Con el fallecimiento del sacerdote Miguel Pajares, infectado por el ébola en Sierra Leona, parece que se cierra uno de los asuntos más delicados con los que ha tenido que lidiar la ministra Ana Mato en sus casi tres años al frente del Ministerio de Sanidad. Por la alarma generada entre la opinión pública ante un posible contagio, el hecho ha tomado unas dimensiones complicadas. Pero gracias a la gestión coordinada entre el Ministerio de Sanidad y la Consejería de Madrid, y a los profesionales sanitarios que han intervenido, la respuesta ha sido la correcta, como ha reconocido la propia Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, las decisiones en política sanitaria siempre (o la mayor parte de las veces) vienen acompañadas del oportunismo de quien busca en la ocasión una oportunidad para sacar rédito en beneficio propio. A Mato le han llegado a acusar de estar en la playa, desentendiéndose; de que se había hecho cargo de los gastos del traslado del sacerdote, cuando debería haber sido la orden religiosa la que los asumiera; de estar exponiendo a los españoles a un contagio masivo... Al final, lo que verdaderamente queda es que se intentó salvar la vida de un ciudadano español que estaba dando ejemplo humanitario en un país que lo necesitaba. Y que la acción de la Administración sanitaria española ha sido correcta ante una eventualidad tan difícil.