la pandemia y que superan las de los países de nuestro entorno, es cuando hemos caído en la cuenta de que la convivencia con el virus es un reto complejo y conflictivo presidido por la incertidumbre y donde tanto el avance como el retroceso son posibles.

Entre los rebrotes y la recuperación económica han ganado los rebrotes y nos han obligado a dar marcha atrás, primero a las etapas de la desescalada, y luego a confinamientos parciales, para terminar de nuevo en medidas generalizadas como las recientemente aprobadas por el Consejo interterritorial del SNS.

Llama la atención que solo ante el descontrol y el temor a una nueva ola hayamos sido capaces de ponernos de acuerdo. En todo caso, bienvenido sea el clima de cooperación entre la administraciones central y las autonómicas con competencias en la materia.

Sin embargo, incluso en esta crítica  situación, tanto la derecha como los independentistas vuelven otra vez a la fracasada estrategia de polarización y confrontación política.

Se echa de menos, asimismo, un mayor grado de cooperación en el marco de la Unión Europea. Si hasta ayer parecía que habíamos aprendido algo ante el estrepitoso fracaso del acaparamiento de recursos sanitarios ante la ruptura inicial de la cadena de suministros, con el gran acuerdo sobre el fondo europeo de reconstrucción; parece que ahora volvemos de nuevo hacia atrás a una competencia fratricida, del todos contra todos, aprovechando la incidencia asimétrica de la pandemia. Otra vez como en el verano de 1918. Y es que no acabamos de aprender del pasado, ni siquiera del más reciente.