EDITORIAL
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27 nov. 2014 0:43H
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Enfrentada a un desgaste durísimo por un proceso judicial en el que no está imputada, Ana Mato ha terminado cediendo a una superlativa presión política y mediática para presentar su dimisión al frente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Su decisión responde única y exclusivamente al curso judicial del caso Gürtel, que le ha salpicado por los presuntos delitos cometidos por su ex marido, pero no tiene nada que ver con su gestión al frente del Ministerio, que es justo calificar de correcta en un tiempo ciertamente complicado.

Las razones expuestas en su escueto comunicado no admiten discusión. Mato no ha cometido delito alguno ni se le atribuye tampoco responsabilidad penal. Asimismo, la ya ex ministra insiste en que no ha tenido conocimiento de ningún delito que se haya podido cometer. Con todo, decide echarse a un lado para no perjudicar al Gobierno ni al PP y, sobre todo, para no dañar la imagen del presidente Rajoy, en un momento social de máxima sensibilidad respecto a la corrupción.

El magistrado Ruz considera a Mato como partícipe a título lucrativo de los regalos de la red Gürtel recibidos por su ex marido. Como mucho, podría ser enjuiciada como responsable civil, con lo que debería restituir el dinero del que presuntamente se ha beneficiado. No parece que exista demasiada proporcionalidad entre la falta y la consecuencia política. Pero así están las cosas en la vida pública española, donde todos los políticos parecen estar bajo sospecha permanente y cada pieza apuntada y finalmente cobrada se jalea con fruición y escasa mesura.

Dejando a un lado el caso Gürtel, Ana Mato ha sido una ministra de Sanidad razonable, colaboradora y nada presuntuosa. Sabedora de que su perfil no era el deseado por el sector, siempre más a gusto con uno de los nuestros, ha sabido asesorarse convenientemente y dar especial protagonismo a algunos de sus más directos colaboradores, como los directores generales Rivero y Castrodeza, que han impulsado proyectos e iniciativas muy novedosas en el caso del director de Farmacia y largamente esperadas en el caso del titular de Ordenación Profesional.

Mato tuvo el arrojo de presentar una reforma muy controvertida, envuelta en el ya famoso real decreto 16/2012, pero a buen seguro que consiguió lo que por entonces no parecía nada claro: asegurar la sostenibilidad del sistema, siquiera momentáneamente, y evitar un colapso inminente. Despectivamente se le achacan los recortes, ajustes y hasta restricción de derechos que venían implícitos en la norma, pero pocos ministros han afrontado, y atravesado, una situación económica tan peliaguda como la que Mato, junto a todos los consejeros autonómicos de esta legislatura, han vivido y compartido con no poco aplomo.

La polémica también la ha acompañado en algunas crisis, más mediáticas que sanitarias, la última, la del virus del ébola. Pese a las dudas del inicio, supo rectificar y seguramente asumió más protagonismo del debido en un asunto en el que la Comunidad de Madrid tenía muchas más cartas que jugar.

Los lectores de Redacción Médica la acababan de elegir como uno de los diez protagonistas de la sanidad de la última década y esta repentina dimisión no modifica el acierto de la elección. Porque alcanzar tres años al frente de la sanidad, en plena crisis y manteniendo la esencia del modelo, no es poco logro.

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