Cada año, más de 30.000 personas en España reciben el diagnóstico de cáncer de pulmón, la principal causa de muerte por cáncer en el mundo. Estas cifras esconden algo más profundo: el impacto emocional, físico y social que afecta no solo a quienes lo padecen, sino también a sus familias. A pesar de ser una de las enfermedades más letales, parece que el cáncer de pulmón carece de la visibilidad y el apoyo comunitario que tienen otras patologías, como el cáncer de mama. ¿Por qué? ¿Por qué resulta tan complicado ofrecer a estos pacientes el espacio que necesitan para comprender y dignificar su enfermedad?

En el entorno médico, discutimos la última técnica de cirugía robótica o el impacto transformador de las inmunoterapias. Pero surge una cuestión inevitable: ¿no debería ser obligatorio que en todos los congresos científicos de renombre existiera una jornada, aunque fuera una tarde, dedicada exclusivamente a los pacientes? Conocer sus preguntas, inquietudes y necesidades no solo es un acto de humanidad, sino también una forma esencial de enriquecer el conocimiento médico.

Preguntas prácticas como “¿Qué ejercicios respiratorios pueden ayudarme? ¿Qué alimentos debo priorizar para favorecer mi recuperación?” a menudo quedan fuera del ámbito de los avances técnicos, pero tienen un impacto directo en la calidad de vida de los pacientes. Aunque asociaciones como la Asociación Española de Afectados por Cáncer de Pulmón (AEACaP) hacen una labor encomiable, el estigma y el aislamiento persisten en muchos casos.

Un espacio necesario


Con esta inquietud, organizamos en mi hospital una jornada dedicada exclusivamente a pacientes con cáncer de pulmón y sus familias. Más de 150 personas participaron en talleres de nutrición, psicología y fisioterapia respiratoria. Por unas horas, dejaron de ser números en un registro médico para convertirse en protagonistas de su proceso. Una paciente, que también había superado un cáncer de mama, planteó algo revelador: “¿Por qué en el cáncer de mama hay tantas jornadas como estas y aquí no?”. Su pregunta evidenció la necesidad de más visibilidad y apoyo, especialmente en una enfermedad tan marcada por el estigma.

Hacia una medicina más humana


Este tipo de jornadas nos recuerda que la medicina no se limita a la técnica; también es el arte de acompañar. Responder a las preguntas prácticas y emocionales de los pacientes no es secundario; es central. Desde qué ejercicios respiratorios realizar hasta cómo gestionar el miedo a una recaída, estas inquietudes son tan relevantes como las innovaciones quirúrgicas.

Quizá ahí radique el verdadero sentido de nuestra profesión: en estar presentes cuando el miedo se instala, en ofrecer respuestas cuando podemos y en reconocer con humildad aquellas que aún no tenemos. Porque la técnica salva, pero la humanidad transforma. Al final, la medicina no consiste solo en prolongar la vida, sino en cuidarla con toda su complejidad.