Hoy se cumplen exactamente dos años desde que las tierras de Anatolia temblaron abruptamente, sacudiendo de manera brutal e implacable el sureste de Turquía y el norte de Siria. Eran las 4:17 de la madrugada del 6 de febrero de 2023 cuando un terremoto de magnitud 7.8 golpeó la región, causando un nivel de destrucción y pérdidas humanas devastador.
En cuestión de segundos, edificios y viviendas se desplomaron, atrapando sueños, esperanzas y vidas bajo toneladas de escombros. La oscuridad de la noche se cubrió de lamentos que se entremezclaban con el estruendo del colapso. Muchas familias quedaron separadas en apenas un instante, manos desesperadas escarbaban en las ruinas, buscando un milagro. El frío invernal se unió al desastre, congelando cuerpos y almas en una tragedia sin medida.
Las circunstancias que rodearon a la catástrofe intensificaron su impacto. La hora del seísmo encontró a muchas personas durmiendo, reduciendo las posibilidades de escapar de los edificios colapsados. La densidad poblacional en las áreas afectadas, especialmente en torno a la ciudad de Gaziantep, multiplicó el número de víctimas. Además, la calidad de las infraestructuras no estaba preparada para soportar un movimiento telúrico de tal magnitud. Estos elementos se combinaron para crear una tormenta perfecta que devastó comunidades enteras y llevó a Turquía a realizar un llamamiento urgente de auxilio.
La respuesta internacional y la acción del equipo Start
La respuesta internacional no tardó en llegar. Numerosos países y organizaciones humanitarias movilizaron recursos para asistir a los afectados. Entre ellos, quiero destacar la participación del equipo Start (Spanish Technical Aid Response Team), el contingente de respuesta rápida de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), especializado en emergencias humanitarias. Este equipo, compuesto por personal voluntario de la sanidad pública española y por logistas de diferentes entidades igualmente públicas, llegó a la región con un hospital de campaña completamente equipado, diseñado para proporcionar atención médica integral en un entorno de caos y recursos limitados.
El hospital, clasificado como EMT-2 por la Organización Mundial de la Salud, fue desplegado en la ciudad de Iskenderun, una localidad cuya infraestructura sanitaria había colapsado tras el terremoto. Este centro temporal, con capacidad para operar de manera autónoma durante al menos 14 días, estaba equipado con áreas de atención ambulatoria, quirófano, unidades de hospitalización y servicios de diagnóstico por la imagen y laboratorio, además de instalaciones para la atención psicológica y psiquiátrica, entre otros.
Desafíos y logros del equipo humanitario
La experiencia del equipo START (conocido como “chalecos rojos”) en esta misión fue un testimonio del poder transformador de la solidaridad internacional. Una vez lanzada la solicitud de ayuda por parte del gobierno turco, y movilizados los profesionales procedentes de las distintas Comunidades Autónomas, el hospital entró en funcionamiento apenas 7 días tras la catástrofe, en un esfuerzo titánico contra el reloj y los elementos. Merece ser destacado el hecho de que los miembros del equipo no habían tenido contacto profesional previo, lo que sin duda engrandece todavía más la labor realizada, y corrobora el poder de la solidaridad y el objetivo común para hacer posible lo imposible.
Los profesionales sanitarios atendieron a más de 7.000 pacientes durante las semanas que estuvieron desplegados. En las primeras etapas, la mayoría de los casos correspondía a traumatismos relacionados con el terremoto: fracturas, contusiones graves y lesiones provocadas por los escombros. Sin embargo, con el paso de los días, comenzaron a surgir otros problemas médicos, como descompensaciones en pacientes crónicos (que no podían ser atendidas por sus recursos locales, ya que habían sido destruidos por la tragedia) y un aumento de infecciones respiratorias y dermatológicas, especialmente entre los niños. El hospital también se vio iluminado por la llegada al mundo de algún bebé. Maravillosa metáfora del resurgir y la esperanza.
Uno de los aspectos más conmovedores de la intervención fue el apoyo prestado a los problemas de salud mental de los afectados. En un contexto donde las personas no solo habían perdido sus hogares, sino también a familiares y amigos, los problemas emocionales fueron ganando en incidencia entre las personas atendidas. Los profesionales del equipo Start se enfrentaron a una demanda creciente de apoyo emocional, tanto para los pacientes como para sus acompañantes. Los servicios ofrecidos incluyeron desde evaluaciones psiquiátricas hasta sesiones de terapia individual y familiar. La empatía y la compasión demostradas por los profesionales desplegados fueron esenciales para aliviar parte del sufrimiento invisible que acompaña a este tipo de desastres.
La barrera idiomática fue una de las mayores dificultades. Los pacientes locales hablaban principalmente turco o árabe (dado el alto contingente de refugiados sirios en la región), idiomas desconocidos para la totalidad del equipo sanitario. Para superar esta dificultad, se integró a un grupo de traductores locales que desempeñaron un papel fundamental en la comunicación médico-paciente. Estos traductores no solo facilitaron el entendimiento lingüístico, sino que también ayudaron a tender puentes culturales fundamentales para generar confianza y respeto mutuo. Sin embargo, su tarea no estuvo exenta de cargas emocionales, ya que algunos de ellos habían experimentado pérdidas personales debido al terremoto, y porque ninguno de ellos estaba acostumbrado a atender problemas de salud.
Transformación profesional y humanismo en emergencias sanitarias
Desde la perspectiva que otorga el paso del tiempo, creo poder garantizar que el impacto de esta experiencia fue tan impactante como transformador para los profesionales involucrados. Trabajar en un hospital de campaña en un contexto de emergencia implicó no solo desplegar habilidades médicas y logísticas, sino también enfrentarse a dilemas éticos y emocionales que desafiaron sus propios límites. La necesidad de tomar decisiones rápidas en un entorno de recursos limitados, donde cada acción tenía un impacto directo en la vida de las personas, puso a prueba su resiliencia y su compromiso con los valores fundamentales de la medicina y la asistencia sanitaria.
Esta experiencia nos traslada el profundo impacto del humanismo en las profesiones sanitarias. En situaciones de crisis, los recursos tecnológicos suelen ser limitados, lo que pone a prueba la capacidad de los profesionales para conectar con sus pacientes desde la empatía y la compasión. Cada acto de cuidado se convierte en una afirmación de esperanza, demostrando que la medicina va más allá de lo técnico para abarcar también lo emocional y espiritual.
La solidaridad se manifestó no solo entre los profesionales, sino también en las comunidades afectadas. Ver cómo personas que habían perdido todo continuaban mostrando apoyo mutuo fue un recordatorio del poder de la humanidad para sobreponerse a la adversidad. Esta conexión entre la comunidad y los equipos humanitarios no solo reforzó los lazos sociales, sino que también destacó la importancia de una acción conjunta para reconstruir lo perdido.
La solidaridad como legado
El legado de esta intervención humanitaria va más allá de los resultados tangibles. Las historias de resiliencia y gratitud de los pacientes atendidos continúan siendo una fuente de inspiración para quienes participaron en la misión.
El terremoto de Turquía de 2023 no solo expuso las vulnerabilidades estructurales y sociales ante catástrofes de esta magnitud, sino que también sirvió como un recordatorio de la importancia de la cooperación global. Cada acto de solidaridad, desde los recursos enviados hasta las manos que ayudaron en el terreno, demostró que, frente a las peores tragedias, la humanidad tiene la capacidad de unirse y responder con compasión y determinación.
Dos años después, este evento sigue siendo una lección viva sobre la fuerza de la solidaridad internacional y la relevancia del humanismo sanitario. Al recordar esta tragedia, considero imprescindible renovar nuestro compromiso profesional con estos valores esenciales, asegurándonos de que ninguna vida quede olvidada y de que siempre estemos preparados para ofrecer apoyo a quienes lo necesiten en los momentos más oscuros.