El juicio histórico sobre la presidencia de Barack Obama tendrá un alto componente sanitario. Una de sus medidas más revolucionarias, que entronca directamente con su lema Yes, we can, es la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, que mantiene muchos detractores en los Estados Unidos, pues allí suena a chino algo parecido al sistema público, universal y gratuito que, pese a la crisis, seguimos manteniendo en España. Al conocido como Obamacare, un sistema que no hace sino ampliar la base de población con derecho a sanidad, se le ha tachado con casi todas las descalificaciones posibles, según ha recopilado el nobel de Economía Paul Krugman: que si generaría listas de la muerte, que si dispararía el déficit, que si incrementaría las primas de los actuales seguros de salud, que si terminaría afectando a la tasa de desempleo puesto que desincentivaría el mantenimiento del trabajo… Nada de esto está pasando y la reforma de Obama, aún incompleta, aún en marcha, avanza hacia un modelo en el que decenas de millones de ciudadanos estadounidenses dispondrán de un sistema sanitario y de una cobertura a la que ahora no pueden acceder. Y esta realidad será, le pese a quien le pese, mejor de la que hay hoy.