Cada día parece más extendida y aceptada la idea de que nuestro sistema sanitario, como los de otros lugares, necesita
innovaciones profundas pensadas con visión de largo plazo para poder dar respuesta a las demandas y expectativas de sociedades que evolucionan rápidamente en todos los ámbitos,
desde el sociocultural al tecnológico.
Sabemos también que la propia inercia generada por el funcionamiento cotidiano de un sistema tan complejo como el sanitario impide la aplicación quirúrgica e inmediata de cambios radicales que podrían averiar los engranajes de su maquinaria e, incluso, llegar a detenerlo.
Sin embargo, esta consideración no justifica en ningún caso la ausencia de programas estratégicos con una visión global del sistema, al mismo tiempo política y experta. Ha pasado ya la época de las propuestas parciales de cambios, diseñadas para
tapar urgencias y agujeros del sistema, aunque a veces se quieran hacer pasar como estratégicas y transformadoras. Somos conscientes de las dificultades inherentes al entorno político español y europeo, dominado por una
radicalidad creciente de los planteamientos ideológicos que a veces llega a impedir el diálogo positivista y constructivo imprescindible para llegar a un consenso básico en cuya génesis y desarrollo han de tener un papel protagonista la ciudadanía y los propios profesionales.
Los estados de bienestar europeos desarrollados tras la IIª Guerra Mundial, están siendo cuestionados en diferentes países. La cantidad creciente de recursos que son necesarios para garantizar la sostenibilidad de la asistencia sanitaria y social del conjunto de la población demanda una contribución solidaria global a partir de una política impositiva justa y bien gestionada. Lo que choca con las políticas neoliberales asumidas por sectores significativos de la ciudadanía, tanto por una parte de la antigua socialdemocracia como por la derecha conservadora. Un contexto ideológico que potencia las amenazas a la innovación atacando el principio básico de los sistemas sanitarios públicos: la solidaridad. El adelgazamiento de los estados de bienestar favorecerá las desigualdades sociales y potenciará la ley de los “cuidados inversos” enunciada hace más de 60 años por el médico galés
Tudor Hart, que demostró que el
sector más rico de la población es siempre el que
recibe más atención sanitaria respecto al más pobre, en relación inversa con las necesidades reales de cada uno de ellos, mucho más importantes y graves en este último grupo.
"La medicalización de la vida cotidiana es un peligro para la innovación y el progreso de los sistemas sanitarios"
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Los sistemas sanitarios de la mayoría de los países desarrollados llevan muchos años inmersos en un contexto de desequilibrio estratégico y de asignación de recursos a sus distintos componentes. El progreso científico y tecnológico implica unos costes que cada vez son más difíciles de soportar por las arcas públicas. Por otro lado, la evolución demográfica de las poblaciones occidentales ha favorecido el crecimiento de las enfermedades crónicas y de las situaciones de dependencia y con ellas de las necesidades de cuidados y ayudas combinadas de tipo sanitario y social. Los decisores políticos y los planificadores y gestores han apostado por priorizar intensamente el necesario
desarrollo científico y tecnológico, pero han descuidado en exceso este segundo ámbito, le han condenado a la
precariedad y, en gran medida, dejado en manos de una iniciativa privada con gran afán de lucro. El resultado es la existencia de unos sistemas de salud y bienestar muy desequilibrados y en los que cada día es más difícil introducir innovaciones dirigidas a conseguir una cobertura suficiente de las necesidades generadas por el progreso científico-técnico y, al mismo tiempo, por los cuidados y ayudas sanitarias y sociales.
La medicalización de la vida cotidiana, el
consumismo sanitario exagerado y, en íntima relación con los anteriores, la concepción de la atención sanitaria y social como ámbito de negocio con importantes márgenes de beneficio, conforman otro conjunto de peligros y amenazas para la innovación y progreso de los sistemas sanitarios, entre ellos el nuestro.
Este conjunto de paradigmas sociales, cada vez más establecidos, son consecuencia de
cambios culturales globales frecuentes de las sociedades desarrolladas, pero ello no disminuye la responsabilidad que, en el campo sanitario, tienen las estructuras políticas y económicas del propio sector, así como los gestores y profesionales sanitarios al seguir incentivando la utilización excesiva y a menudo irracional de los recursos, tanto preventivos, como diagnósticos y terapéuticos.
Las consideraciones anteriores no pretenden, ni de lejos, agotar la relación de los peligros y amenazas que actúan en contra de los procesos de innovación de los sistemas sanitarios de países desarrollados como el nuestro. Pretenden solamente incentivar la reflexión sobre algunos de los factores que consideramos más relevantes. En cualquier caso y para concluir sí que afirmamos que los elementos mencionados no muestran una tendencia espontánea a perder importancia o desaparecer si no todo lo contrario, pensamos que se acentuarán con el paso del tiempo. Es por eso que queremos insistir en que las personas e instituciones que tienen la responsabilidad de poner en marcha estos procesos de innovación del sistema sanitario lo hagan a la mayor brevedad posible, entre otras cosas, para evitar que lleguemos demasiado tarde.