Con el alta hospitalaria en la mano, la auxiliar de Enfermería Teresa Romero, la primera persona contagiada de ébola en nuestro país, ha tomado la decisión de judicializar su caso y encender un ventilador con el que salpicar a todo el mundo, y tal vez lograr así que pasen desapercibidos los posibles fallos que ella y su marido hubieran podido cometer durante aquellos últimos días de septiembre y los primeros de octubre. Romero y Limón (que así se apellida él), ya comenzaron su estrategia en las páginas de un diario generalista estando ella aún aislada, insinuando que la auxiliar informó a la médico de familia que la atendió en el centro de salud de Alcorcón de que había estado en contacto con el ébola y que, aún así, la facultativa la mandó para casa. Ahora la pareja la va a emprender judicialmente contra el consejero de Sanidad porque dice que les faltó al honor (parece que no valen las disculpas que Javier Rodríguez pidió en sede parlamentaria), e incluso va a reclamar por el sacrificio de su perro. ¿Qué pasaría si las empleadas del centro de depilación al que fue Romero cuando podía sospechar que tenía ébola la denunciaran? ¿O si la historia clínica de la auxiliar revelase que no dijo a la médico de familia que había estado en contacto con el virus? ¿Y si los vecinos del edificio de Alcorcón se decidieran a pleitear por el llamamiento de Limón a través de las redes sociales para que no se sacrificara a un perro que podía estar infectado porque convivió muchos días con Romero cuando tenía la carga vírica alta? Hay muchos ventiladores que se pueden encender en este caso, y habría que preguntarse a quién beneficia hacerlo. ¿O es que estamos ante un rescoldo de la llamada marea blanca que quiere avivar la llama contra la consejería y el ministerio? ¿Se trata de un asunto político? ¿Quiere convertirse Romero en una abanderada aprovechando su situación? Las respuestas las irán dando ellos mismos con sus decisiones.