La prensa general y profesional de estos últimos días ha recogido y destacado la noticia de la falta de cobertura de 217 plazas formativas en la última convocatoria MIR, la gran mayoría (unas 200) de la especialidad de Medicina de Familia y Comunitaria (MFyC).

Las reacciones ante esta “nueva” señal de alarma, presente por cierto en otras convocatorias anteriores, están siendo numerosas y generalmente se centran en el hecho de que la elección de plaza se ha realizado de forma virtual. Algunos comentaristas añaden como posible justificación de la no cobertura de plazas de MFyC la falta de conocimiento de la especialidad y de la Atención Primaria y Comunitaria (APyC) por parte de los recién graduados, causada por la escasa presencia de estos ámbitos en los estudios de grado.

No voy a negar la importancia de los aspectos señalados pero creo que se cometería un grave error de percepción de la realidad si limitáramos el análisis a los mismos. Parece increíble pero todavía hay numerosos y destacados colegas que olvidan que la falta de atractivo de la formación en MFyC y del trabajo posterior autónomo en APyC hunde sus raíces, no en el desconocimiento de los graduados si no, todo lo contrario, en el hecho de que perciben a través de múltiples fuentes (profesionales, sociales y de las propias administraciones y líderes políticos) el profundo deterioro en que se ha sumido este ámbito del conocimiento y del trabajo asistencial, docente e investigador.

Seguro que se ha de seguir batallando por mejorar el estatus de la MFyC y la APyC en la Universidad pero sin caer en la ingenuidad de creer que se encuentra aquí el núcleo de la solución a los problemas.


"Tampoco hay que olvidar que como colectivo no hemos sido capaces de diseñar estrategias alternativas tanto en el ámbito universitario como en el de la necesaria innovación del modelo de APyC"



También creo imprescindible evitar seguir echando “balones fuera” y situar exclusivamente lejos de nuestro entorno profesional el origen de los gravísimos problemas que padecen tanto la especialidad de MFyC como la APyC. No hay duda de que la estrategia política y presupuestaria del gobierno central y de los autonómicos los ha propiciado de forma insistente desde hace ya más de 20 años, pero tampoco hay que olvidar que como colectivo no hemos sido capaces de diseñar estrategias alternativas tanto en el ámbito universitario como en el de la necesaria innovación del modelo de APyC.

Falta de autocrítica y alternativas innovadoras


Nuestras divididas sociedades científicas, así como nuestros líderes y grupos de opinión se han limitado a practicar una política de la “queja permanente” para obtener más recursos (sin duda necesarios) y no han sido (no hemos sido) capaces de realizar propuestas innovadoras del modelo de los años 80, diseñadas de forma conjunta, sólidas, viables y acompañadas de una potente presión mediática, laboral y política.

En este contexto de autocrítica no podemos tampoco olvidar la actitud acomodaticia mantenida por muchos de nosotros, tolerando pasivamente situaciones que habrían merecido sin duda una reacción más firme de defensa de nuestra dignidad profesional, personal y colectiva.

La negativa situación con la que hoy nos encontramos no convida precisamente al optimismo. Es muy posible que los deterioros no se detengan y que se profundice su carácter irreversible, que retrocedamos a tiempos pretéritos que creíamos superados y que, con ello, ahondemos en las desigualdades sociales y en la instauración de una “pseudo” APyC pública en la que la seguridad y calidad de la asistencia a las personas y comunidades brille por su ausencia.

Las líneas anteriores me dan pie para justificar el título de este artículo de opinión: efectivamente las plazas MIR de MFyC sin cubrir son solamente la punta visible de un iceberg con una gigantesca masa de hielo sumergida, alimentada por la desidia, las resistencias, el menosprecio y la falta de valentía de muchos (también de nosotros mismos) para afrontar con garantía de éxito los importantes y numerosos retos con los que ha de enfrentarse, en estos tiempos dominados por el individualismo más feroz, cualquier proceso que pretenda mejorar la salud y el bienestar y calidad de vida de la ciudadanía.