EDITORIAL
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19 feb. 2015 20:50H
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Una de las consecuencias más evidentes de la crisis económica sobre el sistema sanitario es el cambio de algunos conceptos que parecían intocables (barra libre, demanda ilimitada, presupuesto extraordinario) por otros que hace no mucho eran cuestionables y hasta políticamente incorrectos (selección de prestaciones, aseguramiento limitado, déficit cero), pero que poco a poco se van imponiendo como verdades inapelables. En este contexto, las diferentes disciplinas, especialidades y ámbitos médicos y sanitarios pugnan por mantener su posición y, en la medida de lo posible, elevar su alcance e influencia.

El caso de la oncología es ciertamente paradigmático. Una especialidad en auge, con un recorrido social muy amplio, aunque estigmatizado por años de desconocimiento y una inmediata atribución de consecuencia mortal que, afortunadamente, ya no es real en nuestros días. Hoy el cáncer es una realidad muy distinta a la de hace unos años, según ha quedado de manifiesto en una jornada de actualización de conocimientos, organizada por Sanitaria 2000 y dirigida a diputados del Parlamento de Galicia. Pero esta evidencia no puede suponer, en modo alguno, que las administraciones sanitarias y la sociedad en su conjunto bajen la guardia frente a un enemigo al que se ha logrado, con el esfuerzo de todos, aplacar y combatir, pero que aún está lejos de ser definitivamente derrotado.

Así las cosas, es preciso subrayar que hay que seguir investigando en oncología. Ni mucho menos está todo descubierto y no es posible decir que no se puede avanzar más. Es necesario avanzar en el reconocimiento de la investigación como producto, fortalecer los proyectos, su infraestructura y su personal y conseguir una mayor implicación de las instituciones en el fomento de la actividad. Todo ello de la mano de un cambio cultural que afecte también a los clínicos y a los gestores y que permita optimizar los actuales procesos administrativos. Sin olvidar, claro está, y pese a los pesares actuales, la disponibilidad de recursos apropiados.

Aumentar los fondos en una situación como la actual suena algo quimérico, pero no por ello la reivindicación debe ceder en vitalidad y entusiasmo. A ello se añade el problema de que la innovación en terapias oncológicas tiene un alto precio en comparación con otras patologías. Y es en este punto en el que las administraciones sanitarias deben tener claro que el precio no puede ser el argumento, por lo menos, no el único argumento. Puede que la tentación del político y del gestor, y hasta su condena, sea el corto plazo, y ahí no entra ninguna apuesta por investigar y mejorar los tratamientos oncológicos. Ahora bien, si lo que se tiene en cuenta es elevar la supervivencia o el coste efectividad de algunos fármacos, entonces el enfoque nos debe llevar obligatoriamente al largo plazo.

Con todo, la apuesta institucional y social por situar a la oncología en la vanguardia del sistema sanitario no puede ser un cheque en blanco. Es preciso mejorar en la evaluación de las nuevas técnicas y tratamientos, así como utilizar con mayor convicción el análisis de impacto presupuestario como herramienta para la toma de decisiones de financiación. Estas decisiones, al final, deberán tener muy presente el valor terapéutico añadido y finalmente obtenido. Porque si el resultado es positivo, toda la inversión realizada en la materia se entenderá en el fondo como una reinversión traducida en supervivencia de enfermos, mayor calidad y expectativa de vida.

El precio no puede ser el único argumento que marque las políticas sanitarias. Y, desde luego, en oncología, por su alcance social, muchísimo menos.

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