Por Ismael Sánchez
La hematóloga Carmen Burgaleta me ha recordado a la escritora Gertrude Stein, que dicen que dijo aquello de ‘sois una generación perdida’, refiriéndose a Hemingway, a Steinbeck, a Dos Passos, a Scott Fitzgerald. La generación perdida de Burgaleta está formada por médicos, por hematólogos más concretamente, y parece que va camino de perderse de verdad. No como aquellos escritores americanos de la primera mitad del siglo XX que, pareciendo perdidos, guiaron el instinto y las inclinaciones de no pocos lectores. No. Los hematólogos perdidos de Burgaleta van camino a la perdición. Y nadie les recordará por ello.
Consolidada como especialidad y como sociedad científica, la hematología no logra sin embargo clarificar sus perspectivas de futuro. Burgaleta carga primero contra el galimatías administrativo, contra los organismos tan descentralizados como confusos, contra las medidas que no se aplican en el conjunto de todo el Sistema Nacional de Salud. No parece gustarle el resultado de la transferencia. Como a tantos otros.
Además de troceada, ve a la Administración -a las administraciones- un tanto alocada. Algo así como los loros, que dicen lo que saben, pero no saben lo que dicen. Y se adoptan decisiones de calado, sin la suficiente reflexión: en formación, en gestión, en organización. Quizá ahora no se aprecien las consecuencias, pero sí a medio y largo plazo, augura. Y serán dañinas.
Irá camino de perderse, pero el hematólogo sigue siendo muy importante en el hospital, clama Burgaleta. No hay enfermo ingresado en un quirófano que no disponga de un estudio de su sangre valorado por un hematólogo. Y no hay transfusión sin el visto bueno del hematólogo. Y no hay diagnóstico de las muchas y variadas enfermedades de la sangre sin un hematólogo. Y no hay consejo mejor para muchos otros especialistas que el de un hematólogo. Estas evidencias profesionales son sólo circunstanciales para algunas administraciones, que optan por gestionar los servicios de laboratorio de otra manera, que eligen la externalización. Palabra maldita.
O privatización. También maldita.
Burgaleta tiene su propia nomenclatura para explicar lo que está pasando en la sanidad, de dónde venimos y adónde vamos. Un repaso sencillo y certero, apoyado en tres D que son las que caracterizarían por completo y cabalmente a nuestra sanidad: demagogia, despilfarro y desorden. También define a su manera términos universales: la huelga no es útil sino dolorosa; la equidad es aún más importante en tiempos de crisis; el gestor sanitario no es gestor sanitario, es un comisionado político (aunque esta acepción ya la hemos escuchado en otras muchas partes…)
Tiembla ante la amortización de plazas, que no se asegure el relevo. Generación perdida de verdad. No es posible contar con profesionales capacitados con contratos de 3, 6, 9 o 12 meses. No las tiene todas consigo con la nueva troncalidad y traza líneas rojas en tronco médico y en áreas procedimentales. Y reivindica, casi exige, una necesaria estabilidad para el ejercicio profesional. Todo ello, en un tono amargo, pesimista, casi irrecuperable. De generación perdida, sin trascendencia literaria, y con lamento profesional.
Tomás Gómez
La sanidad no deja de dar motivos al líder de los socialistas madrileños para dar rienda suelta a sus ocurrencias políticas, tan ocurrentes como disparatadas. Eso del apartheid sanitario para definir la externalización de la gestión hospitalaria está logrado y seguramente llegó al ciudadano medio, que es al que se dirige, y quiere conquistar, Gómez. Ciertamente, la explicación es más vulgar: “Marginar a los ciudadanos que sean atendidos en los hospitales privatizados”. Suena más a latiguillo que a convicción.
César Pascual
Ha sacado adelante su proyecto inédito de colaboración público-privada para la gestión de los servicios no asistenciales del Hospital de Valdecilla, que dirige. Y lo más significativo es cómo define la Administración cántabra el factor que fijará el montante de la licitación del contrato: el diálogo competitivo entre la Consejería, entre el hospital, y la empresa adjudicataria. Un diálogo que antes, obviamente, no existía. Igual que en decenas y decenas de centros donde ni hay competencia, ni hay incentivación ni hay mecanismos nuevos de gestión. Afortunadamente, algunos siguen creyendo en la innovación como camino seguro de mejora. Valdecilla y César Pascual están en este grupo.