Es muy posible que llamarse Juan Abarca imprima carácter. Al menos en el sector sanitario así lo atestiguan los dos casos más conocidos, el de Juan Abarca Campal y el de su hijo Juan Abarca Cidón. El primero levantó de la nada un grupo hospitalario, una decisión valiente y arriesgada si la afronta un solo hombre. El segundo ideó en su cabeza un punto de encuentro de la sanidad privada para poner sus capacidades a disposición del Sistema Nacional de Salud, una decisión ambiciosa y arriesgada. Pero no valiente, porque el salto no fue de 'mortal sin red'. Abarca Cidón tuvo eso sí que escenificar el difícil arte de nadar y guardar la ropa para que esa idea fraguara: convencer a unos y a otros (reticentes muchos incluso dentro del propio ámbito privado), marcar un rumbo, repartir juego, aunar sinergias, deshacer prejuicios. Y en solo cinco años aquella idea es un referente indiscutible. Junto a un reducido grupo de soñadores (o visionarios) lo llamó IDIS, y este miércoles ha tenido que tomar una decisión valiente. Dejarlo. Y ha tomado esta decisión valiente porque hace semanas que viene meditando otra decisión valiente: presentarse a la presidencia del Colegio de Médicos de Madrid. No tiene algo que ganar y mucho que perder, por eso es valiente. Se va a enfrentar a rivales más entrenados que él para el cuerpo a cuerpo electoral. Va a exponer su prestigio a unas urnas. Deja la seguridad de lo conocido, del aplauso que ahora rodea al IDIS. En el mejor de los escenarios, si gana, se va a encontrar con una corporación que ha estado década y media a la deriva, y que ya está sin brillo ni prestigio alguno. Solo los valientes levantan un grupo hospitalario desde la nada. Solo ellos son capaces de empezar desde cero cuando las cosas funcionan para afrontar un reto más difícil aún si cabe.