EDITORIAL
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16 nov. 2017 18:10H
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Gobernar es un ejercicio de responsabilidad, porque las decisiones que se toman influyen en la vida de miles, millones, de ciudadanos. Cuando el Gobierno de España tendió su mano a Barcelona (había otras opciones como Alicante o Málaga) para albergar la sede de la Agencia Europea del Medicmento, lo hizo buscando los socios-aliados políticos lógicos, la Generalitat y el Ayuntamiento de la ciudad. Hoy se puede decir que esos compañeros de viaje son el lastre principal de una candiudatura que por sus características técnicas estaba llamada a ganar, pero que ha sido arruinada por unos advenedizos metidos a políticos, a los que solo se les puede tildar de irresponsables.

Lo del exconseller Antoni Comín no por repetido deja de ser increíble. Se trata de un filósofo al que se le confió la sanidad de los catalanes, y que pasará a la historia por huir de la Justicia española precisamente a Bruselas, la ciudad donde días antes había defendido junto con la ministra Dolors Montserrat la opción barcelonesa como capital europea del medicamento. No se puede ser más desleal con los barceloneses, y con la industria catalana.

Para rematar la faena de Comín, y formar un dúo colosal de irresponsables, la alcaldesa Ada Colau, a menos de una semana de la elección oficial de la próxima sede de la EMA, va y cesa al que ella había designado responsable municipal de la candidatura, Jaume Collboni, amparándose en sus cuitas partidistas. La ministra Dolors Montserrat debe estar alucinando con la catadura política de los compañeros de viaje que le han tocado en (mala) suerte.

Para hacerse una idea del daño que Comín y Colau han hecho a Barcelona basta con repasar algunas cifras que manejan otras candidaturas a la EMA: albergar este organismo continental proporciona en torno a 5.000 empleos y 165 millones a la Hacienda pública. Por no hablar del empujón para la industria farmacéutica española, y en especial la catalana y todo el tejido empresarial que pivota a su alrededor.

Desde los Juegos Olímpicos de 1992 Barcelona, Cataluña y España no tenían una oportunidad social, empresarial, económica y de márketing igual. Entonces el gran diplomático del deporte español Juan Antonio Samaranch, el alcalde Pasqual Maragall, la Generalitat de Jordi Pujol, el Gobierno de Felipe González y el Rey don Juan Carlos fueron a una como un bloque indestructible. En la ocasión que hoy nos ocupa, solo Felipe VI, Rajoy y Montserrat han demostrado estar a la altura de las circunstancias. Comín y Colau pasarán a la historia, pero escribiendo uno de los capítulos más tristes del progreso de Cataluña y de su capital.

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