La auxiliar de Enfermería Teresa Romero partía de una situación muy complicada a final de verano: se había presentado voluntaria para atender a los misioneros repatriados desde África con ébola y se encontró con un cuadro que podía responder a un contagio. Tal vez el miedo a aceptar esta realidad le llevó a negar lo que podía estar sucediendo. Por eso hizo una vida normal y fue a la peluquería, y cuando sintió fiebre acudió a su médico de familia y no informó sobre la peculiaridad de su caso. El miedo es humano. Y es humano que ante la confirmación del positivo, y su empeoramiento físico, no pudiera dar una respuesta acertada de lo que había hecho en los últimos días y tuviera que nombrar portavoces ante una sociedad que tenía el foco puesto en ella. Y ahí comenzó una deriva pública que ha culminado con el reconocimiento de la mentira. Su habitación en el Hospital Carlos III de Madrid, una vez confirmada su curación, se llenó de abogados, de consejos de un marido herido por el sacrificio del perro de la pareja y al parecer ávido de repercusión mediática, y aquel miedo que sintió Romero dejó pasó a la venganza ante las palabras del consejero de Sanidad, ante una Administración a la que negó hasta el derecho a la palmadita en la espalda por haber logrado que siguiera con vida. Pidió compensaciones económicas, se paseó por el plató de Telecinco ofreciendo entrevistas exclusivas y puso en el punto de mira a otra profesional sanitaria, su médico de familia. Ahora se ha tenido que desdecir, seguramente porque en la historia clínica, la prueba que vale ante el juez, no figura que avisara a la doctora de su contacto con los misioneros. Y no figura porque muy posiblemente el miedo de aquellos días le atenazó e impidió reconocer ante la facultativa (y ante ella misma) lo que le estaba pasando. La lástima es que ese miedo humano al que se le perdona todo quedó en un segundo plano cuando Teresa decidió decantarse por los malos consejos. Ahora le toca a ella pedir perdón porque ha quedado como una mentirosa ante una sociedad que estaba dispuesta a entronarla como a una heroína por enfrentarse al ébola.