El sector farmacéutico es uno de los grandes damnificados de esta crisis. No sólo en el ámbito de la sanidad, sino en el escenario general de la actividad laboral y profesional de España. Y, muy en particular, la oficina de farmacia está sufriendo lo indecible, con la sospecha de que, todavía en 2014, no es posible afirmar, nadie lo ha hecho, que no serán necesarios nuevos y más costosos sacrificios.
La cooperativa de distribución Cofares, que está haciendo todo lo posible por denunciar la grave situación por la que atraviesan sus socios y, por extensión, todos los farmacéuticos con oficina, ha presentado un informe de situación que arroja cifras estremecedoras que bien podrían resumirse en una: la caída de un 25% del margen neto de la farmacia en solo dos años, lo que ha llevado al concurso de acreedores a las primeras oficinas, circunstancia que era completamente impensable hace no mucho.
La farmacia está frustrada por la continuidad y alcance de los recortes, que se están cebando en sus perspectivas económicas. No hay equilibrio entre lo que el gasto farmacéutico significa en el gasto sanitario total, sólo un 18%, y el esfuerzo que se le viene reclamando a la oficina de farmacia. Sobre todo, si se considera que otras partidas de gasto, notablemente más onerosas, se están manteniendo prácticamente estables en los últimos años.
La interpretación que hace Cofares del momento actual bien puede ser compartida por la práctica totalidad del resto del sistema: la farmacia no puede hacer frente a nuevas aportaciones. De lo contrario, la viabilidad de muchas oficinas estará seriamente comprometida con las consecuencias que ello tendría sobre el conjunto de la sanidad.
Curiosamente, la farmacia pide ahora, por encima de otras reclamaciones históricas, un marco de estabilidad normativa, que es la legendaria petición que siempre ha hecho la industria. Es claramente recomendable establecer un objetivo de gasto farmacéutico, que sea fijado por parte de la Administración, y que tenga continuidad en el tiempo. Así sería más factible iniciar una senda de recuperación que aún parece que no se ha terminado de encontrar.
Solo a partir de ese marco estable sería posible construir ese nuevo escenario en el que la farmacia quiere apoyar su futuro: una cartera de servicios asistenciales, acompañada de un cambio en el modelo retributivo, que consolide su actual consideración de agente sanitario y que permita elevar su alcance en un sistema que necesita más que nunca toda la capacidad de sus actores para dar respuesta a sus muchas exigencias.
Los años de crisis están siendo ciertamente convulsos para la sanidad, sometida a circunstancias inevitables que están contribuyendo a que el sistema no sea igual al que teníamos en 2007. Estos cambios son especialmente perceptibles en el ámbito farmacéutico, que ha perdido gran parte de la estabilidad y la certeza que, durante décadas, permitió desarrollar y afianzar un modelo único, que aún genera el reconocimiento en otros muchos países de nuestro entorno. Pero si la sostenibilidad sigue comprometida, el modelo comenzará a hacer aguas, por muchos elogios que reciba. Y un modelo inviable es un modelo condenado a modificarse en su esencia, lo que en el ámbito farmacéutico, es decir mucho y malo.