Llaman poderosamente la atención las conversaciones que mantienen los decanos y los estudiantes de Medicina sobre la actual prueba de selectividad, en las que ha aparecido la posibilidad de proponer un examen adicional que valore otras características del candidato. Si la vigente selectividad es tan controvertida como difícil de mejorar, esta suerte de segunda prueba sería aún más compleja. Es encomiable que se quieran tener en cuenta, por lo menos en el grado de Medicina, no solamente los conocimientos, sino también los valores, buscando un intangible tan oculto y complicado de medir, pero cada vez más necesario, como la vocación. Tampoco es sencillo determinar la verdad que hay en el propósito profesional de un joven preuniversitario. ¿Acaso basta con verbalizar lo que se quiere ser de mayor, incluso aunque sea a toda costa? No parece garantía suficiente para la inversión, cada vez más elevada, que realiza el Estado en la formación. Respecto a la posibilidad de evaluar otras cualidades, como la comunicación o la inteligencia emocional, el problema es muy parecido: preservar la objetividad y la equidad en la valoración. Bienvenida sea la voluntad de querer mejorar la selectividad, pero mucho cuidado con plantear objetivos más cerca de la ficción que de la realidad, que quizá solo terminen por generar más frustración.