Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos.
En otoño de 2022, los compañeros y compañeras de Atención Primaria de las diferentes comunidades autónomas comenzaron a movilizarse. Las causas, las consecuencias y los responsables que nos han conducido a esta situación son bien conocidas. Surgieron asambleas y grupos de debate donde se escuchaban conceptos familiares: desburocratización, promoción de la salud, educación poblacional, formación, docencia, longitudinalidad, reforma del programa formativo MIR. El inicio parecía esperanzador. Por aquel entonces, llegué a pensar que por fin podríamos enterrar el cadáver y superar la idea de reanimar la Atención Primaria como la conocemos. Amparados por el recuerdo de la edad oro sanitaria, esgrimiendo ideas conocidas pero con nuevos matices que les aportaban frescor y vitalidad, parecía surgir algo nuevo. Con algunas dificultades, los sindicatos participaron del proceso, y dieron más o menos voz y visibilidad a la situación. La impotencia y las ganas de cambio cristalizaron en huelgas y manifestaciones. Las semanas y meses fueron pasando.
En
Andalucía, Aragón y Extremadura, los sindicatos médicos desconvocaron las huelgas previstas para finales de enero, tras alcanzar varios acuerdos. Limitar la agenda de los médicos de familia a 35 pacientes diarios (36 en el caso de Extremadura) y garantizar una continuidad asistencial voluntaria y remunerada. En la misma linea, pero en noviembre de 2022, en
Cantabria y en la
Región de Murcia, se alcanzaron acuerdos de similares características.
Navarra está inmersa en plena huelga indefinida con reivindicaciones similares (mejoras salariales y en la carga de trabajo). En
Cataluña, tras la huelga del 25 y 26 de enero, el sindicato Metges desconvocó la huelga tras un acuerdo con la Conselleria de Salut para crear una mesa de negociación. El sindicato médico de la
Comunitat Valenciana decidió aplazar la huelga convocada para los días 17 y 18 de enero dada la “sobrecarga asistencial” para “no contribuir al caos”. En
Galicia, el SERGAS, evitó una huelga a mediados de enero pero SOS Sanidade Pública ha convocado una manifestación el 12 de febrero en Santiago de Compostela. En el resto de las CCAA suenan tambores de guerra.
La
Comunidad de Madrid es una caso excepcional. Tras las medidas adoptadas en los últimos años, el proceso de desintegración de la sanidad madrileña era inevitable. La pandemia solo ha acelerado el proceso: recortes en sanidad pública, privatizaciones en aras de la rentabilidad económica, condiciones laborales precarias, bajos salarios, falta de previsión, nepotismo y malversación. Madrid es el epicentro del país, su termómetro, y su situación es un preludio de lo que podría extenderse al resto de territorios. Las movilizaciones también comenzaron en otoño de 2022. El seguimiento y el apoyo fueron atronador. La huelga ha continuado desde entonces, con un breve inciso durante las navidades por el aumento de la demanda. La estrategia del gobierno de la Comunidad de Madrid es evidente: dejar que el tiempo pase. Los días transcurren, la presión y la fragmentación aumentan entre los huelguistas, disminuye el ímpetu y los bolsillos se resienten. Es una estrategia arriesgada. A largo plazo, los dirigentes también son vulnerables a la presión y la opinión pública. La ventaja que posee el gobierno de la Comunidad de Madrid, es que nunca les han importado la sanidad pública y mucho menos los pacientes. A Enrique Ruiz Escudero, el consejero de sanidad madrileño, no parece que la situación le preocupe demasiado. Y por si todo esto fuese poco, la realidad vuelve a superar a la ficción. Ayuso y sus ideólogos, buenos conocedores de cómo funciona el circo político, han diseñado una mentira grandilocuente y descabellada. Han acusado a sus médicos de Atención Primaria de perpetuar la huelga con fines partidistas y con el objetivo de dar un golpe de efecto en las próximas elecciones. Manipulan, retuercen y reciclan la realidad. Usan la necesidad y las esperanzas de cambio para seguir aferrados el poder.
En Euskadi, el mito del oasis vasco, tiene raíces fuertes y potentes, tanto dentro de la comunidad como fuera de ella. Poner en duda el axioma “en Euskadi se vive bien” es una herejía. El bienestar, perpetuado en el tiempo, nos vuelve dóciles y cautos. En este edén, los espejismos confunden la realidad. Bajo el canto de los pájaros y el arrullo del agua se pueden oír la carcoma devorando la madera de los arboles. Estamos desconectados de lo que sucede más allá de nuestras lindes y, sin embargo, nuestros compañeros y compañeras de Atención Primaria tienen sobrados motivos, los mismos que el resto del país, para alzar la voz y no callar. Si dos cosas son iguales a una tercera, todas son iguales entre sí.
"El médico raso que atiende a 50 pacientes diarios se moviliza por este cambio pero no tiene otra opción que conformarse. A un naufrago desesperado, le vale cualquier cosa que flote con la esperanza de llegar a la orilla. Sin embargo, no hay orilla, lo que hay es una Atención Primaria en estado de descomposición desde hace años. Un cuerpo que sigue en la morgue y que nadie parece querer enterrar. Un muerto que no va a revivir aunque le arrojes unas cuantas monedas. No conozco a un solo médico de Atención Primaria satisfecho con los acuerdos alcanzados".
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El tejido vivo de la sanidad pública lo formamos los trabajadores rasos y los pacientes (expresión de la anestesista Marta Macho, una de las tres personas que destaparon las irregularidades en el caso OPE 2018 de Osakidetza). Cualquier médico raso de Atención Primaria, de cualquier punto del país, conoce las causas que nos han llevado a esta situación y experimentan a diario sus consecuencias. Lo que para otros son problemas a resolver desde un despacho, para ellos son realidades con nombres y caras y emociones. Son en las asambleas y en los grupos de debate dónde palpita el ideario que servirá de base para la creación de un nuevo modelo. Las personas encargadas de recoger estas ideas, los liberados sindicales, hace demasiado tiempo que no experimentan la realidad de una consulta de Atención Primaria. Algunos no lo han hecho nunca. Prometen, aseguran, alzan la voz. Reivindican, son belicosos y arrojados. Oyen pero no escuchan. Asienten pero no comprenden. Su existencia viene definida por su capacidad para convocar movilizaciones. Representan sus intereses y los de su grupo pero no los nuestros. Las movilizaciones que han tenido lugar, las que están aconteciendo en este momento y aquellas que están por venir, han finalizado o finalizaran, con acuerdos en las mesas sectoriales para mejoras laborales. El levantamiento acabará sin acuerdos para reformas estructurales. El médico raso que atiende a 50 pacientes diarios se moviliza por este cambio pero no tiene otra opción que conformarse. A un naufrago desesperado, le vale cualquier cosa que flote con la esperanza de llegar a la orilla. Sin embargo, no hay orilla, lo que hay es una Atención Primaria en estado de descomposición desde hace años. Un cuerpo que sigue en la morgue y que nadie parece querer enterrar. Un muerto que no va a revivir aunque le arrojes unas cuantas monedas. No conozco a un solo médico de Atención Primaria satisfecho con los acuerdos alcanzados.
Pactos de La Moncloa (1977). Pacto constitucional (1978). Pacto para el desarrollo autonómico (1981). Pactos antiterroristas (1987-2000). Pacto de Toledo (1995). Pacto por la Justicia (2001). Pacto contra la violencia machista (2017). Siete pactos de Estado con todas y cada unas de sus aristas y polémicas. Siete pactos que definen nuestra memoria política y conforman nuestra realidad como país para bien y para mal. El 27 de enero, en el programa de radio Hoy por Hoy, la periodista Pepa Bueno, en un podcast lleno de lucidez y sensatez, solicitaba a las autoridades un nuevo pacto de Estado entre las CCAA y el gobierno central para enderezar el rumbo de la sanidad pública. La directora de El Pais, explicaba que la posibilidad de un pacto de Estado durante este año, con elecciones generales, autonómicas y municipales son mínimas. El gobierno no va a tomar medidas que reporten poco rédito electoral y la oposición no va a perder la oportunidad de usar el estado de la sanidad pública como arma arrojadiza. Finaliza la intervención con lo siguiente:
“Uf, imposible un pacto así en pleno ciclo electoral, habrá que esperar un año. Y ahora busquemos la manera de explicárselo a quien lleva meses esperando una cita con un especialista, a quien no tiene pediatra para su niño o a la familia de ese joven de 23 años al borde del suicidio, a quien le dieron cita en la sanidad pública de Madrid para enero de 2024”.