La Sociedad Española de Medicina General y de Familia (SEMG) cumple 25 años con la sospecha de que su capacidad de maniobra para mejorar la Atención Primaria es muy limitada. La sensación, admitida por el propio presidente, Benjamín Abarca, durante la inauguración de su XX Congreso Nacional, celebrado el pasado fin de semana en Zaragoza, es la de “tener poca capacidad de influencia”. La declaración, llena de pesar, tiene de hecho signos inequívocos de evidencia.
¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que la SEMG, pese a su reconocida inferioridad numérica en socios, enseñaba los dientes a las otras dos sociedades de Primaria, gracias a la versatilidad de su junta directiva y a la contundencia de su presidente! Un correoso Juan José Rodríguez Sendín, cuyas ruedas de prensa eran una auténtica delicia para los periodistas de la época, no perdía oportunidad para la denuncia, la crítica y la proclama. Apoyado en la clarividencia de un enigmático José Manuel Solla, siempre en la sombra, pero siempre en la pomada, Rodríguez Sendín consiguió darle una visibilidad a la SEMG que quizá no se correspondía con su alcance profesional ni mucho menos con sus perspectivas de futuro, seriamente comprometidas desde 1995, con el reconocimiento de la especialidad en Medicina Familiar y Comunitaria como única vía para realizar la formación específica en Medicina General.
Pero la SEMG seguía contando. Y si se quería conocer el pulso de la Primaria, era obligado conocer su opinión que, por lo general, terminaba siendo la más jugosa y comprometida de todas, por la propia naturaleza polémica y directa de Sendín.
Pero igual que el ahora presidente de la Organización Médica Colegial ha dulcificado su carácter y, sobre todo, atemperado su incontinencia verbal, la SEMG ha ido declinando en su protagonismo. Ni Solla primero, que demostró más fiabilidad en su papel de consejero que en el de líder, ni ahora Abarca han podido estar a la altura de los logros de Sendín.
Hoy la SEMG enarbola la formación como su principal punto fuerte, “nuestro bien más preciado”, según Abarca, pero descuida los ataques a las características profesionales que rodean al ejercicio de la Atención Primaria: salarios recortados, menos contrataciones, más despidos y jubilaciones, en definitiva, cambio notable de las condiciones laborales. Por no hablar de su encogimiento de hombros ante las múltiples modificaciones en las condiciones de la prescripción, auténtico pilar profesional del médico de Primaria, que asiste estupefacto a la sucesión de obstáculos: precios de referencia, recetas por principio activo, nuevo copago, desfinanciación de medicamentos, etc, etc…
No basta con enumerar los problemas, conocidos por todos, para dar idea de compromiso y acción. No basta con apoyar el sistema público, declararse en contra de los recortes en derechos y mostrar preocupación por el peregrinaje de los médicos más jóvenes para demostrar. A un líder profesional como Abarca hay que exigirle otro tipo de pronunciamientos, menos descriptivos y más operativos.
Sus recetas para salir de la crisis son tan previsibles como carentes de imaginación: convertir la Atención Primaria en el núcleo del sistema (¿cuántas veces hemos escuchado esto ya?), orientar la asistencia a los crónicos y apostar por la gestión clínica. Demasiado sabido, demasiado ignorado.
No es fácil ser influyente, claro que no. Tampoco en la sanidad. Pero, de ahí a la indiferencia, a los lugares comunes y a la falta de punch hay un trecho muy largo. El mismo que ha recorrido la SEMG en los últimos años y que la está acercando peligrosamente a una situación residual en el panorama de las sociedades científicas españolas y, concretamente, en el de la Atención Primaria.