Antes de decidir que quería estudiar letras y adentrarse en la cultura clásica, un servidor ya tenía dentro de la cabeza una de las más célebres citas de dicha civilización gracias a un profesor de matemáticas -paradojas de la vida-.
"La mujer del César no solo debe serlo, también parecerlo", decía con firmeza si algún alumno le reprochaba una llamada de atención con el típico 'yo no he sido'. La frase, que Plutarco atribuye a Julio César, ha vuelto recientemente a mi memoria por un hecho que tiene al laboratorio
Grünenthal como protagonista.
Grünenthal tenía previsto participar en el
38º Congreso de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) celebrado este año en Santiago de Compostela, pero no fue así. El hueco donde debería estar situado el stand quedó vacío. ¿El motivo?
Evitar un hipotético encuentro con las víctimas de la talidomida, que a través de la asociación
Avite ya habían anunciado a la sociedad científica organizadora de su intención de acudir a la cita en un paso más de su cruzada para conseguir las mismas indemnizaciones que el resto de pacientes europeos.
El pasado 28 de julio, el
Tribunal Constitucional inadmitió el recurso de amparo presentado por la víctimas para negar la validez de la sentencia previamente emitida por el Tribunal Supremo en la que daba por prescrito el delito cometido con todas aquellas personas con malformaciones a causa de los medicamentos con talidomida consumidos por sus madres durante el embarazo para evitar las náuseas. Grünenthal es, por tanto, completamente inocente a efectos legales. Y sin embargo, hechos como la espantada en el congreso de Semergen le dejan a uno la sensación encontrada que me llevó de vuelta al profesor de matemáticas que mencionaba en los primeros compases de este artículo. A Grünenthal la justicia le ha dado la razón, pero aún así elude a las víctimas, se esconde y no está dispuesto a defender la postura que ha mantenido en todo este proceso.
Es inocente, sí, pero no lo parece.
Más allá de la opinión que cada uno tenga sobre esta ausencia, que a buen seguro se decidió con la intención de hacer el menor ruido posible, hay algo que sí parece del todo irrefutable:
la victoria judicial de Grünenthal en el caso de la talidomida ha sido completamente pírrica. Lo es porque la imagen del laboratorio, un activo que en pleno siglo XXI resulta fundamental en la estructura de cualquier compañía que se precie, ha quedado seriamente dañada, y el futuro no promete nada mejor. Los afectados por la talidomida ya advirtieron de su intención de estar en todos y cada uno de los actos que contaran con la participación de Grünenthal para pedir justicia. Y, a tenor de lo sucedido en Santiago de Compostela, han podido comprobar el daño que esa estrategia causa en el laboratorio, que con esta actitud sigue minando su maltrecha reputación. Así las cosas, la salida de la negociación extrajudicial no parece tan negativa para la organización que Christoph Stolle encabeza en España como esta suerte de escondite con el que lejos de ganar algo, pierde más y más crédito.
No puedo cerrar esta ventana sin hacer referencia a la labor de la
Asociación de Víctimas de la Talidomida en España (Avite). La sucesión de reveses judiciales recibida en los últimos años no ha conseguido mermar ni un ápice sus ganas de hallar la justicia en forma de indemnización justa. Habrá quien diga que sus formas no son las más adecuadas, pero llegados a este punto, ¿tienen alguna opción más? Su lucha, que además de esta presión sobre Grünenthal está también sustentada sobre una multitud de reuniones y acuerdos con miembros de las administraciones públicas y las profesiones sanitarias,
supone una muestra de perseverancia que la mayoría de asociaciones de pacientes parecen haber olvidado.
Hasta ahora, Grünenthal ha repetido como un mantra que
“ya existen medios satisfactoriamente establecidos para todas las personas afectadas por un producto que contuviese talidomida de Grünenthal o de su distribuidor local en España”. Pero esas ayudas no se dan en España. O, al menos, no lo parece. Justo como no debía ser la mujer del César.