El debate sobre el modelo de gestión de los centros sanitarios, sobre si es mejor la pública que la privada, la directa que la indirecta, la tradicional que la nueva, podría acabar con los tres verbos de Boi Ruiz, puestos uno detrás de otro, y aplicados con sintonía y aplomo. Y con valentía, mucha valentía. La receta del conseller procede de una tierra abierta y exenta de prejuicios. Porque Cataluña lleva tiempo conjugando y mezclando las fórmulas de gestión. Y su legado como uno de los sistemas sanitarios más importantes de España es precisamente ese: la búsqueda de evidencias y resultados que justifiquen las decisiones de gestión.
Explicar, medir y comparar, ha propuesto Ruiz al recibir el premio de Sanitaria 2000 al consejero del año en la Cena de Verano de la Sanidad. Nada es bueno -o malo- por principio. Es mejor conocerlo en detalle, ver sus resultados y después evaluarlos y confrontarlos con los que obtienen otros modelos. Esta dinámica tan constructiva quizá hubiera acabado con la polémica, aunque es posible que no hubiera cerrado del todo la discusión. Porque la gestión, de tan cambiante y compleja, no puede ser calificada para los restos.
Es posible que el conseller hubiera preferido que su periplo al frente de la sanidad catalana se hubiera caracterizado más por el debate de la gestión de los centros que por la realidad que tiene que estar afrontando: la insuficiencia permanente de recursos y la necesidad de cuadrar los presupuestos sin que la asistencia sanitaria prestada sea de inferior calidad a la de hace unos años. La realidad es hoy tan distinta a la que era no hace mucho que hasta los premios se terminan dando por razones no propiamente relacionados con el mérito, sino más bien con la audacia y con la resistencia.
El galardón obtenido por Ruiz no puede responder, de ninguna manera, al momento feliz de la sanidad catalana. Las dificultades de un sistema que fue muchos años ejemplo a seguir son hoy tan evidentes como indiscutibles. La cuestión ahora es cómo enderezar el rumbo, cómo corregir los desequilibrios y cómo trazar una nueva senda por la que la sanidad sea un servicio tan sostenible como eficiente. Y aquí, en responder a esta tremenda tesitura, es donde se encuentra el valor del conseller catalán.
Es una característica que bien pudiera compartir con muchos de sus homólogos actuales, más acostumbrados al ajuste que a la inauguración, al gráfico económico que a la placa conmemorativa, a las dudas, las quejas y hasta los abucheos que a los aplausos y elogios. Los políticos sanitarios de estos años de crisis han venido para luchar contra los elementos. Por lo menos, tienen la posteridad a su alcance, si es que triunfan.
Boi Ruiz puede que sea el mejor ejemplo de ese gestor de largo recorrido, con conocimiento suficiente del sistema, que tiene que hacer frente a la situación más complicada de los últimos años. Ninguno de sus conocidos predecesores (Geli, Rius, Trias…) tuvo que vérselas con esta asfixia, con este angustioso margen de maniobra, que apenas existe, con esta obligación perentoria de hacer lo que hay que hacer, por contradictorio que sea con tus ideas y con el programa de gobierno que pretendías llevar a cabo. Así es la gestión en tiempos de crisis. Primero la crisis y luego todo lo demás. Que importa bastante menos.
Quizá Boi Ruiz no acumula logros incontestables, pero su disposición es la mejor para lograrlos. Su discurso es esencia; su guía, la obtención de resultados, y el pim, pam, pum político, ruido molesto para su perfil y su sentido común. Sin duda, su gran aportación al sistema será consolidar este perfil de consejero. Y multiplicarlo por 17.